Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

viernes, 17 de octubre de 2025

EN PRIMERA PLANA: MIS MEMORIAS EN OJO. NO ERA MI HORA

 POR: CARLOS ENRIQUE CABREJOS BOCANEGRA

NO ERA MI HORA
En otra ocasión, Julio Ugaz y yo fuimos a la selva a cubrir otro huayco que había dejado aislado a los cafeteros de Tarma. Ugaz era un reportero gráfico muy profesional, intrépido y audaz. Además, tenía un gran don para tomar fotos que iban con la política gráfica de OJO.
Recuerdo que esa noche apenas habíamos acabado de trabajar.
Yo quería ir a mi cuarto. Alquilaba un cuarto en Pueblo Libre con Jimmy Torres periodista del diario EXTRA. Habitación que, meses después, dejamos cuando a mi viejo amigo lo comenzó a perseguir Sendero Luminoso.
Julio quería ir a cenar con su familia, cuando Revoredo nos dijo que vayamos sobre el pucho a La Merced. Había caído un huayco que impedía el abasto de café, frutas y flores a Lima. En ese instante nos congeló y me preguntó: ¿Cabrejos tienes plata?
Yo era soltero. No tenía muchos gastos y siempre que podía ahorraba algo para comprar dólares porque la inflación nos dejaba en la calle. Le contesté que sí y agregó: Pues váyanse de una vez a Tarma, luego te devolvemos tu plata.
De un cajón con llave saqué mi casaca y mi plata. Julio agarró otra vez sus cámaras, rollos de fotografía, hizo una llamada a su casa y sin pensar mucho partimos rumbo a la tierra de Mónica Vecco. Nuestra colega de ojos grandes color de miel. Muy simpática.
Teníamos prisa, así que fuimos directo a un servicio de comités. En Perú era normal el servicio de estos carros de 8 cilindros que se hicieron famosos en las películas de "Harry el Sucio" con Clint Eastwood. Mi papá usaba este servicio para ir de Chiclayo a Trujillo a toda mecha.
Sus ventajas eran: Se llenaban más rápido que los autobuses y por supuesto eran más veloces que esos pesados camiones. Claro eran mucho más caros; pero, en esos momentos lo único que queríamos era llegar a Tarma y de allí a La Merced y al lugar del siniestro.
Dicen que la suerte siempre está al lado de los valientes y esa noche nos benefició.
Al toque partimos hacia el departamento de Junín, en la sierra central del Perú a 230 kilómetros al Este de Lima siguiendo la carretera central. El chofer corría como un cristiano espantado; los otros pasajeros se agarraban bien duro de sus asientos, creo que se querían entornillar a ellos. Sin embargo, Julio y yo íbamos adelante, al lado del chofer. Estábamos acostumbrados a la velocidad, pues los choferes de OJO: Ramos, el viejo León, el negro Palomares y Ultiveros siempre estaban corriendo, siempre iban en persecución tras la noticia y muchas veces levantaban las camionetas del periódico a 200 kilómetros por hora en línea recta, 150 en curvas no muy peligrosas y a 100 si la zona era muy sinuosa. Hasta en las calles de Lima muchas veces no se bajaba a menos de 80 kilómetros por hora. Gracias a Dios nunca tuvimos un accidente como la "liebre" del diario el Comercio donde si hubo heridos y muertos.
El chofer iba escuchando a los Shapis, un grupo chicha que se formó en 1981 gracias a la iniciativa de los músicos Jaime Moreyra y Julio Simeón "Chapulín el dulce". Al escucharlos me hicieron recordar mis días en el diario EXPRESO, donde trabajé bajo la dirección de Don Guillermo Córtez Núñez (Cuatacho) y del jefe de información Jaime Marroquín. Julio también los conocía así que fuimos platicando de ellos para hacer el viaje más ligero. Hasta le conté que entreviste al Chapulín cuando trabajaba en el diario del Jirón Ica y que la gente le había puesto de apodo "chisito", porque era chato, gordito, torcido y apestaba a queso. Julio río con su risa moderada como era su personalidad siempre ecuánime y equilibrado. Nunca exageraba, ni llamaba la atención. Era full chamba.
Tres horas después habíamos dejado atrás Lima, Chosica, Matucana, San Mateo hasta llegar a Ticlio ubicado a 4,818 metros sobre el nivel del mar. Hacía un frío de mierda. Era literalmente un congelador y en ese punto, en el punto más alto del viaje, de la sierra limeña, de la provincia de Hurochiri el carro de Harry el Sucio se quedó. Ya no quiso avanzar. ¡Puta madre!, exclamé.
Julio, en cambio, se bajó en silencio, sin comentar nada. Con ojos de felino en la oscuridad, sus manos firmes en la mochila de sus cámaras Nikon, miraba los alrededores. Como suelen decir hoy escaneaba que todo estuviera tranquilo, seguro, de que no se tratara de una trampa. Pues vivíamos en una época de inseguridad de asaltos carreteros, secuestros, asesinatos y una sangrienta guerra contra el terrorismo.
En tanto, el chofer abría el capot de su carro y revisaba el motor. El resto de los pasajeros no se movió de su lugar. Era obvio que preferían el calorcito y el espacio seguro del auto. Parecía que la diosa Fortuna, la diosa romana del destino nos había dado la espalda y lo peor de todo era el frío, se congelaba hasta el alma. Yo saqué de mi mochila un polo del equipo de fulbito de OJO y me cubrí la cabeza. Las orejas las tenía más heladas que mis pies. Era un frío seco como el de un congelador. Sólo nos faltaba que nuestro aliento se convirtiera en hielo. Ya comenzaba a estornudar por mi rinitis alérgica, cuando vimos la luz de un vehículo que apuntaba hacia nosotros hasta estacionarse a nuestro lado. Todos nos pusimos bien moscas. Gracias a Dios era un samaritano. Se paró para ayudar; pero, por la falta de herramientas no se podía hacer nada. Entonces decidió seguir su viaje. Le dijimos quienes éramos y a qué íbamos. Aceptó llevarnos. Pues iba a lo mismo. Tenía parientes y sembradíos de café que habían sido afectados por el huayco. Subimos a su carro, me senté en la parte de atrás para dormir un rato con el fin de descansar. Durmiendo se me quitaba la alergia. Julio se sentó adelante y continuamos el viaje.
Cuando desperté hacía un solazo, todo era verde, ya no hacía frío, hacía un calor húmedo, selvático; pero tolerable. No es un calor como el del Tajín, en Papantla, Veracruz, México, donde uno, aunque no haga nada, aunque esté parado sin caminar, suda a chorros. (Luego les contaré mis experiencias por tierra azteca).
Ugaz dormía con las manos en su maletín protegiendo las Nikón de motor. OJO tenía bien equipado a su equipo de reporteros gráficos. Parecía un soldado cuidando su fúsil.
No sé a qué hora se quedó dormido; pero, se merecía un descanso.
Minutos después llegamos a La Merced, capital de la provincia de Chanchamayo a 50 kilómetros de Tarma. El buen hombre se detuvo en el parque principal de la ciudad, Julio despertó, nos bajamos luego de despedirnos muy agradecidos. El pata se alejó y nosotros caminamos con dirección al río Chanchamayo que le da vida a todo ese lugar. Rumbo al río Julio me contó, que mientras yo dormía, él conversaba con el buen amigo. Me dijo que el pata se llamaba Karl Waldmann, descendiente de los colonos alemanes y austriacos que llegaron a Junín a mediados del siglo XIX, cuando el gobierno de Ramón Castilla, en l857, promovió la llegada de europeos para poblar la selva peruana.
En la actualidad hay descendientes de aquellos colonos en todo Junín y en particular en los pueblos de Oxapampa y Pozuzo, donde aún mantienen su lengua de origen, tradiciones y costumbres.
Karl lo había puesto al tanto de todo. Le comentó que todos los caminos rurales estaban bloqueados por el aluvión y que la única manera de llegar al lugar del desastre era por río o por aire. Así que no sólo nos había hecho un enorme favor, sino que nos proporcionó información para llegar al foco del siniestro.
A orillas del importante río, afluente del Ucayali, estaban los balseros. Subimos a bordo y una vez que se llenó de pasajeros arrancó rumbo al noreste.
Era la primera vez que estaba en la selva peruana.
Todo era muy diferente a los arenales, las pampas y los campos desérticos característicos de la costa peruana. Acá todo era verde con abundante vegetación. La gente era colorada de ojos claros, de mediana estatura, cabello castaño ondulado como Waldmann, con una sonrisa amplia en la boca. Eran muy amables. Parecía el paraíso y por unos instantes me olvidé de todos los problemas que azotaban el país. Hasta vimos a un par de nativos asháninkas, con su típica vestimenta, de pie sobre su canoa, pescando con sus lanzas de madera como en el paleolítico. Ugaz andaba tome y tome fotos hasta que llegamos del otro lado del río. Allí desembarcamos todos. También bajó la mujer con cinco niños. El más pequeño un bebé de pecho, otro de brazos, una como de tres años se agarraba duro de la falda roja de su madre. El más grandecito de seis y el mayor de unos 8 años iban de la mano un par de pasos adelante de su mamá. Al bebé lo llevaba atado en la espalda con un chal oscuro Me conmovió y me acerqué a ayudarla. La mujer me permitió alzar a la niña que se agarraba de su falda y entonces le pregunté por el papá y su respuesta me sorprendió más que el mismo huayco: -"No tienen papá, son mis tropiezos"-.
Luego de caminar media hora por un riachuelo cubierto de anguilas y peces muertos, le devolví a la pequeña. Nosotros seguimos hacia el noreste y ella caminó hacia el interior del bosque. El guía que habíamos contratado me dijo: "No se preocupe, las mujeres como ella están acostumbradas a caminar solas".
Me sacudí la cabeza para despejar mis ideas y seguimos avanzando. El río Chanchamayo quedó a nuestras espaldas y ahora caminábamos por la orilla de una vena de agua que renació con las intensas lluvias y el huayco.
Conforme subíamos la montaña, el riachuelo se convirtió en un río intransitable, con una fuerte corriente que arrastraba palos, troncos, ramas y hasta enseres domésticos de los damnificados.
Acercarse a la zona cero, cada vez se estaba poniendo más difícil. Había que sortear obstáculos, caminar por la orilla en fila india; saltar de una piedra a otra, brincar para evitar pequeñas cascadas que bajaban de la montaña rugiendo con muchísima fuerza.
Ugaz llevaba buen calzado. Ideal para lugares fangosos y la selva. Siempre usaba botines negros de cuero, botines de trabajo con suela de caucho todo terreno. Yo llevaba unas zapatillas blancas de lona y suela de hule para caminar en la ciudad. Así que no estaba preparado para caminar en el lodo y varias veces me caí, me raspé los brazos, los codos y hasta me espiné las manos al agarrarme duro de un árbol para no caer al río. Caminar en la selva húmeda no es nada fácil cuando no se tiene el calzado adecuado y cuando no se siguen las indicaciones del orientador.
Después de ese incidente que me espinó las palmas de las manos el guía me dijo con energía: "Pise donde piso yo, si quiere llegar con vida".
Ugaz me preguntó cómo estaba. Le dije que sigamos para adelante. Ya quería llegar y volver a Lima. Pero, unos minutos después me llevé el susto de mi vida. Por andar tratando de sacarme una espina, no vi donde pisó el instructor y al dar el siguiente paso caí en arena movediza. En segundos estaba enterrado hasta los muslos y con todas mis fuerzas grité: ¡Auxilio!¡Ugaz!¡Me hundo...!...
Voltearon y vieron cómo me estaba tragando la arena.
Gracias a Dios no era mi hora, pero aprendí a obedecer y entendí el dicho: "El que obedece no se equivoca".

EN PRIMERA PLANA: MIS MEMORIAS EN OJO


POR: CARLOS ENRIQUE CABREJOS BOCANEGRA
No tengo la fecha exacta, pero creo que fue en el verano del 86 cuando llegué al diario OJO ubicado en la avenida Wilson.
Me entrevisté con Salvador Larrea, Víctor Ramírez y con un pata de lentes de carey negro, vidrios verdes, bigote, chato, cabello crespo y según decían andaba con Ana María Pflucker que escribía la columna: "Casos del Corazón" con el seudónimo de Magaly Moro. Creo que era Pedro Hernández, no lo traté mucho por eso no lo recuerdo bien.
Llegué a OJO en la tarde, luego de acabar mis notas en el diario Expreso donde hice una gran amistad con don Isaac Felipe Montoro y el flaco Lambarry. Fueron ellos, don Isaac y el flaco Lambarry, quienes me recomendaron con "Guayo" Salas, jefe de policiales. Esa tarde Salas me recibió en la sala de redacción y me presentó con Larrea y con Ramírez, que eran el jefe y subjefe de redacción respectivamente. Luego fui a la dirección donde brevemente hablé con el tigre Figueroa, el director de OJO en aquellos días.
En la sala de redacción andaba el bigotón de Vega Pardo, el viejo de los vales de movilidad Baltazar (No recuerdo su apellido) Barrionuevo y Eva Izquierdo.
Salvador Larrea me preguntó cuanto quería ganar y me acordé que don Isaac me dijo: -Pide 3000 mil intis. Yo ganaba en Expreso 600 y Montoro me comentaba que me estaban explotando. Pues en Expreso cubría policiales, espectáculos, trabajaba día y noche por esa cantidad. Claro, el dinero no me alcanzaba, pero a mí me gustaba porque aprendía un montón y conocí a Pilar Brescia que una noche mostró toda su blanca pierna izquierda. Carlitos Valle quiso tomar la foto, pero ella se cubrió al toque y desde esa noche, Carlitos me decía riendo vamos a ver a la Brescia....y se mataba de risa. En fin, no ganaba mucho; pero me divertía y aprendía un montón. Por eso pensé que en OJO iba a seguir haciendo lo mismo: policiales y espectáculos; pero la gorda Aída Niño, no lo permitió. Así que en OJO tenía que hacer algo diferente y ganarme el puesto, porque en policiales estaban los mejores del medio: Jara, el misterioso Huamán, el chato Quispe y el viejo Zúñiga que tenía contactos en todos lados.
Pobre Zúñiga perdió a su chibolo, le regaló una moto honda 70 y a los pocos días murió en un accidente de tráfico. Me acuerdo que ese día toda la redacción se puso triste: Cristina, Pochita, Magaly, Gaby Márquez, Ana María Pflucker, Carmen, una flaca muy sexy que en algunas ocasiones reemplazaba a la Pflucker en la columna "Casos del Corazón" por la Dra. Magaly Moro. El colorao Bourouncle, quien además escribía obras de teatro y debutó con la adaptación de "Los Picapiedra". El cholo Palacios, Don Parcemón Adanaqué, Alberto Morales "Moralitos" , Lourdes Gómez Cotaquispe, el viejo de los vales, Johny Padilla, Carlos Basurto, Barrionuevo, Susana Mickle, de deportes, mi primo Romerito Cabrejos también de deportes; Mónica Vecco con sus ojos grandes color de miel; el chito Torres y su compadre el flaco Chikula, el Pecoso Ramírez, el difunto Revoredo, Consuelo Vargas, el gordo Raúl Fernández que en paz descanse; el pata Toledo de política y tío del flaco Calderón, que hacía provincias. De fotografía el chino Hitotushi, el negro Cubas, el cabezón Toledo, el viejo Juan Velásquez, el gordo Cuya, Carlitos Lezama, Julio Ugaz, Revilla y entre otros amigos a quienes les pido disculpas por no recordar sus nombres. Si fuera dibujante como Carlos Delgado dibujaría sus rostros. Una sincera disculpa.
La muerte del chibolo fue algo muy triste y más triste era ver al viejo Zúñiga quebrado de llanto y dolor.
Antes del accidente del hijo de Zúñiga, creo que fue cuando vinieron los cambios en OJO. Se fueron Guayo Salas y Salvador Larrea, que me habían abierto las puertas de OJO y gracias a Dios, a estas alturas, ya me había un hecho un nombre con una nota que saqué sobre el penal de Lurigancho. Larrea y Ramírez la titularon: "A LURI SE ENTRA COMO ADÁN".
En esa ocasión me metí a Lurigancho como visita siguiendo el caso humano de un raterillo que robó para regresar al penal porque en la calle se moría de hambre, no tenía amigos, ni familia y en la cárcel gozaba de tres comidas diarias, amigos y hasta de un techo y un colchón donde dormir. La nota salió en la página central.
Luego hice lo mismo en el penal de máxima seguridad Canto Grande". Allí entré con la ayuda de un guardia del INPE (Instituto Nacional de Penitenciarías del Perú). Cuando le di mi nombre al celador me reconoció y me llevó hasta el patio del penal, desde donde se podía observar a Reynaldo Rodríguez López, el "zar" de la droga, dando clases de inglés en el interior de una celda con pizarra color verde y tizas blancas. Entre sus alumnos estaba el sicario Italo Scolezzi y otros reos de alta peligrosidad, que vestían con buzos y zapatillas de marca.
El penal de Canto Grande en esos días era un hotel 5 estrellas, no como Lurigancho que apestaba a orines, caca y podredumbre.
Lurigancho olía a muerte. Como me confirmó un preso quien me contó que en el interior había un cementerio clandestino y era gobernado por la mafia de los charlies.
Los charlies eran narcos gringos con plata que pagaban para tener sirvientes de todo tipo, desde cocineros, lavanderos, hasta servidores sexuales.
Al retirarse Guayo Salas y don Salvador Larrea, llegó César Lengua como jefe de información y sacaron a Mario Munive de las calles del Callao, porque, según decían tenía muchas cartas de rectificación. Guayo Salas nunca estuvo contento con Mario y creo que él me recomendó para que me dieran la corresponsalía del Callao y allí comencé a sacar notas en primera plana de OJO. De todas maneras, Mario Munive se fue a la revista "Sí" de César Hildebrandt y continuó su vida periodística lejos de OJO. Creo que también trabajó en el diario La República y hoy se dedica a la docencia.
De Salvador Larrea nunca más supe nada, a Guayo Salas la última vez que lo vi fue cuando me invitó a una fiesta en el Callao en pleno toque de queda. Al salir ebrios de la fiesta no nos dimos cuenta de la hora y los infantes de marina nos detuvieron y llevaron a la comisaría del Callao. Esa madrugada nos la pasamos cantando con un grupo de patas que, en medio de la calle, estaban celebrando el cumpleaños de uno de ellos y también acabaron encerrados la comisaría del Callao.
Desde un comienzo entendí lo que OJO quería. Nada de notas duras, ni de terrucos, ni nada que le hiciera publicidad a Sendero Luminoso (SL), ni al Movimiento Revolucionario "Tupac Amaru", que tiro por viaje cometían atentados en las calles del Callao. Sobre todo, SL que atacaba tanto a chinos como soviéticos y en el Callao atentaron contra los marineros rusos a la hora del almuerzo.
En esas fechas barcos pesqueros soviéticos inundaban las aguas del puerto chalaco y había tantos marineros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que los restaurantes y negocios tenían anuncios en lengua rusa. Aún recuerdo al sobreviviente soviético que la explosión le voló brazos y piernas, dejando su cabeza y tronco sin lesiones graves. Fue llevado de emergencia al hospital del Callao donde lograron salvarle la vida y de allí lo regresaron a su tierra natal. Médicos y enfermeras comentaban que era un milagro. Y creo que así se publicó como un milagro de la providencia.
Me costaba ignorar la nota dura; pero ante tanto dolor y desgracia que había en nuestro país, decidí por la nota graciosa, anecdótica, catártica que ayudara a la gente a olvidarse un poco de su sufrimiento, la haga reír y le dé una esperanza de vida. Repito ya había mucho dolor en el Perú: la guerra contra el terrorismo, la inflación galopante, la pobreza, el hambre, la inseguridad, el desempleo, la mala calidad de vida, de salud mental, etc., como para seguir hundiendo al lector en la miseria humana. Para seguir metiéndole el dedo en la llaga. Eso lo hacían otros medios; pero no OJO. En OJO estábamos seguros que el lector quería algo que lo haga reír, que lo distraiga de sus males, que lo entretenga y le dé esperanza de vida, como las telenovelas mexicanas siempre con un final feliz.
Así que busqué la noticia ligera siguiendo la línea de ojo; pero sin dejar de investigar casos como el de las clínicas clandestinas en los Barracones del Callao, donde los delincuentes malheridos ingresaban moribundos y salían vivos. Tal es el caso de un peligroso criminal apodado el "Bolón". El Bolón se había enfrentado a balazos con agentes de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP). Uno de los detectives esa mañana me confirmó que él lo había herido con su ametralladora USI de fabricación israelí; pero no lo pudieron agarrar porque se metió a los Barracones del llauca. Ningún policía se atrevía a ingresar a ese lugar. Todos le tenían miedo, porque comentaban era un lugar protegido por la misma autoridad y contaba con médicos inescrupulosos que por unas monedas curaban a los criminales. La nota salió en primera plana.
En otra ocasión mi trabajo de investigación me llevó a una red criminal de proxenetas que a los marineros japoneses les vendían niñas de 13 años por la cantidad de 3 mil dólares para satisfacer sus bajos instintos.
Este caso de pedofilia en el Callao le gustó mucho a César Lengua, mi jefe de Información, quien me dio todo el apoyo para seguirlo. OJO le dio las primeras planas y las páginas centrales. Durante una semana me dediqué a escribir como los llamados "Bombiques" (taxistas alcahuetes) ingresaban a la terminal del puerto para recoger a los marineros japoneses y llevarlos directamente a las casas de cita donde les ofrecían menores de edad por la cantidad mencionada. Cabe recordar que por esos años en el puerto del Callao no sólo habían barcos pesqueros rusos, sino también japoneses que iban al mar peruano por la caza de cachalotes. Otro punto que hay que recordar que el Callao como puerto estaba lleno de bares rojos que ofrecían licor y prostitutas a los marinos mercantes, pesqueros y a todo aquel que quisiera divertirse en esa zona tolerada por la autoridad local. Y los pescadores japoneses eran muy apreciados por la cantidad de dólares que gastaban en una noche de diversión. Los dueños de los bares no querían a los filipinos por peleoneros, a los polacos por pobres, ni a los rusos por misios. Los japoneses eran muy cotizados; pero no llegaban a sus antros porque los bombiques los recogían directamente de sus barcos, los llevaban a las casas de cita y los regresaban a sus naves. Un servicio completo o V.I.P. cómo decimos hoy. Lástima que en esa época las autoridades no se tomaron en serio este caso que denunciamos en OJO y que en la actualidad se combate con todo el rigor de la ley, Pero, nos queda el gusto de ser los primeros en denunciar estos casos de pedofilia y trata de niñas en el Callao, en particular y en general en el Perú y el resto del mundo.
También estoy convencido que OJO ganó lectores porque nos exigía una redacción ágil, concreta. La regla era escribir una carilla, carilla y media o seis carillas si la nota era digna de la página central. Lo interesante de la noticia determinaba el número de carillas, el espacio en el soporte y el tamaño de la fotografía. Las fotos nunca fueron del tamaño de la página del tabloide. Había mesura. Las únicas fotos que eran el tamaño del tabloide eran las chicas de OJO que solía tomar el "Cholo" Rojas llamado la Pantera.
El pantera era un pata a todo dar. Y como él mismo narraba fue Luis Banchero Rossi, fundador de los periódicos Correo y OJO, quien lo convirtió en reportero gráfico.
Así es como trabajamos en OJO bien pegados a la realidad. Y todos estábamos dispuestos a dar lo mejor que teníamos. Sin escatimar esfuerzos, aunque en la acción arriesgáramos la vida. Tal vez esta frase suene trillada o vacía; pero, con el viejo José Velásquez y el hermano del Chito Torres al volante salimos de comisión rumbo a San Bartolo. El chito Torres para ganarse unos centavos más le rentaba su coche a OJO. Era un Volkswagen blanco, recién comprado, al mando de su hermano menor. Muy temprano llegamos al tradicional balneario ubicado en el kilómetro 51 de la Panamericana Sur de Lima, famoso por sus aguas tranquilas ideales para nadar, practicar buceo, kayak, disfrutar del verano, una cerveza fría, un cebiche y una buena comida. Le preguntamos a la policía local por donde había bajado el huayco que sepultó varios carros en el mar de San Bartolo. Seguimos las indicaciones y comenzamos a subir hacia la sierra. El carro avanzó un par de horas, hasta la mitad del camino; después de eso la tierra ya no era segura, estaba fangosa y se podía quedar a la deriva. Así que el vocho y Torres chico se quedaron en la choza de una familia de campesinos: mientras el viejo Velásquez y yo seguíamos subiendo con el único deseo de encontrar el origen del huayco. Caminamos con la esperanza de encontrar rápido el recorrido del aluvión; pero, nada, no se veía ni un solo rastro de vida. Ni animales, ni pájaros, ni lagartijas, ni sembradíos, no había nada, ni una sombra, ni un testigo que nos dijera aquí empezó el fenómeno. En todo ese desierto serrano éramos solo el viejo Velásquez y yo tratando de darnos animo el uno al otro, jugando con el eco, gritando nuestros nombres, hasta el nombre del diario OJO. Sólo el eco nos respondía y hacía compañía. Bajo el intenso sol serrano comenzamos a tener hambre y sed y no llevábamos nada para beber y mucho menos para comer. Nuestra última comida y café habían sido como a las 8 de la mañana en San Bartolo. Ahora sólo nos alimentaba el deseo de seguir adelante y cumplir con nuestra misión. El viejo Velásquez y yo nos parecíamos en algo: sin titubear mirábamos para adelante; sin calcular el tiempo para no caer en la desesperación avanzábamos con paso seguro, sin correr ni trotar para no cansarnos. Unas horas después, como a las tres de la tarde vimos un sembradío de tunas. Era un campo con cientos de plantas de tunas. Corrimos hacia ellas. Yo saqué un cuchillo que llevaba en mi mochila. Nunca lo había cargado, pero horas antes de ir de comisión, en la madrugada algo o alguien me susurró lleva tu cuchillo y así lo hice. Yo nunca había comido esa fruta. En mi tierra natal Chiclayo, nunca la conocí y mucho menos sabía pelarla. El viejo Velásquez tomó una por una y con gran destreza las limpió evitando espinarse las manos. Las tunas, aunque estaban calientes por el sol, nos quitaron el hambre y la sed y nos devolvieron la esperanza de encontrar a un campesino o al dueño del sembradío. Con unas tunas peladas en la mochila seguimos avanzando cuesta arriba como en un plano inclinado. Ahora acá en México disfrutó de las tunas bien frías y cada vez que como una me acuerdo esa aventura con el viejo Velásquez y Torres chico.
Después de comer esa maravilloso y dulce fruto y descansar un ratito, seguimos caminando hasta que nos encontramos con unos campesinos que iban jalando su burro y nos dijeron como llegar al pueblito más cercano. Ya había caído la noche cuando llegamos y los comuneros nos detuvieron. Estábamos en plena guerra contra el terrorismo. El miedo se apoderó de nosotros. No acordamos del caso Uchuraccay, cuando 8 periodistas fueron asesinados un 26 de enero de 1983 en esa comunidad andina de Ayacucho. Entonces al toque nos identificamos con nuestras credenciales del diario OJO, nos llevaron al local comunal donde el presidente municipal nos atendió con respeto, nos dieron agua, comida y un cuarto para dormir. Sin embargo, el viejo Velásquez y yo no podíamos dormir. Los representantes de esa comunidad no nos habían dicho nada sobre el origen del huayco, habían afirmado que el pueblito no tenía comida; pero nosotros cenamos con la autoridad un lomo saltado. Eso nos puso muy nerviosos, no podíamos dormir y el viejo Velásquez decía que nos podían dar cuello. Así que esperamos hasta la medianoche y cuando vimos que ya no había nadie en la calle salimos del cuarto y comenzamos a caminar sigilosamente hacia el este. Los perros comenzaron a ladrar, no era una noche negra, había luna llena y bajo la luz plateada nos alejamos de esa comunidad. Caminamos toda la madrugada. No sentíamos ni el frío, ni el cansancio hasta que nos alcanzó el amanecer y con los primeros rayos del sol vimos un enorme estanque de agua. Creo que era para riego. Tenía forma de una piscina cuadrada, no era profunda y con el calor que hacía me metí a nadar. Frescos y con ganas de alcanzar nuestro destino llegamos a un pueblito llamado "Las Palomas". Allí nos explicaron que el huayco bajó de mucho más arriba, de la cumbre de los andes limeños y que nos tomaría varios días llegar porque los caminos estaban bloqueados. No había comunicación por tierra, toda la ayuda les estaba llegando por aire, por el puente aéreo que había organizado el gobierno central en coordinación con la Fuerza Aérea del Perú (FAP). A estas alturas ya teníamos más de 24 horas sin comunicarnos con la redacción de OJO, estábamos preocupados por Torres chico y su vocho, no había teléfono y sólo nos quedaba recabar información, tomar fotos y esperar el helicóptero de la FAP que llegara con la ayuda humanitaria. Y así como al mediodía, antes de la hora del almuerzo arribó el helicóptero. Los comuneros rápidamente descargaron agua, alimentos enlatados y medicamentos. En un dos por tres la nave de transporte militar fue vaciada y estaba lista para retornar a San Bartolo, desde done operaba el puente aéreo. El piloto muy amable nos ayudó a regresar y desde la altura vimos como el carro del Chito Torres seguía en la choza de los campesinos. También se pudo apreciar como la maquinaria pesada estaba restaurando el camino. Eso nos dio mucha alegría, sabíamos que Torres chico tenía que estar bien con aquella familia. Desde San Bartolo llamamos por teléfono a OJO. Todos estaban preocupados en especial el Chito Torres que dejó todo lo que estaba haciendo para llegar a San Bartolo, mientras nosotros íbamos hacia Lima. En la redacción de OJO fuimos recibidos como héroes, como en las películas de acción con un final feliz. Al día siguiente la nota salió en primera plana, la información y las fotos en las páginas centrales. El Chito Torres había regresado con su hermano, pero creo que nunca me perdonó el hecho, porque a partir de entonces ya nunca más me invitó a ir al bar de la plaza Francia donde entre tragos, cerveza y cigarros cantábamos tangos de Carlitos Gardel que tanto nos gustaban.
En otra ocasión, Julio Ugaz y yo fuimos a la selva a cubrir otro huayco que había dejado aislado a los cafeteros de Tarma. Ugaz era un reportero gráfico muy profesional, intrépido y audaz. Además, tenía un gran don para tomar fotos que iban con la política gráfica de OJO. Recuerdo que esa noche apenas habíamos acabado de trabajar. Yo quería ir a mi cuarto, Julio quería ir a cenar con su familia, cuando Revoredo nos dijo que vayamos.... (Esta historia continuará)