El pasado lunes 6 de agosto del 2012, mi pequeña bebé, mi Belita Bebé, inició su primer día de clases en la facultad de Medicina ubicada en la inmensa ciudad universitaria de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México).
Fue muy emocionante verla con su uniforme, con su bata blanca, con el escudo de su facultad y con su hermosa sonrisa en el rostro, que lo decía todo: "Mi sueño se hizo realidad".
En esos momentos recordé los sueños de mi madre. Ella siempre quiso que fuera médico pediatra, pero yo me incliné siempre más por las letras; mas tampoco estudié lo que mi padre deseaba, el quería que fuera abogado como su hermano; yo simplemente seguí mi vocación.
Así que frente a su mami, le dije a mi hija: Tú harás realidad los sueños de tu abuela.
Así que frente a su mami, le dije a mi hija: Tú harás realidad los sueños de tu abuela.
Mi hija me dio un beso. Sin decir más la acompañamos hasta la casa de su amiga Marceci, quien cada mañana, en su carro, la lleva hasta la UNAM; tal como lo hizo cuando eran estudiantes de la prepa 2.
Hoy 10 de agosto del 2012 mi hija al regresar de la universidad, después de darle de comer, me dice: -Papi, lee este volante que nos repartió la doctora Angélica Arce, de Embriología-.
De principio a fin leí el volante. Era la carta de Esculapio a su hijo que quería ser médico. Comprendí que Esculapio se me adelantó hace más de dos mil años y más que aconsejar a mi hija en cuanto a la labor del galeno, le comenté subiré los consejos de Esculapio a mi blog, para que siempre que desees, o se te bajen las pilas, lo tengas presente; porque un médico es un siervo de la humanidad.
Hoy 10 de agosto del 2012 mi hija al regresar de la universidad, después de darle de comer, me dice: -Papi, lee este volante que nos repartió la doctora Angélica Arce, de Embriología-.
De principio a fin leí el volante. Era la carta de Esculapio a su hijo que quería ser médico. Comprendí que Esculapio se me adelantó hace más de dos mil años y más que aconsejar a mi hija en cuanto a la labor del galeno, le comenté subiré los consejos de Esculapio a mi blog, para que siempre que desees, o se te bajen las pilas, lo tengas presente; porque un médico es un siervo de la humanidad.
¿Quieres ser médico, hijo mío?
Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
¿Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y aleja su espanto?
¿Has pensado bien en lo qué ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar
a la vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada
su tarea, aislarse lejos del infortunio, tu puerta deberá estar
abierta a todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a tumbar
tu descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás hora que
dedicar a la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos de urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar sus excesos; sea porque tengan una indigestión o por un catarro.
Harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman en muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia, decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo; tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto como te llame tu amo.
¿Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas a la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas?
En adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas nefastas, y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.
¿Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación?
Ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tus ropas, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no usas barbas, si no vienes de Asia; si crees en dioses; si no crees en ellos.
¿Te gusta la sencillez? habrás de adoptar la actitud de un augur.
Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arrancan desde el principio de los tiempos para explicar un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.
Sientes placer por la verdad; ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia oscura, a quien los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia, ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.
Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen del médico. Cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado ha de ser él, y los mismos que se burlan de los dioses le confieren el sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona. La ciudad confía en él para que remedie los daños que ella causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he dicho: es un sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como las que tiene un aceitero o el que vende lana. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados.
Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios.
Cuántas veces, un día hermoso, lleno de sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de una pieza de Sófocles, te llamarán para un hombre que, molestado por los dolores de vientre, pondrá ante tus ojos un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho: "Gracias a Dios he tenido la preocupación de no tirarlo".
Recuerda, entonces, que habrá de parecer que te interese mucho aquella deyección. Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Las verás por las mañanas desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por ellas más compasión que deseos. Tú carrera será para ti una técnica de Neso.
En la calle, en los banquetes, en los teatros, en tu misma casa los desconocidos, tus amigos, tus allegados te hablarán de sus males para pedirte un remedio. El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan.
Tu vida transcurrirá como la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por los buitres.
Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas. Pero dudarás si es acertado hacer que sigan viviendo hombres atacados por un mal incurable, niños enfermizos que niguna probabilidad tienen de ser felices.
Cuando a costa de mucho esfuerzo has logrado que la existencia de algunos se prolongue, vendrá una guerra que lo destruirá todo.
Piensalo bien mientras estás a tiempo; pero si indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien pagado con la dicha de una madre, con una cara que te sonríe porque ya no padece, o con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, ¡hazte médico, hijo mío!
Y como dice el lema del escudo de la Facultad de Medicina de la UNAM:
"Allis Vivere"
Vivir para los demás.
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