Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

domingo, 15 de diciembre de 2013

ARTEMIO

  LOS NIÑOS TRIQUIS DE OAXACA, MÉXICO:CAMPEONES DEL CUARTO FESTIVAL INTERNACIONAL DE MINIBÁSQUETBOL DE CORDOBA, ARGENTINA 2013

No deseo que acabe este año sin escribir algo más. Y esta vez lo quiero hacer sobre los recuerdos, que los sorprendentes niños triquis han traído a mi memoria. Recuerdos que me hacen volar hasta mi barrio y en especial me hacen ver otra vez a Artemio, un niño de la selva peruana que llegó a Chiclayo en la década de los años setenta.
Por aquellos días había terminado el Campeonato Mundial de Fútbol México 70. Perú tenía la mejor selección de su historia y todos los chibolos del barrio cantábamos la maravillosa polka de Felix Figueroa: Perú Campeón. 
 
PERU CAMPEON
(Polka) -
Félix Figueroa

¡Perú Campeón! ¡Perú Campeón!
Es el grito que repite la afición.
¡Perú Campeón! ¡Perú Campeón!
Dice en cada palpitar mi corazón. (bis)

Hay que ir a triunfar al mundial.
Venceremos a todo rival,
con el lema: Perú a campeonar,
siempre arriba, Perú debe ganar. (bis)

Con Rubiños en el arco la defensa es colosal,
González, Orlando La Torre, Nicolás Fuentes y Chumpitaz,
Challe, Mifflin y Cubillas, y el gran Perico León,
Baylón y Alberto Gallardo completan la selección


Esta polka era un himno para nosotros. Perú había quedado en el séptimo lugar y la fiebre futbolera en el barrio, y creo que en todo el país,  estaba en todo su apogeo. 
La mayoría de los chiquillos del barrio teníamos 9 años y sólo queríamos jugar fútbol todo el día. No importaba dónde, ni cómo, ni a qué hora. Las calles eran nuestro mejor espacio para pelotear. Aunque se enojaran las vecinas, aunque nos gritaran los vecinos, aunque nos echaran orines o nos quitaran nuestros balones y los devolvieran agujereados, desinflados o en mil pedazos; sólo queríamos pelotear, sólo queríamos pichanguear, sólo queríamos soñar con ser Cubillas, Perico León, Baylón, Chumpitaz, Rubiños, Mifflin o Alberto Gallardo, los héroes de mi generación.
Y fue durante esos días pletóricos de fiebre futbolera que llegó a nuestro barrio Artemio, un niño selvático, un chunchito del amazonas que apenas medía un metro treinta, apenas hablaba español, nunca había usado zapatos, ni zapatillas y tenía sus pies anchos y cayosos;  pero eso a nadie del barrio le importaba porque,  Artemio, con sus pies descalzos siempre estaba listo para pelotetar.
Artemio cuyos apellidos nunca conocí, había llegado a nuestro barrio para trabajar con la señora Vega, la dueña de la panadería ubicada entre las esquinas de la Av. Balta y la calle de Francisco Cabrera. (Ver poema a doña Vega. Garabatos de un caminate 2 de enero del 2011)
Doña Vega tenía su propio hijo Césitar, pero era el niño engreído, el chocho de su casa; y Artemio era el niño de los mandados. 
Artemio era el chibolo que corría sin zapatos a comprar, en las tiendas del barrio, lo que a doña Vega le hacía falta. 
Luego cuando fue creciendo y haciéndose más fuerte, Artemio, sin tabas,  era quien iba a comprar las ríquismas barras de manjarblanco hasta la fábrica de helados y dulces "La Flor del Norte", ubicada en la cuadra tres de Francisco Cabrera.
Sin embargo, como a todo niño, a Artemio le encantaba el juego y en especial le encataba jugar fútbol, le encataba pelotear y cada vez que doña Vega lo mandaba a comprar algo aprovechaba para pichanguear con todos nosotros.
Allí en medio de la calle, entre chungos y adoquines, entre los carros   estacionados, entre la gente que pasaba; con zapatos o sin zapatos, con zapatillas o sin zapatillas, con ropa de calle, jeans o pantalones vaqueros estábamos listos para pelotear.
No importaba si vestíamos con ropa de marca, no importaba si teníamos zapatillas de marca; no importaba si la pelota era de plástico, de jebe, de trapo o de cuero; no importaba si nos íbamos a ensuciar, o si luego nos iban a reñir o pegar... Sólo nos interesaba pelotear, como si se tratara del último partido de nuestras pequeñas vidas. Jugabamos. Sí, jugabamos con pasión, con entrega, con determinación, con fuerza y Artemio jugaba así, jugaba con fuerza, con mucha garra y con la cabeza baja avanzaba como un toro en busca del arco contrario para meter su gol y gritar sin frenos, como un loco que gana el campeonato mundial.
No era técnico, pero era fuerte, impetuoso, marcaba con vehemencia y con tanta vehemencia corria sin zapatos sobre los adoquines, sobre las piedras o chungos que alguien del barrio le llamó: "Mono loco".
No me acuerdo quien le puso ese apodo, mas no importa en el barrio todos teníamos apodos; pero Artemio era así como un mono corriendo, como un toro arremetiendo y como un loco gritando cuando anotaba un gol.
A él no le importaba jugar sin zapatos, no le importaba jugar sin zapatillas, no le importaba protegerse los pies, pues no faltaban quienes le pisaban los dedos con fuerza para detenerlo, para ablandarlo, para achicarlo, para bajarle la moral; mas nadie lo lograba porque Artemio era un niño fuerte con ganas de jugar aunque después doña Vega lo riñera, lo regañara por tardarse tanto en regresar a la panadería con el mandado.
Doña Vega le gritaba: -Muchacho malcriado te voy a regresar a la selva-; pero eso no le importaba. Artemio había jugado, se había divertido,  había recibido patadas, empujones,  duros pisotones; pero jamás se quejaba, jamás lloraba y no faltaba quien comentara: -Ese chuncho está bien cruzate-.
En todo ese tiempo sólo una vez lo vi llorar, sólo una vez lo vi sentarse al filo de la vereda y agarrarse el dedo gordo de su pie derecho con el cual solía meter sus goles. 
Esa mañana, Artemio quiso darle un horquetaso a la pelota, pero algo le salió mal. Sólo escuchamos un golpe seco. Un fuerte golpe y un grito de dolor. Artemio le había pegado con sus dedos desnudos a un chungo y no al balón. Le había pegado tan fuerte que removió al chungo de su lugar y desprendió su uña de la base de su dedo gordo del pie derecho. La pelota se detuvo. Todos nos quedamos inmóviles viendo como Artemio brincando con el pie izquierdo avanzaba hacia la vereda. El dolor era tan fuerte que le arrancaron un chorro de lágrimas, que bañaron rapidamente su rostro cobrizo quemado por el sol. 
Nunca antes lo había visto lagrimear, nunca antes lo había visto llorar, ni cuando lo pateaban, ni cuando lo empujaban, ni cuando le daban duros pisotones, ni cuando lo barrían y lo tiraban sobre los adoquines y se paraba con el pantalón todo roto y las piernas, y las rodillas, y los codos y los brazos todos raspados. Sin embargo, esa mañana no era igual a las otras. Artemio ahora si estaba sufriendo, ahora si sentía un profundo dolor y por más que se aguantaba las lágrimas le seguían brotando, como la sangre que salía de su dedo gordo del pie derecho. Fue entonces en ese instante que todos los chibolos del barrio nos dimos cuenta que Artemio, el "mono loco", el "chuncho", el niño de la selva no era de acero, era como nosotros y como nosotros lloraba;  pero, era más valiente que nosotros, él lloraba en silencio, aguantando con mucha fortaleza el dolor, que creo que yo nunca lo hubiese soportado así. Sentado al filo de la vereda y en medio de todos nosotros lloraba en silencio y sólo repetía: -Ahora si me saqué la mierda, ahora si me cagué mi dedo, ahora si me va a pegar doña Vega-.
Días después con el dedo vendado y sin zapatos volvió a la calle, volvió a salir y nos contó que lo habían curado en la asistencia pública y ahora sólo estaba esperando que la uña le volviera a crecer para seguir jugando.
Pero ese día ya no volvió, Doña Vega al descubrir que su único hijo era adicto decidió traspasar su negocio, irse a Lima para rehabilitar a César y así nunca más supe de ellos. 
Artemio, el niño de la selva, el chuncho, el "mono loco"  quedó grabado para siempre en mi memoria y ahora me siento orgulloso de haberlo conocido, de haber peloteado con él, de haber caminado sin zapatos como él por las calles de Chiclayo, aunque mi papá y mi mamá se enojaran.
Como decía un viejo amigo, Jaime Cabrera:-Caminar sin zapatos es tener una relación íntima con la tierra, es la relación más íntima con la naturaleza-.  Y creo que esto es lo que sienten los niños triquis, los niños que como Artemio nos dan y particularmente me dan una lección de vida.








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