Hace treinta años cuando llegué a México podía caminar tranquilo y sin miedo por las céntricas calles de la capital azteca
Lo hacía en mi tierra con los muchachos del barrio.
Disfrutábamos caminar de noche por la avenida Balta, el parque, el
jirón Elías Aguirre hasta la calle 7 de enero, para tomar un chocolate
caliente y saborear un rico sanguche de chorizo argentino o de cuerito
de chancho en el puesto callejero de la "muerte lenta".
Lo hacía en
Piura cuando de noche regresaba solo, pasando por el cementerio de la
Mangachería, rumbo a la pensión de la señora León, en la urbanización
Santa Isabel.
Lo hacía en Lima cuando de noche salía a jironear
desde el jirón Junín rumbo al Palacio de Gobierno y de allí al jirón de
la Unión para tomar un emoliente caliente y luego regresar otra vez a
pie a la casa de mi abuelo en la cuadra 11 del jirón Junín en Barrios
Altos, y nunca me pasó nada.
E hice lo mismo al llegar a México. Era
un placer salir de noche tomar el metro bajar en el Zócalo y caminar y
caminar por sus coloniales calles rumbo al Palacio de Bellas Artes, la
Alameda Central, la esquina de la información hasta la estación Juárez,
del metro, donde saboreaba unos ricos tacos soadero.
Luego ya no lo
hice solo. Comencé a salir con Juani, mi esposa, a pasear de noche por
la colonia Roma, el Parque México o desde Manzanillo hasta Glorieta de
Insurgentes para tomar un refresco en un huarique donde unos chavos
tocaban música andina. Mi esposa estaba embarazada, no podíamos tomar
alcohol, una coca era suficiente y luego, igual, regresábamos a pie por
la emblemática avenida Insurgentes hasta nuestro pequeño depa en la
calle Manzanillo, a un costado de SEARS. Y nunca nos pasó nada.
Más
adelante cuando tuvimos a nuestra primera hija dejamos la Roma y nos
venimos para Cd. Nezahualcóyotl en busca de mayor espacio y menos
contaminación. Cd. Neza, como le decimos con cariño, no era aún lo que
es hoy; pero me gustó desde la primera vez por su diseño, sus calles
amplias, sus avenidas anchas, estructurada como un tablero de ajedrez,
sin los grandes edificios de la capital. En cierta forma se parece a
Chiclayo, mi tierra natal, porque fue erigida por sus propios colonos y
en las tardes corre mucho aire y cuando está despejado se parece a
Arequipa, se ven los volcanes Iztaccihuatl y Popocatépetl,
Me gustó
Cd. Neza, me gustó su gente que venía de todas partes de la República
Mexicana, en especial de Oaxaca, que tiene mucha similitud con Monsefú y
Catacaos.
Así que me sentí muy cómodo en mi nuevo municipio y
comencé a caminar por sus calles aún polvorientas y llenas de lodo en
épocas de lluvias. Caminaba desde la colonia Agua Azul hasta el Palacio
Municipal por toda la avenida Chimalhuacán y de allí seguía por la López
Mateos hasta la avenida Pantitlán para retornar a casa en Lago Mask,
por la Av. Neza.
Hasta que me encontré con un paisano, Nelsón Ruiz,
un trujillano que me enseñó como era la vida nocturna de Cd. Neza.
íbamos de bar en bar, de cantina en cantina aprendiendo las costumbres y
el albur mexicano. En esos días yo escribía historietas y Nelsón era
dibujante. Yo escribía "La Novela Policíaca", para Novedades Editores
S.A. de C.V. y Nelsón trabajaba para editorial EJEA ilustrando los
comics de Sensacional de Mercados, Sensacional de Luchas, etc.que por
esas fechas tenían mucho éxito en el mercado nacional.
Siempre me ha
gustado caminar de noche ya sea en mi amado Chiclayo, en mi hermosa
Lima o en mi tierra adoptiva Cd. Nezahualcóyotl, pero desde que México
se convirtió en un país secuestrado por la delincuencia organizada dejé
de salir a patear latas, dejé de vivir de noche.
Caminar de noche era un placer que hoy ya no puedo saborear.
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