Como buen norteño gustaba de una sabrosa chicha jora, de una buena chichería, de una buena platica y de unos buenos amigos: Roberto Castro, Carlos Sánchez (+), Renán estrada (+), Hugo González y mi compadre Jorge Bernuy (+)
Hoy al mediodía por medio del chat, mi vieja amiga Lulú me dio la mala noticia de la muerte de nuestro querido amigo Parcemón Adanaqué.
Decir que su muerte no la he sentido, sería como negar la profunda admiración que sentía por él.
Porque don Parce más que un redactor, más que un periodista a carta cabal, era un ser Humano.
No estoy llorando. Sus recuerdos me llenan de alegría. Lo conocí por primera vez cuando llegué al diario OJO.
Tenía 25 años y unos cuantos meses. Era un chibolo, lejos de su tierra, lejos del refugio de su casa, del amor de sus padres, de la familia, de los amigos de la infancia. Era un chibolo provinciano que sólo quería trabajar, pero que muchas veces también quería tirar la toalla, derjarlo todo y regresar a casa.
Vivir solo en Lima ya estaba resultando pesado. La guerra contra el terrorismo, la corrupción, la coima; la soledad de mi cuarto, etc, me ahogaban lentamente. Parecía que estaba atrapado en un rincón sin salida y cuando todo me parecía oscuro, una sonrisa sincera me dio un aliento de vida.
Porque así era don Parce, como solíamos decirle con cariño todos los periodistas de OJO.
Don Parce tenía ese don, tenía ese poder de hacer brillar la luz con un saludo amable y una sonrisa sincera.
Así es como lo recuerdo, como un hombre que con su sonrisa amable sabía arropar a las nuevas generaciones de periodistas que estabamos empezando en OJO.
Daba gusto hablar con él, daba gusto sentirse aceptado, daba gusto escucharlo y daba gusto que luego del caso del caso de la mafia de pedófilos en el Callao, me llamara siempre: Bombique.
Sería un mal agradecido sino lo recordara así, siempre sonriente, siempre aceptando a las nuevas generaciones, siempre enseñando.
Por eso lamento mucho no poder ir a visitalo en el 2003, cuando estuve en Lima y hablé por telefono con él. No sabía que esa sería la última vez que lo volviera a escuchar. Por esos días don Parce había sufrido una parálisis, pero pese a su mal por teléfono era la misma persona sonriente que conocí en vida. La misma persona que me motivó a seguir luchando para permanecer en Lima, y ahora me motivaba a regresar a México y seguir trabajando por hacer realidad mis sueños.
Ese era don Parce, un hombre sin envidias, ni miedos a las nuevas generaciones de periodistas.
Descanse en Paz don Parce, Gracias por su sonrisa, gracias por hacerme sentir querido, por arroparme cuando todo parecía perdido.
Buen artículo mi querido amigo Carlos para un maestro que supo ganarse tu admiración y confianza.
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