El pasado 7 de agosto a las 10.21 de la noche mi padre partió al infinito, a unirse con el universo, con la Pachamama (Madre tierra) o con nuestro creador, como cada uno lo quiera ver desde su propia fe, desde sus propias creencias. (Cada quien es libre de creer en lo que le de más paz interior)
Sin embargo, ver morir a mi padre, verlo morir en mis brazos literalmente; verlo partir con su rostro lleno de paz, con la expresión de un niño que se duerme profundamente; verle bajar su cabecita blanca suavemente hasta exhalar su último suspiro; verlo morir dulcemente me dio la respuesta a la pregunta que me vengo haciendo desde que escribí hace 42 años mi primer poema: ¿Qué es la vida?
Y ha pasado un largo tiempo para hallar la respuesta a esa pregunta, pregunta que mi padre a sus 92 años me respondió con el silencio de su muerte: La vida es nacer para morir, para morir con honor.
Así es, así es como comprendo hoy la vida: La vida es una oportunidad para morir con honor.
Mi padre se marchó dándome su última gran enseñanza, su última gran lección, sin palabras, y en el silencio de su despedida me dijo: La felicidad del ser humano consiste en encontrar una muerte honorable.
La deshonra y el deshonor son la desgracia del ser humano.
Descansa en paz, papá.
Hermoso, Carlos. Para morir con dignidad, es preciso vivir purificando el corazón, la vida, con la mayor honestidad y perseverancia, y esa, esa es la mayor tarea en el Universo.
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