Estimado lector que rozas una vez más la suave y policromada pluma del Tocororo:
Cuando vemos las imágenes de los
astronautas que van al espacio, de las naves no tripuladas o de los
satélites orbitales vemos que sus instalaciones parecen quirófanos, hay
trajes estériles y mascarillas igual que en los hospitales. Se trata de
no enviar gérmenes a un espacio exterior que en principio está exento de
ellos.
En 1953 se filmó la famosa película de
ciencia ficción “La guerra de los mundos”. Cuando ya todo parecía
perdido y la invasión de la Tierra era ya un hecho, todas las naves se
estrellaron inexplicablemente. No habían podido resistir los microbios
de nuestro planeta.
Las cosas fueron muy parecidas cuando los
“descubridores” llegaron a América, o con más precisión, “los
españoles” llegaron allá. La diferencia es que en esa época no se sabía
nada de microbiología y la gente que se involucró en esos viajes
únicamente iba pensando en dos cosas: Enriquecerse rápidamente o
librarse de la justicia que en la península reclamaba sus crímenes
porque una buena parte de los pasajeros de Indias se iba huyendo de la
cárcel. Y como aglutinante de todo eso y como disculpa hipócrita, la
conversión de los posibles habitantes que se encontrarían y que no
conocían la fe verdadera (que es la católica).
El intercambio biológico entre el Viejo y
el Nuevo Mundo empezó con el primer viaje de Colón en 1492, fue
bastante complejo y los resultados no fueron necesariamente beneficiosos
para los dos pueblos. En América murieron millones de indígenas,
algunos grupos sobrevivieron hasta el presente, pero otras etnias
desaparecieron completamente.
Cuando Cistóbal Colón desembarcó en la Isla de San Salvador el 12 de
Octubre de 1492, América no era un muevo mundo sino un mundo tan antiguo
como el viejo continente. A fuerza de costumbre, nos hemos habituado a
la falsa síntesis de dos mundos, Europa y América pero la realidad no es
esa.
La “Leyenda Negra” culpa a los españoles
de esos desastres, con sus armas, sus guerras y con la explotación de
los pueblos americanos en trabajos forzosos dentro de las minas o en las
plantaciones y haciendas. El impacto de enfermedades como la viruela,
el sarampión, el tifus, la peste bubónica, la influenza, la malaria o la
fiebre amarilla, en poblaciones no expuestas anteriormente fue enorme.
La conquista de América fue en gran parte
posible por el intercambio biológico, más que por las armas de los
conquistadores. La población fue debilitada por las oleadas de
epidemias, con altas tasas de mortalidad, lo que permitió la dominación
de los europeos. Los españoles, sin ser conscientes, llevaban en sí
mismos los gérmenes de la destrucción de las civilizaciones americanas.
Solamente unos pocos españoles derrotaron
al imperio azteca, muy consolidado y organizado. Lo mismo ocurrió en el
resto de América. Los estudios actuales parecen señalar que no fueron
tanto las armas las que marcaron la diferencia, sino más bien las
enfermedades que diezmaron rápidamente a la población indígena. Hay
razones que explican por qué la población indígena no tenía inmunidad
para las nuevas enfermedades traídas por los conquistadores.
A menudo se afirma que en los primeros
cien años después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo fallecieron más
indígenas que los que nacieron, debido a enfermedades infecciosas
traídas por los conquistadores españoles. Su población se vio diezmada
por la viruela, el sarampión, la influenza, la peste bubónica, la
difteria, el tifus, la escarlatina, la varicela, la fiebre amarilla y la
tos convulsiva.
Todas estas enfermedades eran
desconocidas entre los indígenas, nunca habían tenido contacto y por eso
no habían tenido la posibilidad de desarrollar inmunidad contra ellas.
Tales enfermedades encontraron una población absolutamente virgen para
todas estas pestes, que en cambio habían azotado a Europa por varios
siglos.
Los aborígenes no tenían ninguna falla en su sistema inmunológico que
los hacía más susceptibles a estas enfermedades pero sin embargo muchas
enfermedades que eran relativamente benignas entre los europeos tuvieron
efectos devastadores en la población indígena.
Todas estas pestes se extendieron muy
rápidamente y en todas direcciones, causando gran mortalidad en los
indígenas, propagándose incluso antes de que ellos hubieran tomado
contacto directo con los conquistadores. La razón era muy simple. La
viruela por ejemplo, tiene un período de incubación de 10 a 14 días, y
el virus se esparce por la respiración y también por las ropas
personales y las sábanas de cama contaminadas. Cuando los primeros
síntomas aparecían en algún asentamiento aborigen, ya individuos que aún
no habían desarrollado la enfermedad se habían desplazado a otros
lugares, llevando con ellos la infección. Es decir, las enfermedades se
expandieron más rápido que los mismos conquistadores.
La elevada mortalidad de los indígenas
asombraba a los conquistadores y así lo relatan en sus crónicas. La
verdad es que muchas de sus conquistas militares fueron en gran parte
favorecidas por la ayuda de estos males. Al menos así lo parece cuando
Hernán Cortés derrotó tan fácilmente al imperio Azteca. Cuando él volvió
a la capital, la ciudad de Tenochtitlán, que había tenido que abandonar
para combatir a Pánfilo de Narváez, se encontró con una población a la
que sin dificultad dominó con una escasa tropa.
Algunos historiadores atribuyeron la
victoria a la superioridad de las armas españolas, a su caballería, al
ingenio militar de Cortés o incluso al espíritu misionero que daba
especial ánimo y valentía a sus combatientes pero esto no fue realmente
así.
Para ese entonces ya la plaga de viruela
estaba haciendo estragos tanto en adultos como en niños. El conquistador
halló una ciudad enferma, porque de otro modo no se habría podido
explicar que llegara a dominar con tan poco obstáculo a una población de
millón y medio de habitantes de un imperio tan bien organizado. La
conquista, más que una guerra convencional fue una guerra
microbiólogica.
Para entender por qué los europeos habían
adquirido la inmunidad hay que remontarse a miles de años atrás, cuando
el hombre dejó de ser cazador y recolector y comenzó a convivir con los
animales domésticos. Hasta ese momento tampoco el primitivo hombre
europeo tenía inmunidad contra esas enfermedades. Estas enfermedades
infecciosas pasaron desde los animales a los hombres, cuando su
convivencia se hizo estrecha como consecuencia de la domesticación de
los mismos. De este modo, estos virus se introdujeron en sus refugios y
al compartir la vida con los animales también compartieron los muchos
gérmenes patógenos y parásitos, como piojos gusanos y mosquitos, propios
de ellos. También las ratas comenzaron a convivir con el hombre y
sirvió de vector de muchas de éstas y otras enfermedades.
Hay antecedentes como para pensar que
muchas de ellas eran originarias de otras especies animales y que de
alguna manera se adaptaron al hombre. Así por ejemplo, el virus que
produce la viruela, corresponde a una mutación de la viruela de la vaca.
El del sarampión, el distemper de los perros y el de la influenza, al
virus de la peste porcina. Aún hoy en día se están produciendo
constantemente mutaciones de numerosos virus, que desde los animales,
pasan, se adaptan y producen enfermedades en la especie humana. Tal es
el caso, por ejemplo, del SIDA, donde un mutante del virus parece haber
pasado de los monos a la especie humana.
Probablemente en aquella época, cuando
estas primeras enfermedades comenzaron a aparecer en el hombre, tampoco
ellos tenían resistencia y por eso también produjeron grandes estragos.
Sin embargo, en función del tiempo, los más susceptibles fallecieron y
fueron siendo eliminados de la población, mientras que los
sobrevivientes más fuertes llegaron a resistir. Así se va perfeccionando
el sistema inmune contra las enfermedades.
Más tarde, los males que en un comienzo afectaban a adultos y niños por
igual, debido al rápido y masivo contagio, pasaron a ser enfermedades
típicas de niños, ya que ellos se infectaban primero. El niño pequeño se
contagiaba ya en los primeros años de vida, con lo que la inmunidad
adquirida a esa edad persistía hasta la edad adulta. Ocasionalmente
también entraron en escena epidemias espectaculares, como la peste negra
en el siglo XIV.
Con la llegada de los españoles, se
observó el mismo fenómeno en el Nuevo Mundo, en que las enfermedades que
para los europeos eran típicas de niños, también al comienzo afectaban
en forma grave a los adultos.
Mientras más convive una sociedad con
enfermedades, menos probable es que mueran por ellas y es lo que sucedió
con la población europea. Pero no ocurría con los nativos americanos,
los cuales al no estar protegidos biológicamente, niños y adultos fueron
afectados por igual, con una altísima mortalidad.
El Nuevo Mundo también tenía sus propios
males, como la enfermedad de Chagas, la de Carrión, la triquinosis y tal
vez la sífilis. No obstante, pocas eran mortales y ninguna repercutía
seriamente ni en los conquistadores, ni en los indígenas.
La enfermedad de Carrión, fiebre de la
Oroya o verruga peruana es una enfermedad infecciosa cuyo agente
etiológico es la bacteria Bartonella bacilliformis. Se debe su nombre a
Daniel Alcides Carrión.
La enfermedad de Chagas, también conocida
como tripanosomiasis americana o mal de Chagas-Mazza, es una enfermedad
parasitaria tropical, generalmente crónica, causada por el protozoo
flagelado Trypanosoma cruzi.
Se considera que la enfermedad de Chagas es endémica de América,
distribuyéndose desde México hasta Sudamérica, aunque existen vectores y
reservorios incluso en el sur de los Estados Unidos, y en la actualidad
se considera una enfermedad, aunque esporádica, con casos identificados
en Canadá y EE.UU.Se estima que
son infectadas por esta enfermedad entre 15 y 17 millones de personas
cada año, de las cuales mueren unas 50.000. La enfermedad tiene mayor
prevalencia en las regiones rurales más pobres de América Latina.
Hace 500 años, con la llegada de los
españoles a América, se produjo un impacto cultural de gran magnitud en
la historia de la humanidad. Como parte de este intercambio, además de
las ideas, las costumbres y las leyes, también se vio afectado lo que
tiene que ver con el estado de salud de los pobladores del antiguo
continente.
El encuentro de estas dos culturas tuvo un efecto inmediato y devastador
para los aborígenes. Su aislamiento milenario de otros continentes
resultó en la carencia de inmunidad contra las grandes plagas que hasta
entonces habían diezmado al mundo.
Los indígenas habían tenido hasta antes
de la conquista una excelente salud, carecían sobre todo de enfermedades
crónicas, pero padecían de leishmaniasis americana, la tuberculosis,
verruga peruana, hiperostosis espongiosa de cráneo, fracturas craneanas
curadas y enfermedades mentales.
Los europeos trajeron una enorme carga de
epidemias como la viruela, registrada por primera vez en 1518 en Santo
Domingo y Cuba. Esta enfermedad provocaba, en todos los casos, la muerte
de los nativos que fallecían en tales cantidades que no era posible
sepultarlos. El Sucesor de Moctezuma y miles de otros guerreros, por
ejemplo, no murieron a causa de heridas de guerra sino por esta
epidemia.
No existen datos confiables que permitan cuantificar el impacto de la
epidemia pero se calcula que unos tres millones y medio de personas
murieron en México, en un período indeterminado de tiempo.
De manera no intencional, la viruela fue
el arma más efectiva de la conquista y la colonización de América. Esta
epidemia duró varios milenios y afortunadamente es de las pocas
enfermedades que la medicina moderna (la medicina, no la homeopatía)
erradicó del mundo hace relativamente pocos años hasta el punto de que
ya no es necesario vacunar de ella a la población.
El sarampión y el tifus, también hicieron
estragos en las poblaciones indígenas. Entre 1537 y 1546, una epidemia,
que se cree fue de influenza, mató aproximadamente el 80% de los indios
mexicanos, aproximadamente unos 800 mil.
La influenza o gripe es una enfermedad
infecciosa de aves y mamíferos causada por un tipo de virus de ARN de la
familia de los Orthomyxoviridae. Las palabras gripe y gripa proceden de
la francesa grippe (procedente del suizo-alemán grupi) (acurrucarse),
mientras que influenza procede del italiano.
Las plagas de la época de la conquista se
prolongaron a la colonia y de éstas, la más notable fue la malaria.
Aunque hay opiniones encontradas, no hay evidencia clara de su
existencia en América precolombina.
La meningitis y las enfermedades del sistema nervioso, también
estuvieron entre los principales males de la época de la conquista.
La historia de América no debe omitir las graves consecuencias del
contacto con los gérmenes que portaban tanto los conquistadores como los
esclavos negros. Aunque es falso que las grandes mortandades de los
indígenas empezaron después de la conquista de México en 1521. Puesto
que hay códices que demuestran la existencia de fuertes crisis
anteriores a la llegada de Cortés. Sin embargo las causas antes de la
conquista fueron climatológicas.
Todavía no había acabado la conquista
cuando apareció la primera gran epidemia, la de la viruela. Fue en el
año 1520 cuando en uno de los barcos de Pánfilo de Narváez se encontraba
un esclavo negro contagiado con viruela. Al moverlo de pueblo en pueblo
iría difundiendo el virus causando la muerte a miles de habitantes,
incluyendo a Cuitlahuac, sucesor de Moctezuma quien tan solo duró en el
poder unos meses.
La fatalidad de esta epidemia obedeció a
que los habitantes no contaban ni con anticuerpos ni con el conocimiento
del tratamiento. Está documentado que los indígenas estaban
acostumbrados a bañarse a menudo, tanto sanos como enfermos, en baños
calientes por lo que se les inflamaban aún más los granos. Otra causa
fue la muerte por hambre debido a que no había quedado quien les diese
de comer.
Diez años después surgió la segunda epidemia. En 1531 la epidemia del
sarampión traído por los españoles volvió a diezmar a la población. El
resultado neto fue nuevamente la muerte de miles de indígenas aunque en
menor medida que durante la epidemia de viruela. Debido, quizás, a que
en esta ocasión se contó con la ayuda eficaz y oportuna de los frailes
franciscanos.
En 1545 apareció la tercera. Desconocida
tanto por los españoles como por los indígenas, sus síntomas eran
arrojar sangre por la nariz con calentura. Los españoles lo
identificaron como tabardete o tabardillo y que actualmente se le conoce
como tifus exantemático.
El tifus exantemático epidémico es una forma de tifus, llamada así
porque la enfermedad a menudo causa epidemias después de guerras y
desastres naturales. El agente causal es la bacteria Rickettsia
prowazecki, transmitida por el piojo del cuerpo humano (Pediculus
humanus corporis).
En 1576 se produjo la cuarta. Fue una
epidemia similar a la anterior con fuertes hemorragias nasales pero ya
no identificada como tabardete tampoco como sarampión ni como viruela.
Se estima que esta epidemia causó la muerte de dos millones de
pobladores.
Casi al finalizar el siglo XVI brotaron dos nuevas epidemias, la de 1588
y la de 1596. Las epidemias anteriores mas las deplorables condiciones
de esclavitud y shock cultural, habían provocado ya un enorme descenso
de la población indígena. Se ha documentado que debieron morir nueve de
cada diez (población “diezmada”) de tal suerte que no había quienes se
ocupasen de la producción de alimento ni de la explotación de las minas.
En esas condiciones de falta de alimentos
y condiciones de vida insalubres, la quinta y sexta epidemia volvieron a
azotar a los conquistados. La última, la de principios de 1596, fue una
mezcla de sarampión, paperas y tabardillo. Aunque ya no fueron de la
magnitud de las primeras debido a la fundación de un hospital nacional
por parte del fraile Juan Baptista y a las acciones del conde de
Monterrey a favor del cuidado de los indios.
En total fueron seis epidemias las que surgieron en el siglo de la
conquista. El casi exterminio de las etnias ocasionó la falta de mano
obra ocasionando la caída de la producción agrícola y minera. En
síntesis, el enorme descenso de la población es explicado por las
epidemias, las hambrunas, el trauma cultural, la esclavitud y la
marginación.
La primera gran epidemia de gripe
transmitida por cerdos de la que se tiene noticias se cree que partió de
La Gomera en 1493 en el segundo viaje de Cristóbal Colón a América y
causó verdaderos estragos entre los indígenas americanos, muchos más que
la propia guerra de conquista. Es más, es la única que se puede
denominar correctamente gripe porcina (transmisión del cerdo al humano)
pues la mal llamada así que amenaza hoy con extenderse por todo el mundo
y convertirse en pandemia no se transmitió de los animales a los
humanos sino, en cualquier caso, al revés.
Un repaso a la historia del Archipiélago
demuestra que las sucesivas epidemias marcaron los acontecimientos y la
forma de ser de sus habitantes. Ya no sólo están las ocho cerdas
enfermas adquiridas por Colón en la Isla Colombina, sino la tragedia que
sólo un año después causó la denominada gripe de la modorra entre los
guanches o el hecho de que Charles Darwin no recibiera permiso para
atracar en Tenerife en enero de 1832 por el temor de las autoridades a
que la tripulación del mítico Beagle portara el cólera.
Cristóbal Colón, que ha iniciado su
segundo viaje a América pertrechado con 17 barcos y 2.000 hombres, hace
escala en esta isla canaria. Además de proveerse de agua y víveres,
compra en La Gomera ocho cerdas que irán a engrosar el crecido número de
animales domésticos que lleva a las Indias. El 10 de diciembre de 1493,
dos días después de llegar a la Isabela y de ser desembarcados los
caballos, cabras, vacas y cerdas, comienza la epidemia. El mismo Colón
llega a enfermar y son muchos los españoles que perecen. Los indios
muertos se cuentan por miles; son tantos que llega un momento en que ya
no son enterrados. Según las estimaciones de Francisco Guerra, los
cadáveres llegan al millón y medio.
Los historiadores habían responsabilizado
hasta estas revelaciones a la viruela, junto a la crueldad de algunos
conquistadores, de la gran mortalidad entre las poblaciones indígenas
tras el Descubrimiento. Pero no fue así. Además, esta gripe porcina
pionera fue tan arrasadora por las peculiares características del propio
virus de la gripe, que sufre mutaciones o variaciones erráticas en su
material genético y son estos mutantes los que provocan epidemias tan
graves como ésta. La variedad de la gripe transmitida por el cerdo
resultó particularmente maligna para una población americana que no
tenía defensas contra esa enfermedad.
Por eso mismo fue tan devastadora entre
los guanches otra gripe inmediatamente posterior –aunque no por ello
tuviera que estar relacionada con la gripe de Colón–, que había surgido
de otra mutación genética. Hablamos de la gripe de la modorra, definida
así porque generaba somnolencia.
También denominado moquillo o morriña por
quienes la trajeron pero no resultaron afectados, se determinó que era
un tipo de gripe pues la sintomatología y los datos epidemiológicos eran
concordantes con sus características. Existen evidencias, además, de
que la afección se vio agravada por dos de sus más temibles
complicaciones: la neumonía y la encefalitis letárgica.