Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

domingo, 9 de diciembre de 2012

MIS ABUELOS MATERNOS

                 Mis abuelos Grimaldo Bocanegra Lozano y Rosa Medina Miranda



                    Descansen en paz
    





      
El 2012 está acabando. Pronto celebraré mi vigésima cuarta navidad en México y hace unos días mi primo, Raphael Bocanegra, me hizo recordar a mis difuntos abuelos.
Raphael nació en los 90 y nunca tuvo la oportunidad de convivir con ellos, tal como lo hice yo aunque sea por un corto tiempo; pues mi abuela Rosa murió un 9 de noviembre de 1969, cuando yo tenía ocho años de edad. 
Era muy pequeño cuando murió mi abuela, pero aún la recuerdo con mucho cariño atendiendo la tienda de abarrotes que tenía en su casa, en la calle 8 de octubre, en el centro de la ciudad Chiclayo.
Aún la recuerdo despachando arroz, azúcar, gaseosas, ron de quemar, querosene, dulces, cigarrillos, chocolates; pero lo que más extraño de ella eran sus cocaditas de leche y chancaca. Cocaditas que acá en la casa de vez en cuando les preparo a mi esposa y mis hijos con leche evaporada, leche condensada o piloncillo.
Son ya poco los recuerdos que tengo de esa mujer de la sierra de Cajamarca, de esa señora de Conchán que un día se casó con mi abuelo y como fruto de su amor tuvieron 7 hijos y adoptaron uno más porque así eran ellos, una pareja con un enorme corazón.
No sé porque Dios se llevó tan rápido a mi abuela, me hubiese gustado conocerla más, me hubiese gustado convivir mucho más con ella; pero asi es el destino, así es la vida, porque después de su muerte mi abuelo Grimaldo se marchó a la capital.
Mi abuelo Grimaldo se fue a vivir a Lima. Mi tío Ulises, su hijo mayor se hizo cargo de él y desde entonces sólo lo veía de vez en cuando. Sólo lo veía en vacaciones o cuando mi papá me llevaba a lima limón, como a mi padre le gustaba decirle a la Ciudad de los Reyes.
Sin embargo, en el verano de 1984, cuando fui a la capital a realizar mis practicas profesionales como periodista en el diario LA PRENSA, sentí la necesidad de escribirle un poema a ese hombre que un día engendró a mi madre, Marina Bocanegra Medina.
Mi abuelo iba de la mano con el siglo. El nació un 7 de marzo de 1900 y en el verano del 84 sentí el deseo de decirle algo y en su honor escribí el siguiente poema al cual titulé: Abuelo

Abuelo
no quiero dejar pasar el tiempo
sin expresarte lo que siento.
Abuelo
eres impetuoso
como el viejo amazonas.
Abuelo
ruges fiero
retando abiertamente a las horas
que con hilos de plata
van adornando
tu desnuda inteligencia.
Abuelo
hombre noble
viejo roble
a todos del inclemente sol nos protejes,
a todos nos das fresca sombra.
Abuelo
creciste con los andes
y a los andes
con paso firme domaste
con paso recio venciste.
Abuelo
Eres un Señor fuerte, duro y macizo
Eres roca del Inca.
Eres base del Sacsahuaman
Cimiento de Machupichu
Hoy
Abuelo
a mi me toca seguir tus derroteros
de victorias y caídas.
Eso abuelo
es mi destino...
¡Abuelo viejo noble, viejo roble!

                    Carlos Cabrejos Bocanegra
                                              Lima 1984



Mas nunca tuve el valor de leérselo, ni tuve el valor de dárselo a conocer a tíos y primos de la familia Bocanegra Medina.
Sin embargo, por asares del destino este poema que tenía oculto en mi anillado poemario, a comienzos de septiembre de 1988, nos salvó la vida a mi amigo Alberto Morales y a mí.
Esa mañana viajabamos en una chalupa por el Golfo de Turbo rumbo a Panamá, cuando la negra Fermina, le ordenó al negro Caícedo y un par más de colombianos, sentados al lado de ella en la popa,  que apagaran el motor de la larguirucha lancha en medio del Caribe colombiano.
En la chalupa viajabamos una peruana, que llevaba un pantalón verde olivo y cuyo nombe no recuerdo, tres colombianos con pinta de malandrines, el negro Caícedo la obesa negra Fermina, Alberto y yo. El motor del largo bote se silenció. Alberto y yo nos sacamos de onda. Nos miramos en silencio y la negra Fermina dirigiendo su astuta mirada hacia nosotros nos preguntó, en medio del silecio del cálido mar colombiano: - Ahora sí, peruchos...díganme ¿a qué se dedican? ¿quiénes son ustedes?.... Aún recuerdo bien cada una de sus palabras, porque Alberto y yo, en ese instante tuvimos mucho miedo de que nos fondeen, de que nos maten arrojándonos en medio de ese desértico mar...Así que antes de que Alberto dijera algo, tomé la batuta y sonriendo expresé: -Somos poetas, somos poetas peruanos... Y ante la mirada inquisidora de la gorda traficante, agregué:- Somos escritores, nos dedicamos a la poesía-. 
Ni loco le podía decir que éramos periodistas, ni mucho menos le íbamos a mostrar nuestros pasaportes que teníamos escondidos entre los huevos.
Así después de se examinados por los ojos escudriñadores de los traficantes colombianos, la negra expresó haciendo reir a sus compinches: -Si son poetas, muéstrenme lo que escriben -.
Esas palabras fueron milagrosas para mí, porque en mi mochila cargaba mi anillado poemario de pastas grises titulado inicialmente "Garabatos de un alma en soledad".
Tal vez la Fermina no esperaba que mi respuesta fuera subitamente positiva y le dije con más seguridad: ¡Claro!... Saqué rapidamente mi libro engargolado y agregué: ¡Aquí está!... Uno de los traficantes lo agarró de mala gana y se lo pasó rapidamente sin abrirlo. Entonces ella abriendo sus enormes ojos negros, cogió mi poemario, comenzó a ojearlo en silencio hasta que gritó:¡PERUCHO ESTE POEMA ME ENCANTA!....¡ME ENCANTA!....
-¿Cúal?: le pregunté.
Y ella abriendo mi poemario repondió: - Este poema...este poema que dice "Abuelo"...Este me encanta...
Así mirándome directamenmte a los ojos manifestó mientras arrancaba la hoja del poema de mi engargolado: Este me lo regalas, perucho...Este poema lo quiero para mi hijo...para que mi hijo se lo lea a su abuelo...
Que podía decir en ese instante. Sólo vi como arrancó la hoja de mi poemario, la dobló, la guardó y gritó: ¡Vámonos!....Y con la cara de alegría y júbilo comenzó a gritar: ¡ME ENCANTA LA BERRAQUERÍA!...¡ME ENCANTA LA BERRAQUERÍA!...¡ME ENCANTA LA BERRAQUERÍA! 
Sus gritos ahogaron el rugido del motor yamaha y rompieron la tranquilidad del Caribe colombiano que ese momento nos veía nacer de nuevo...
A portir de esa fecha nunca más volví a ver a mi abuelo Grimaldo, quien murió en julio de 1998 a los 98 años de edad.