Mis viejos amigos, los muchachos del barrio.
por: Carlos Cabrejos Bocanegra
por: Carlos Cabrejos Bocanegra
Se nos esfumó el ayer.
Y con él los juegos del barrio,
las travesuras de la escuela,
los bailes de promoción,
la fiesta de graduación...
Todos crecimos...
Unos pronto se casaron,
otros siguieron estudiando
y pocos emigramos...
Sólo el barrio
solterón petrificado
se quedó solo;
siempre coqueteando
con la misma esquina,
siempre timbeando
con el viejo poste apolillado
entre las esquinas
de Colón y Cabrera.
La chilampa,
los vientos fuertes,
los tierrales,
los cambios de temperatura,
a las cinco de la tarde,
ahora son sólo simples recuerdos
como son aquellos peloteros
que pichangueaban día y noche
entre las zigzagueantes calles
de viejas paredes
hechas a base de barro,
adobe, quincha y madera.
La señora Bárbara,
mujer molesta
por generaciones,
ya no está,
ni nos grita más,
ni se esconde tras su puerta
para asustarnos,
ni nos quita
la pelota por sorpresa,
ni nos la regresa
a la mitad cortada
con su gruesa tijera.
Sólo existe su fantasma
entre su puerta de entrada
y los cristales labrados
de su mampara.
Los chiquillos de mi barrio
hoy ya no corren por la Balta,
ni por la plaza de armas,
mucho menos, por los pasillos,
de los cines del pelao Cortés.
Se acabaron aquellas travesuras,
se acabaron los juegos de la infancia,
las noches de patear latas
por las avenidas chiclayanas.
Pedro Ruíz Gallo, Bolognesi,
Luis Gonzáles y Sáenz Peña
nos deben extrañar.
Como extaño en esta noche:
Las noches de jarana,
de risas y chupe,
de chelas y piqueos
que íbamos consumiendo
al compás de vasos y botellas,
al ritmo de una guitarra,
de un cajón y unas cucharas...
Lanzamos el cachito...
¡Cinco chinas en un tiro!
¡Cinco ases son mejores!
¡Salud!
Fue el final
de las inocentes temporadas
del ajedrez y las pichangas,
de la pega y el ampay...
Ahora todos esos juegos
son meros recuerdos
de nuestro pasado libérrimo,
son meros recuerdos
como aquellos tiempos
de verano en Pimentel.
Pimentel de playas hermosas,
de mujeres bronceadas como diosas.
Lagarita de cholas bonitas,
de chicha y tarde embriagantes.
Santa Rosa.
Caleta de sabrosos y
picantes cebiches,
donde los pescadores
dominan el mar de Grau
cabalgando sobre el lomo
de sus legendarios
caballitos de totora.
Puerto Etén.
Ciudad Eucarística
donde el Niño Dios
probó tu causa de peje blanco
frente a tu esquelético muelle.
¡Santo Dios!
Casi me caigo
de ese cadavéric0 muelle.
Un madero enclenque
se hundió bajo mi pies,
el agitado mar
ruge salvaje
esperando mi caida
para devorarme...
¡Zas! ¡Pas!
Como un felino doy un brinco...
Me salvé...
Y ¡Allí estaba! ¡Pepito Moreno!
Pescando cachemas
con un sólo anzuelo...
Más tarde,
en la caleta San José,
hubo que cambiar
a la muerta...
Y de regreso a Chiclayo
un niño pasa gritando:
alfajores de Doña Vega,
Kinkones de cincuenta sabores,
mis amigos y yo,
esa noche,
sólo queríamos unos picarones
de la señora de los buñuelos,
quien siempre
su puesto ponía
entre las esquinas
de Colón y Cabrera.
Sin embargo esta noche
todo sólo es un sueño,
una quimera
flotando sobre el río Reque,
bailando sobre el Jequetepeque.
Los muchachos de mi barrio,
los chibolos de mi calle:
Milé, Capucho, Roberto,
Quique, Quiquín, Jaime,
Rafa, Cholo, Chema, Víctor, Celín...
Ahora sólo somos un video,
una fotografía,
un papel que el viento lleva
hacia la costa, la sierra o la selva;
un papel
que viaja en primavera,
cruzando fronteras
más allá de nuestra tierra.
Los muchachos de mi barrio
ahora sólo somos
una anécdota de nombres
que crecieron con hombres
que tomaron su propio camino
que navegaron por sus propias aguas,
que hicieron suyo su destino.
Sólo mi amigo Guilo
queda como un pilar
de granito incólume
en su misma esquina,
en su misma tienda,
enterrando a sus padres
conversando con las
mismas piedras.
A mis amigos del barrio.
México 30 de abril de 1997
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