Cuenta mi viejo que la primera vez que probó un rico estofado de gato fue cuando tenía 8 años, en casa de su tío Víctor.
“Me gustaba visitar a mi tío Víctor. Era un negro fuerte, pero no era
tan alto como mi papá. Mi papá medía uno ochenta y mi tío Víctor uno
setentaicinco. Era cinco centímetros más bajito que mi papá, pero tenía
las espaldas más anchas que mi viejo.
Mi tío Víctor era muy
deportista, practicaba box y peleaba los sábados y domingos en la calle
Manuel María Izaga, a la vuelta del bar Roma, donde había un ring junto a
la casa de mis tías negras.
Allí en Izaga, tenía dos tías negras.
Eran negras cutatas, altas, fortachonas, que se dedicaban a partir leña
para venderlas a las chicherías. Uyyy…Izaga y todo Chiclayo estaban
tapizados de picanterías y necesitaban leña, mucha leña para cocer el
maíz y hacer la chicha jora.
Pero a mí no me gustaba ir a visitar a mis tías negras porque era aburrido estar cortando leña.
En cambio visitar a mi tío Víctor era mucho más divertido.
Mi tío era zapatero. Zapatero de los buenos. Hacía zapatos finos para las zapaterías del señor Zamora.
El señor Zamora le decía a mi tío: -Don Víctor aquí le traigo un
modelito que me acaba de llegar de la capirucha, quiero que me haga
varios de los números 39, 41, y 42-. Al toque mi tío revisaba el
modelito nuevo y contestaba: -Claro, señor Zamora, sólo tiene que
dejarme un adelanto para el material y el resto cuando se los entregue-.
El señor Zamora le daba el dinero a mi tío sin decir una palabra más y
se marchaba como había llegado, con mucha elegancia y distinción. Era un
hombre rico, pero no tan rico como el señor Nombera que andaba en su
carro Ford color negro, como esos que salían en la serie de los
Intocables con Robert Stack que interpretaba al detective Eliot Nees.
(Me encantaba esa serie, verdad Calín…-Mi papá hasta la fecha me llama
Calín, como cuando era niño-.)
Por esos días en Chiclayo no habían
muchos carros, uno era el Ford del señor Nombera y un par más que no
recuerdo, bien de quienes eran, los otros pitucos andaban a caballo y
amarraban sus animales frente al hotel Royal, a donde solían ir a tomar
café.
Mi tío Víctor me decía que si estudiaba mucho algún día yo
también podría entrar al hotel Royal a tomar leche pura de vaca con
café.
A mi tío Víctor le gustaba mucho la leche con café, también le
gustaba enseñarme a boxear; me decía: -Mira Colorao esta es mi
guardia... Ven te voy a enseñar a cuadrarte... Pon las manos así...
Párate así... Vamos los pies bien pegados al piso... No te muevas
mucho... Mira a los ojos de tu oponente... Miralo bien... Sin miedo...
Estúdialo... Estúdialo detenidamente y sin miedo... Ahora saca el jab
izquierdo.., Engáñalo... Uno, dos tres... Otra vez... No despegues los
pies del piso... Párate firme... Síguelo con la mirada, estúdialo,
míralo de frente a los ojos, a los ojos, no bajes la mirada... Bien así,
así, no bajes la mirada, no le tengas miedo a los golpes... ¡Ahora sí
pégale duro, duro en la mandíbula, en la mandíbula!.... ¡Eso es colorao,
bien colorao!... ¡Así colorao!...sigue practicando haz sombra, mientras
yo sigo trabajando...
Me encantaba que mi tío me enseñara a boxear.
Me agradaba tanto que cuando mi papá no me daba permiso, yo me escapaba
para ir a visitarlo.
Hasta que un día después de las clases de boxeo, me dijo: -Colorao quédate a almorzar conmigo.
Por esas fechas mi tío aún estaba soltero. Era muchacho. Le encantaba
trabajar, le encantaba su oficio de zapatero, le encantaba boxear, le
encantaba reunirse con sus amigos en la chichería de la “Lorito” ubicada
en la esquina de Balta con Tacna, a unos pasos del viejo diario La
Industria, y también le encantaba comer.
Mi tío era de buen diente y
como buen negro sabía cocinar. Así que esa mañana me dijo: -He
preparado un estofado que está pa’ chuparse los dedos.
No era la
primera vez que iba a almorzar con mi tío así que no me negué. Me senté
en la mesa cuando lo veo llegar con dos platos hondos llenos de arroz
blanco, frejoles y un estofado que parecía de cabrito, y me dijo:
-Listo, Colorao. Uno para ti y otro para mí. Vamos a meterle diente que
esto caliente. La comida fría hace daño Colorao. Vamos empieza a comer y
aquí está tu vaso de chicha morada-.
Empezamos a comer y me lo
acabé todo. Mi tío me había servido unas presas, unas tronchas que
estaban suavecitas como el cabrito y hasta me comí otro plato. Mi tío
hizo lo mismo y luego me dijo:- Colorao tu sabes porque soy bien fuerte,
bien ágil y no me enfermo de nada-. Respondí: -No sé tío. Lo que sé es
que mi papá dice que usted es muy deportista y que todos sus amigos
negros que vienen de Saña también son bien fuertes, que todos saben
boxear y que se reúnen en la picantería de la “Lorito” para tomar chicha
y comer pescado sudao, causa y panquitas de life-.
Entonces mi tío
esbozó una ligera sonrisa y dijo seriamente: -Ay, tu papá siempre tan
discreto. Pero, yo te voy a decir porque soy un negro fuerte y ágil:
Sabes, por qué, Colorao,...Porque me gusta comer gato”-.
Yo tenía
ocho años, ocho años y nunca había escuchado algo semejante, mi papá
nunca me había dicho que a mi tío Víctor le gustaba comer gato, tuve
miedo, pero siempre he tenido un estómago y un espíritu fuerte. Lo quedé
mirando a los ojos fijamente como si lo quisiera matar con la mirada,
para saber que no me estaba asustando, que no me estaba mintiendo, que
no me estaba vacilando. Yo quería mucho a mi tío Víctor, pero en ese
momento no sabía que hacer, ni que pensar. Entonces rompió la tensión y
comentó: -A mis amigos de Saña y a mí nos gusta comer gato. Nos
gusta subir a los techos y atrapar a los gatos más gordos, que se andan
comiendo la carne que los vecinos cuelgan en sus corrales para hacer
cecina. Esos gatos gordos que se alimentan de pura carne de res son los
más ricos, son los más sabrosos, como éste que acabamos de comer y sabe
a cabrito-.
En ese momento pensé que mi tío no me estaba diciendo
la verdad, que no sé por qué razón me quería vacilar. Me puse de pie y
le dije con todo el atrevimiento del mundo:- Tío no le creo nada. A ver
muéstreme la piel del gato que acabamos de comer-.
Sin más se puso
de pie muy contento y ordenó:- Ven, Colorao, sígueme a la cocina. Te voy
a demostrar que no te estoy mintiendo, ni te quiero asustar-.
En la
cocina tenía la piel del gato bañada en sal, la cabeza estaba en la
basura y yo me quedé de una sola pieza mirando las ollas que aún tenían
los restos del estofado.
En ese momento me di cuenta que mi querido
tío Víctor me estaba diciendo la verdad, ya no sabía que decir ni que
preguntar, sólo sabía que me había comido una carne tan rica como el
cabrito.
Cuando regresé a mi casa, le conté todo a mi papá. Mi
viejo lindo no se molestó. Él sabía que su hermano y sus amigos de Saña
era comegatos. Así como un maestro de escuela, explicó que mi tío
Víctor y sus amigos negros tenían la antigua creencia africana que quien
come gato se hace fuerte, ágil y va a tener larga vida.
Pero me
aclaró que él no creía en eso, que eran puras supersticiones de los
antiguos negros de Saña y que él prefería comer un buen pescado, un buen
bistec de carne de res o un rico cabrito de chivito de leche.
Y
como mi viejo no me prohibió que vaya a ver a mi tío, yo lo visitaba
como siempre para que me enseñara a boxear y a disfrutar de un rico
estofado de gato".