RELATOS DE MI PADRE: MI BISABUELO.
Cuando era niño, mientras mamá servía la cena, mi padre acostumbraba a contarnos sus viejas historias.
Me fascinaba escucharlo narrar la historia de la familia y sus aventuras.
Ahora, ya no está mi madre, Juani, mi amada esposa, y yo servimos la cena, mientras mi viejo le cuenta a mis hijas y a su único nieto sus antiguas vivencias, que conozco de memoria y no me canso de disfrutarlas.
Con mucha pasión, como si fuera la primera vez que contara la historia de mi bisabuelo, mi padre relata:
“Mi abuelo era un negro bien alto, bien fuerte que andaba a caballo vestido de chalán.
Se llamaba Julián Cabrejos Varela y nunca había ido a la escuela, pero era muy inteligente, porque la gente lo invitaba a sus fiestas para que recitara sus poemas. Los recitaba de memoria o en ese mismo momento los inventaba.
Mi abuelo Julián era caporal en la hacienda Tumán. Los ricos le habían regalado unas tierras para que hiciera su casa; pero él quería vivir en el corazón de Chiclayo. Así que obsequió su chacra y se vino a Chiclayo a hacer lo que más le gustaba: recitar sus poemas.
El abuelo Julián parado en las esquinas de las calles, que hoy se conocen, como Colón y Cabrera, con su sombrero de paja, su poncho de lino color beige y franjas marrones, con su pantalón blanco y sus botas negras, fumaba sus cigarros de pelo de choclo que el mismo hacía.
Envolvía los pelos de choclo (que dejaba secar en el techo de la casa) en un pedazo de papel cuadradito y a golpe de pecho inhalaba el humo, mientras iba recitando sus propios versos.
Cuando se le terminaban sus cigarrillos de pelo de choclo seco, me decía: “Colorao ve a comprarme unos cigarros". Antes de obedecer a mi abuelo yo miraba a mi padre. A mi papá no le gustaba que mi abuelo fumara; pero tampoco se lo impedía, entonces mi papá, me decía: - Edmundo obedece a tu abuelo, pero sólo cómprale un cigarrillo-.
Entonces salía corriendo hasta la tienda. Yo quería mucho a mi abuelo Julián y le compraba cuatro cigarros, pero a mi padre le decía que solo le había comprado uno.
Así, a escondidas le daba los otros tres cigarrillos y mi abuelo me agarraba de mi cabello largo. ( Mi mamá dejaba que mi cabello crespo creciera hasta mis hombros) Mientras acariciaba mis rulos, decía con cariño de anciano : - Como se está perdiendo mi raza-.
Mi abuelo decía eso porque yo era colorao, blanco, como mi madre que había nacido en Jaén, Cajamarca.
En otras ocasiones mientras acariciaba mi cabeza, echaba una bocanada de humo y decía:- “Colorao cuando crezcas tienes que cuidarte del negro con plata, del blanco pobre y del cholo con puesto.
El negro con plata es pedante, el blanco pobre es zalamero y el cholo con puesto es abusivo.”
O me paraba frente a él, mientras sentado en una silla de madera color rojizo, me aconsejaba diciendo: “Ay, mi colorao como te quiero, ojalá nunca te olvides de mi, ojalá que no seas como el serrano, la paloma o el gato, esos tienen el alma de ingrato”.
Sin embargo, el consejo que más me agradaba era cuando me sostenía con fuerza de los hombros y me decía: “Eres bien fuerte colorao. Tienes una cajota. Tienes unos brazotes y mira este puño, cualquier cojudo no se puede meter contigo. Vas a ser un hombrón.
Y un hombrón siempre hace sus cosas solo, así le salgan pato o gallareta”.
Así es, uno tiene que hacer sus cosas solo… Así nos salgan “pato o gallareta”, comenta mi viejo con firmeza dirigiéndose a mis hijas.
Se lleva una cucharada de sancochado a la boca, pasa en silencio, y luego con nostalgia agrega: - Así era mi abuelo, un negro alto, fuerte, inteligente, que nunca fue a la escuela, pero recitaba sus propias décimas hasta que un día enamorado de una mujer blanca se marchó para siempre.
Mi abuelo a sus 90 años se había enamorado de una atractiva blanquiñosa, que nunca le hizo caso, pero lo inspiró hasta el último suspiro.
Cuando era niño, mientras mamá servía la cena, mi padre acostumbraba a contarnos sus viejas historias.
Me fascinaba escucharlo narrar la historia de la familia y sus aventuras.
Ahora, ya no está mi madre, Juani, mi amada esposa, y yo servimos la cena, mientras mi viejo le cuenta a mis hijas y a su único nieto sus antiguas vivencias, que conozco de memoria y no me canso de disfrutarlas.
Con mucha pasión, como si fuera la primera vez que contara la historia de mi bisabuelo, mi padre relata:
“Mi abuelo era un negro bien alto, bien fuerte que andaba a caballo vestido de chalán.
Se llamaba Julián Cabrejos Varela y nunca había ido a la escuela, pero era muy inteligente, porque la gente lo invitaba a sus fiestas para que recitara sus poemas. Los recitaba de memoria o en ese mismo momento los inventaba.
Mi abuelo Julián era caporal en la hacienda Tumán. Los ricos le habían regalado unas tierras para que hiciera su casa; pero él quería vivir en el corazón de Chiclayo. Así que obsequió su chacra y se vino a Chiclayo a hacer lo que más le gustaba: recitar sus poemas.
El abuelo Julián parado en las esquinas de las calles, que hoy se conocen, como Colón y Cabrera, con su sombrero de paja, su poncho de lino color beige y franjas marrones, con su pantalón blanco y sus botas negras, fumaba sus cigarros de pelo de choclo que el mismo hacía.
Envolvía los pelos de choclo (que dejaba secar en el techo de la casa) en un pedazo de papel cuadradito y a golpe de pecho inhalaba el humo, mientras iba recitando sus propios versos.
Cuando se le terminaban sus cigarrillos de pelo de choclo seco, me decía: “Colorao ve a comprarme unos cigarros". Antes de obedecer a mi abuelo yo miraba a mi padre. A mi papá no le gustaba que mi abuelo fumara; pero tampoco se lo impedía, entonces mi papá, me decía: - Edmundo obedece a tu abuelo, pero sólo cómprale un cigarrillo-.
Entonces salía corriendo hasta la tienda. Yo quería mucho a mi abuelo Julián y le compraba cuatro cigarros, pero a mi padre le decía que solo le había comprado uno.
Así, a escondidas le daba los otros tres cigarrillos y mi abuelo me agarraba de mi cabello largo. ( Mi mamá dejaba que mi cabello crespo creciera hasta mis hombros) Mientras acariciaba mis rulos, decía con cariño de anciano : - Como se está perdiendo mi raza-.
Mi abuelo decía eso porque yo era colorao, blanco, como mi madre que había nacido en Jaén, Cajamarca.
En otras ocasiones mientras acariciaba mi cabeza, echaba una bocanada de humo y decía:- “Colorao cuando crezcas tienes que cuidarte del negro con plata, del blanco pobre y del cholo con puesto.
El negro con plata es pedante, el blanco pobre es zalamero y el cholo con puesto es abusivo.”
O me paraba frente a él, mientras sentado en una silla de madera color rojizo, me aconsejaba diciendo: “Ay, mi colorao como te quiero, ojalá nunca te olvides de mi, ojalá que no seas como el serrano, la paloma o el gato, esos tienen el alma de ingrato”.
Sin embargo, el consejo que más me agradaba era cuando me sostenía con fuerza de los hombros y me decía: “Eres bien fuerte colorao. Tienes una cajota. Tienes unos brazotes y mira este puño, cualquier cojudo no se puede meter contigo. Vas a ser un hombrón.
Y un hombrón siempre hace sus cosas solo, así le salgan pato o gallareta”.
Así es, uno tiene que hacer sus cosas solo… Así nos salgan “pato o gallareta”, comenta mi viejo con firmeza dirigiéndose a mis hijas.
Se lleva una cucharada de sancochado a la boca, pasa en silencio, y luego con nostalgia agrega: - Así era mi abuelo, un negro alto, fuerte, inteligente, que nunca fue a la escuela, pero recitaba sus propias décimas hasta que un día enamorado de una mujer blanca se marchó para siempre.
Mi abuelo a sus 90 años se había enamorado de una atractiva blanquiñosa, que nunca le hizo caso, pero lo inspiró hasta el último suspiro.