Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

domingo, 20 de diciembre de 2020

EL CONOCIMIENTO ES EL CAMINO PARA RESPETAR A LA NATURALEZA, NUESTRA MADRE TIERRA

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El filósofo inglés, padre del empirismo filosófico, Francis Bacon, en el siglo XVII decía: "El conocimiento es poder".
Con este axioma muchos hemos crecido y hemos pensado que el conocimiento es para dominar al que no sabe, para dominar la naturaleza y como último fin lograr un poder económico, político y social y familiar.
De manera mezquina pensamos que el conocimiento nos da licencia para someter, doblegar, humillar y esclavizar al prójimo y a nuestra madre tierra rompiendo el equilibrio de la naturaleza.
Pensamos que como seres inteligentes y con conocimiento estamos por encima de las leyes naturales, sentimos que no somos parte de la naturaleza, ni de sus leyes y vemos a la pachamama como un objeto de uso y no como un sujeto que merece respeto.
En pocas palabras como dicen acá, en México, y que es parte de esa malsana filosofía popular: "El que tiene el varo (dinero) manda".
Sin embargo, en la epistemología de la filosofía andina, en el pensamiento de los antiguos hombres de los Andes, el conocimiento tiene un concepto más generoso, más fraterno, más altruista, más social, más humano. en una palabra un concepto más natural.
Para el hombre andino el conocimiento es el camino hacia el respeto. Es el camino hacia desprenderse del egoísmo humano, es el camino que nos conduce a compartir lo que uno sabe en beneficio del prójimo, de la familia, de la comunidad, del aillu, de la naturaleza, de la madre tierra, de la pachamama.
El conocimiento, para la filosofía andina, es el poder que se tiene para enseñar al que no sabe, para respetar las leyes de la naturaleza manteniendo el equilibrio universal con el fin de lograr la felicidad del ser humano y la naturaleza. Porque el filosofo andino nos recuerda que nosotros también somos naturaleza, que somos parte del ciclo de la vida de las leyes de la naturaleza.
El conocimiento, para la filosofía andina, es el poder que tiene el ser humano para evitar el sufrimiento de sus semejantes recordando que para el pensador andino hasta una piedra tiene vida y merece respeto.
En el siglo XIII, San Francisco de Asís, patrono de la ecología, le enseñaba al mundo que la naturaleza se merecía un profundo respeto.
En fundador de la orden franciscana dos siglos antes del descubrimiento de América y sin conocer el pensamiento de los andes, enseñaba que los seres humanos teníamos que respetar a la naturaleza y respetar la vida de todos los seres vivos. Por eso ahora se llama el patrono de la ecología.
En la actualidad el papa Francisco en su enclítica "Laudato si", publicada el 24 de mayo del 2015, nos recuerda que el ser humano está obligado a respetar la leyes de la naturaleza porque el ser humano es naturaleza.
El papa Francisco, no sé realmente si conoce el pensamiento andino, pero en su obra pastoral de más de 100 páginas, nos recuerda que el ser humano conoce para amar, para ser feliz y vivir en comunión con la madre tierra.
Es decir que el conocimiento, como dicen los filósofos andinos, es para compartir y respetar a nuestra madre tierra, la pachamama.

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

RELATO 5: LA AVIONETA, LOS COLOMBIANOS Y EL YATE DE LUJO


Como dije en el relato número 4, la chica del pantalón camuflado nunca regresó a Obaldía, nunca más las volvimos a ver, el negro Caícedo y la  berraca de  la negra Fermina se quedaron con ella, pensé lo peor.

La mañana del tercer día, como siempre muy soleado y caluroso, la policía militar corrió a los niños que jugaban pelota en el maltratado pasto de la pequeña y única pista de aterrizaje del puerto.

Los niños con su pelota en mano, gritando y riendo como un hecho muy natural para ellos,   salieron corriendo, mientras una avioneta descendía para aterrizar en el terreno plano cuyo grass estaba corto pero mal cuidado.

Y mientras la avioneta aterrizaba los lugareños metían a sus hijos a sus pobres casas, hasta que las calles se quedaron totalmente vacías.

Tres colombianos se acercaron a Alberto y a mí. Estábamos desayunando en el restaurante de la negra Candé, cuando el colombiano de sombrero panameño y diente de oro, como Pedro Navaja, se acercó a nuestra mesa y dijo con autoridad: -“Peruchos cuando acaben de desayunar se van a la playa, no los quiero ver por acá hasta que acabemos de trabajar”.

Así como se acercó se fue a saludar a la negra Candé que estaba tras su mostrador, mientras los otros dos seguían fijos de pie en las puerta de entrada y no nos quitaban la mirada de encima.

Cada uno de ellos medía más de un metro ochenta centímetros, corpulentos y vestían de blanco como en las pelis de Miami Vice. Parecía que los habían sacado de alguna serie de narcos, pues habían llegado en una hermoso yate de  lujo color blanco que atracaron en el muelle del puerto.

Cuando acabamos de desayunar, nos dirigimos a la playa. La avioneta ya había aterrizado y más de una docena de hombres trabajan bajando cajas de la avioneta y otros hacían lo mismo bajando cajas del yate de lujo.

Desde la playa podíamos ver como se apuraban en descargar y cargar las naves. La policía militar de Obaldía vigilaba que nadie se acercara al yate ni a la avioneta. Una hora después el yate partía hacia el sur, rumbo a Colombia y la avioneta lo hacía rumbo al norte, tal vez a Ciudad de Panamá o con dirección a alguna isla del Caribe. Eso nunca lo supimos, ni lo sabremos. Sólo vimos como la gente volvía a su actividad normal, cuando las naves se marcharon, y como los niños volvieron a pelotear en la pista de aterrizaje.  El colombiano del diente de oro y sombrero panameño junto con sus corpulentos guardaespaldas se habían esfumado. La negra Candé volvió a atender su restaurante y nadie decía nada al respecto, nadie se atrevía a comentar lo que había pasado. Era como si nada hubiese ocurrido.