Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

viernes, 9 de mayo de 2014

LA CARTA

En recuerdo de mi madre: Marina Bocanegra Medina
 
En un papel tan blanco
como las nubes del celeste cielo
con cientos de garabatos
garabatos que forman letras,
letras que forman palabras,
palabras que forman oraciones,
llegó su carta aquel día.

Después de tantas 
noches sin luna,
después de tantos 
días de angustia,
después de tantas horas
de ansiedad
después de
tanta nostalgia
llegó su carta aquel día...


¡Era su carta!
¡Era su letra!

¡No había duda...!
¡No estaba muerta!

Era su carta
era la carta de mi madre, 
era la carta de mi mamá
la mamaíta
mi dulce vieja,
mi viejita linda...

Era la carta de mi dulce vieja
que me escribía, 
que contestaba
que me llenaba de alegría...

Era la carta de mi vieja,
de mi mamaíta,
de pelo nieve,
de robusto cuerpo, 
con su rostro
surcado por el tiempo, 
como el fértil campo
por el duro acero.

Era la carta
de la tierna vieja,
de mi dulce madre
a la que no se olvida, 
ni en la distancia
ni en el destierro.

Era la carta de mi dulce madre,
que no tiene reemplazo
ni el cielo eterno,
ni en la corta vida
de la que no soy dueño.

Ahora vuelvo reír,
ahora vuelvo a llorar
como un chiquillo
como el lejano hijo, 
que acaricia
entre sus manos
la carta, 
la carta buena
de la dulce vieja
de mi viejita linda
de mi dulce madre
que Dios la tenga
con sus angeles
en el cielo.
                       Carlos Cabrejos B. México 2014

sábado, 3 de mayo de 2014

DON PARCEMÓN ADANAQUÉ: DESCANSE EN PAZ


 Como buen norteño gustaba de una sabrosa chicha jora, de una buena chichería, de una buena platica y de unos buenos amigos: Roberto Castro, Carlos Sánchez (+), Renán estrada (+), Hugo González y mi compadre Jorge Bernuy (+) 

Hoy al mediodía por medio del chat, mi vieja amiga Lulú me dio la mala noticia de la muerte de nuestro querido amigo Parcemón Adanaqué.
Decir que su muerte no la he sentido, sería como negar la profunda admiración que sentía por él.
Porque don Parce más que un redactor, más que un periodista a carta cabal, era un ser Humano.
No estoy llorando. Sus recuerdos me llenan de alegría. Lo conocí por primera vez cuando llegué al diario OJO.
Tenía 25 años y unos cuantos meses. Era un chibolo, lejos de su tierra, lejos del refugio de su casa, del amor de sus padres, de la familia, de los amigos de la infancia. Era un chibolo provinciano que sólo quería trabajar, pero que muchas veces también  quería tirar la toalla, derjarlo todo y regresar a casa.
Vivir solo en Lima ya estaba resultando pesado. La guerra contra el terrorismo, la corrupción, la coima; la soledad de mi cuarto, etc, me ahogaban lentamente. Parecía que estaba atrapado en un rincón sin salida y cuando todo me parecía oscuro, una sonrisa sincera me dio un aliento de vida.
Porque así era don Parce, como solíamos decirle con cariño todos los periodistas de OJO.  
Don Parce tenía ese don, tenía ese poder de hacer brillar la luz con un saludo amable y una sonrisa sincera.
Así es como lo recuerdo, como un hombre que con su sonrisa amable sabía arropar a las nuevas generaciones de periodistas que estabamos empezando en OJO.
Daba gusto hablar con él, daba gusto sentirse aceptado, daba gusto escucharlo y daba gusto que luego del caso del caso de la mafia de pedófilos en el Callao, me llamara siempre: Bombique.
Sería un mal agradecido sino lo recordara así, siempre sonriente, siempre aceptando a las nuevas generaciones, siempre enseñando.
Por eso lamento mucho no poder ir a visitalo en el 2003, cuando estuve en Lima y hablé por telefono con él. No sabía que esa sería la última vez que lo  volviera a escuchar. Por esos días don Parce había sufrido una parálisis, pero pese a su mal por teléfono era la misma persona sonriente que conocí en vida. La misma persona que me motivó a seguir luchando para permanecer en Lima, y ahora me motivaba a regresar a México y seguir trabajando por hacer realidad mis sueños. 
Ese era don Parce, un hombre sin envidias, ni miedos a las nuevas generaciones de periodistas. 
Descanse en Paz don Parce, Gracias por su sonrisa, gracias por hacerme sentir querido, por arroparme cuando todo parecía perdido.
 
 
 
 

 


jueves, 1 de mayo de 2014

PEDOFILIA EN EL CALLAO

     Puerto del Callao donde trabajé como periodista del diario OJO en 1985 y tuve la oportunidad de seguir el caso de los bombiques, las bestias del callao, que se dedicaban a la explotación sexual de menores de edad.

 A mediados de los años ochenta, en plena guerra contra el terrorismo trabajaba en el diario OJO.
OJO, como otros diarios limeños era un tabloide que había sido expropiado durante la dictadura militar y devuelto a sus dueños con el retorno de la democracia.
Los nuevos dueños, Agois Banchero, tenían un sólo propósito convertir a OJO en el diario más comercial del Perú y no dudaron en hacerlo.
Para lograrlo a parte de contrartar nuevos redactores, reorganizar el organigrama, lo más importante que hicieron fue agilizar la redacción de noticias: Una carilla para cada nota, carilla y media si la nota era de primera plana. La nota central se escribía en un máximo de cinco carillas, tres era lo idóneo y el resto eran fotografías mesuradas, nunca a 8 columnas; el resto era  publicidad, avisos clasificados, etc., y el póster de la chica OJO, que no tenía nada que ver con las estereotipadas conejtitas de playboy. La chica OJO eran cholotas del gusto popular y del Perú Profundo.
OJO Se alejó del periodismo duro, serio, sobrio, severo, lento, retórico de periódicos como el Comercio, Expreso; y del periodismo policial, sensacionalista, negro amarillento, sangriento, de las grandes fotos terroríficas del diario la República. 
OJO había tomado el rumbo del desaparecido diario "Ultima Hora", un estandarte del  periodismo chicha, del periodismo amarillo que basa su información periodística en notas light, triviales, anecdóticas, intracendentes; pero interesantes y cómicas para un pueblo cansado de sangre y verborrea, para un pueblo cansado de mentiras y falsas promesas, para un pueblo que estaba sin plata, para un pueblo misio.
OJO a mediados de los 80 era el diario del momento, era el diario con sabor a pueblo y no podía darse el lujo de desperdiciar espacios con cartas de rectificación, ni de perder le fe de sus lectores y en especial de sus anunciantes, que desde la llegada de los Agois Banchero iba en aumento.
Así, que por esas fechas me enviaron al puerto del Callao. El reportero que cubría esa fuente no entendía los objetivos de OJO y las cartas de rectificación ahogaban su trabajo.  OJO quería entrar con fuerza al Callao, quería recuperar el mercado chalaco y había que escribir cosas triviales, pero con veracidad. 
No se trataba de inventar cuentos sobre el puerto, ni sobre su gente. Sino, de buscar lo interesante, lo anecdótico. Había que buscar aquella nota que sirviera para arrancar una lágrima o una sonrisa o el susto de nuestros lectores. 
Y para eso el Callao se pintaba solo. 
El Callao por su fama y por su gente era una mina de oro para OJO, se podía escribir sobre los barracones, sobre los muelles, sobre el aereopuerto internacional "Jorge Chávez";sobre sus calles, sobre sus tradiciones, sobre sus bares, sobre los vaporinos, sobre los prostibulos, etc., etc.
Sólo era cuestión de husmear, de escarbar un poco entre las "alcantarillas" y podíamos encontrar notas como las clínicas clandestinas de los barracones, donde los delincuentes heridos de bala se iban a curar y la policía era incapaz de ingresar.
O sobre aquel zambo de casi dos metros, que con una lanza en la mano espantó a nuestro reportero gráfico, el negro Cubas (media 1.80); y cobraba "peaje" para ingresar a los callejones del llauca.
O sobre el marinero ruso que de un beso mordelón le arrancó el labio a una chica de los bares. 
O sobre la pareja de hermanitos que murieron calcinados en una choza de una marginada zona de  Bellavista.
O sobre  el ladrón que abría los coches viejos con una cuerda para hacer bailar trompos.
O sobre los "hombres de acero" que salían de los muelles caminando como robots cargados de contrabando.
O sobre el marinero ruso que sobrevivió a un atentado terrorista, pero quedó mutilado de brazos y piernas.
O sobre el empresario arrepentido que lloraba porque se había gastado una fortuna en la campaña presidencial del primer gobierno de Alán García y el Perú se fue a la mierda.
O sobre los marinos mercantes filipinos que una vez borrachos a agarraban a golpes frente a los bares del Callao.
O sobre los turistas alemanes que superaban los dos metros de altura; pero no podía viajar a los andes porque sufrían del mal de altura.
O sobre el chalaco que había estado en la guerra de Vietnam y, cada vez que tomaba, se ponía como loco recordando los horribles pasajes de ese conflicto,  y, con lágrimas en los ojos,  mostraba en su brazo derecho el tatuaje del águila norteamericana diciendo: Yo maté por los gringos.
.....
Pero lo trivial y anecdótico  se convirtió en algo brutal y espantoso cuando conocí a la "mami". Una vieja proxeneta, dueña de bares y de decenas de mujeres que vendían su caricias a los marineros  mercantes que llegaban al puerto.
La "mami", conocida también como la negra Mina, era la mujer más fea que había conocido en el llauca. Era una zamba obesa, de ojos pequeños,  llena de lunares por toda su cara, su cuello y su pecho. Nunca la vi de pie. Siempre estaba sentada en un enorme sillón de terciopelo color vino y madera con pan de oro, como la silla de un obispo.  Sentada, en su enorme y confortable silla, adornaba su piel oscura con joyas de oro en las orejas, su pecho, sus muñecas, sus dedos y hasta en sus gordos tobillos. Vestía siempre una túnica blanca, como romana, que le hacía formar parte de la decoración de su casa llena de lujo y de un gusto grotesco por los ornamentos grecoromanos y orientales. En su casa había un mestizaje grosero entre la decoración grecolatina y china, una decoración que gritaba a todas voces que la negra Mina era una mujer con mucha plata y mucho poder.
Sin embargo, a mediados de los ochenta, la fortuna de la negra Mina estaba siendo mermada, cuando sus clientes japoneses dejaron de asistir a sus bares y por ende dejaron de pagar por los servicios de sus chicas.
Los marinos japoneses estaban yendo a divertirse a otros lugares y esto afectaba los ingresos de la "mami", una competencia desleal había surgido y los bolsillos de la negra Mina, eran perjudicados agresivamenete.
Ante esta situación, la negra Mina se vio obligada a contactarnos. Su dinero ya no era suficiente para competir con la nueva mafia, que ofrecía mejores pagos a la policía y a las autoridades del Callao. 
La negra estaba perdiendo dinero y poder, comenzó a sentirse sola y no le quedó más remedio que acudir a la prensa y en particular al líder del periodismo nacional en ventas del momento, en todo el Perú: el diario OJO.
La negra Mina nos citó en su casa cerca de los bares del puerto y sin mucho preámbulo nos dijo abiertamente que ella se dedicaba al negocio del chupe y la prostitución; pero que no explotaba a nadie porque sus chicas eran mayores de edad, conocían bien su trabajo y además tenían carnet del seguro social y permiso para ejercer uno de los oficios más antiguos del mundo*.
Su confesión, no nos sorprendió. Ni Ricardo Navarro, el reportero gráfico de OJO, que esa mañana me acompañaba, ni yo nos sorprendimos; mas nos sorprendió, que no se dejara tomar ni una fotografía para el periódico y como una de sus muchachas, no se separaba de su lado ni un solo segundo. 
Así, cuando Ricardo, guardó su cámara y se sentó a mi lado como una estatua, la negra Mina dijo: "Los taxistas de mierda están vendiendo menores de edad a los japoneses".
Aún recuerdo bien cada una de sus doce palabras: "Los taxistas de mierda están vendiendo menores de edad a los japoneses".
En ese instante ella y su muchacha, una "gringuita" de cuerpo escultural y de ojos grandes y verdes, como las mujeres de la sierra de Cajamarca, nos clavaron sus miradas, supongo para ver como reaccionabamos. Pero, muchas veces los periodistas teníamos que ser como los buenos curas, que escuchan tantas porquerías durante una confesión sin sonrojarse.
Así sin demostrar nuestras emociones, que en ese momento me estaba llenando de rabia, manifestamos secamente: Siga.
La enorme mujer al ver que no nos escandalizabamos, sonríó ligeramente. Mostró una sonrisita de agrado y confianza. Mas no así la colorada que nos quitaba su fría mirada de encima y tenía su rostro chapeado inmutable como una roca. Entendía que no confiaba en nosotros.
Y tal vez no nos sorprendimos, porque ya habíamos visto otros casos en el centro de Lima, donde habían muchas casas de cita clandestinas, sobretodo en las zonas de clase media de Jesús María y en las zonas ricas de San Isidro.
En San Isidro habíamos visitado unas oficinas de lujo, que habían sido acondicionadas como una pequeña disco para gente rica, a la cual sólo asistían gente de plata, que se chocaban unos con otros en aquel estrecho lugar, que tenía un bar de lujo y  una pequeña barra de madera fina color natural, pero suficiente para que sobre ella bailaran hermosas chiquillas tipo miraflorinas de cuerpos delgados, bien torneados. Jovencitas que, en esos tiempos de guerra en el Perú, se prostituían para mantener su estatus social y eran protegidas por guardaespaldas, que eran miembros del Grupo de Fuerzas Especiales "Leopardo", de la desaparecida Guardia Civil del Perú. Estos grupos eran entrenados en Alemania, cada miembro le costaba un ojo de la cara al estado peruano, pero al final y al cabo, acababan siendo guaruras de las jóvenes prostitutas de la clase alta limeña.
El lema de los "Leopardo" era: Sacrificio. Valor. Disciplina.
Así, le negra Mina con una sonrisita de confianza en el rostro reveló que un grupo de taxistas del Callao, se habían organizado para trabajar con una nueva mafia de proxenetas en el Callao,
Pero a diferencia de ella, los nuevos mafiosos prostituían a menores de edad. 
La negra Mina a estos nuevos mafiosos les llamaba "bombiques", porque esa era la clave que utilizaban los taxistas para abordar a los marinos mercantes japonenes y llevarlos  a las casas de cita que operaban fuera del puerto. 
Según ella la palabra "bombiqe" era parte de la jerga japonesa, que los taxistas chalacos aprendieron para hacer contacto con los marineros orientales.
De acuerdo a la obesa negra, "los bombiques" sólo trabajaban con los marineros o con los pescadores japoneses, que por esos días eran una plaga en el puerto del Callao. Después de los barcos rusos, lo que más abundaban eran los "maru", los navíos nipones.
Ella decía que los japoneses tenían mucha plata, eran marineros y  pescadores con guita, gente del mar con lana a diferencia de los rusos, que andaban siempre en grupo, de los filipinos, que andaban siempre borrachos y de los polacos que siempre andaban vendiendo sus cosas para tener con que comer.
Este era su enojo, que esos marineros ricos no vayan a sus bares, no consuman sus bebidas, no paguen por sus chicas. 
Y esa rabia la condujo a delatar a la nueva mafia que cobraba en dólares, que vendía a niñas entre 500  a tres mil dólares por un rato de diversión, chupe y sexo.
Esa era la mafia que ahora en silencio trabajaba en  el Callao y vendía a las niñas vírgenes en 3000 mil dolares, a los pedófilos y depravados marineros que pagaban esa cantidad para acabar con la inocencia de una niña víctima del hambre, la pobreza y de un Perú que era azotado por una cruenta guerra interna contra el terrorismo y la insensatez de un presidente como Alán García, que en su primer gobierno sólo quería pasar al estrellato y ser una especie de líder en la comunidad internacional de los países deudores, que se negaron al pago de sus compromisos con la banca internacional.
Los bombiques, la nueva mafia del Callao que explotaba a menores de edad fue delatada por la rabia de una caficha, que tenía miedo a quebrar, que tenía  miedo a quedarse sin sus chicas, que tenía miedo de la nueva mafia de "bombiques", que alentaban la pedofilia en el Callao.
Pedofilia que en los años 80 no fuímos capaces de combatir con tenacidad y que el periódico publicó como algo anecdótico, pero no se interesó, ni nos interesamos en seguir investigando más al respecto.
El periódicos sigo vendiendo y yo sólo me quedé con el triste recuerdo de aquella niña chalaca toda pintarrajeada, con sus ojitos tristes y su cuerpecito inmaduro, que a la fuerza estaba en una  fiesta de adultos obligada por sus hermanas mayores, para ver quien le llegaba al precio.
Esa noche, ya no estaba Ricardo Navarro. Estaba cansado de tanta miseria;  pero si estaba mi amigo y periodista Eduardo Salas, quien me hizo la taba, el paro, para que no fuera solo al Callao. Mas esa noche hubiese preferido estar solo, porque esa noche  él  y yo, al ver a esa niña temblorosa con sus ojitos de llenos de terror,  nos sentimos asqueados  de toda la mierda que vivíamos en nuestro país, y que como periodistas no podíamos hacer nada y como seres humanos nos sentimos cómplices de toda esa basura que vivía el Perú.
Los periódicos vivían de la publicidad estatal, y nosotros sobrevivíamos con la plata que nos pagaba el periódico.
Las chiquillas del burdel clandestino de San Isidro se prostituían para mantener su estatus social, su condición económica; las niñas del Callao eran prostituidas, eran vendidas, a los marineros y pescadores japoneses,  para calmar el hambre de sus familias.
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*(Cabe indicar que el Perú, el ejercicio de la prostitución en lugares conocidos como zonas rojas es tolerado, por la autoridad local y nacional. Tanto es así que para ingresar a lugares como el trocadero de la avenida Argentina se pagaba una entrada cuyos fondos iba a parar al Instituo Peruano del Deporte. Lo que se persigue en el Perú es la prostitución clandestina.)