Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

jueves, 9 de junio de 2011

MIS RECUERDOS DE DON GUILLERMO CÓRTEZ NÚÑEZ

Los diarios "EXPRESO" Y "EXTRA" cerrados durante la dictadura militar en 1974. Once años después, en plena guerra contra Sendero Luminoso, llegué a formar parte del equipo de redactores que, en 1985, trabajabamos bajo la batuta de don Guillermo Córtez Núñez.

Ese equipo inolvidable estaba formado primero por don Jaime Marroquín, Jefe de Informaciones. La señora Gladys Torres y la señora Meza, eran jefas de mesa. La primera lo era del turno de la mañana. La segunda del turno de la noche. Luego siguen mi tocayo el señor Cabrejos, quien trabajaba al lado de la hermosa Gladys Torres, una mujer arequipeña, alta, colorada y de un fuerte carácter que me enseñó a trabajar y a encontrar en cada nota la "pepa" de la noticia. El señor Vásquez al lado de la afable señora Meza, una mujer andina, inteligente y con quien daba gusto conversar y hacer periodismo nocturno.
Luego estaban la señora Queírolo, don Artemio Panta, un colorao cuyo nombre nunca recordé, un flaco alto siempre de traje gris, con quien nunca cruce una palabra; y el más joven de todos en la sección política Jorge Saldaña, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
La "sombra Ruíz", en la sección de espectáculos. El señor Vega, María Naveda, Samuel Lizana, Néstor Vargas, casi al final de mis días en Expreso, Enrique García Panta, ex-compañero de aulas de la Universidad de Piura; y yo en la sección policial.
Pero, a pesar de estar asignado a la sección policial, a mi me gustaba "vivir" en el periódico. Así que al acabar mi turno de reportero de la nota roja, no regresaba a casa de mi abuelo y seguía trabajando hasta tarde. Con el fotógrafo Alvarado, el famoso "Mascafierro"y fotógrafo oficial de Manuel Ulloa Elías, hacíamos de noche las notas de espectáculo, eso me daba un dinero extra y me permitiía aprender mucho más de la actividad periodística de la capirucha.
En especial, también, gocé del buen trato y la buena charla de don Isaac Felipe Montoro, escritor peruano y autor del famoso libro "Yo fui mendigo", que cubría la sección policial. Y cuando salió de vacaciones le cubrí las espaldas durante un mes en el Palacio de Justicia de Lima. En esos días ocurrió el caso "Villa- Coca", que lo seguí aún después que don Isaac retornó de sus días de descanso. A don Isaac le agradó mi interés por el periodismo judicial y me dio muchos consejos para que las fuentes de palacio no me "bailaran". Don Isaac siempre recomendaba checar al detalle los expedientes y tomar datos del número de libros, de fojas, etc.
Esto me sirvió cuando una tarde la jefa de mesa, Gladys Torrez, me llamó a su escritorio diciéndome que Alejandro Guerrero, el periodista de Panamericana Televisón quería hablar conmigo sobre el caso: Los "Niños de Dios".
Alejandro Guerrero estaba furioso porque lo había citado en una nota que saqué en "Expreso" sobre la secta los "Niños de Dios". Él negaba que era él quien había hecho la denuncia publica en contra de esa agrupación que se dedicaba a abusar de las menores de edad que reclutaban para su iglesia con el fin de "adorar" a Dios, pero luego muchas chiquillas salían embarazadas del pastor de esa agrupación. Como las menores no denunciaban a su lider este continuó en libertad aprovechándose de las fisuras o resquicios del sistema judicial nacional.
No entendí porque lo negaba, si el hecho ya había salido en televisión a nivel nacional y él había hecho el reportaje televisivo, pero en fin como no tenía tiempo para estar discutiendo le di el número y el folio del expediente donde estaba registrado su nombre como el denunciante publico de los sucesos y allí acabó el problema. El cólgó del otro lado de la línea y yo sentí la mirada de aprobación de don Jaime y de la señora Gladys así como del resto de los diagramadores y miembros de mesa. Alejandro Guerrero era un consumado periodista de televisión y yo no tenía muchos meses en el periodismo judicial, pero las indicaciones de don Isaac me sirvieron para afrontar la situación.
Con don Isaac teníamos un amigo en común: El flaco y enigmático Frank Lambarri de quien escribiré más adelante, ahora anotaré los nombres de los compañeros reporteros gráficos:
Alvarado, Azpe, el "loco"Puente, Pedro Chávez, Sergio Contreras, el viejo Loayza y el señor Aquije a quien llamábamos con cariño el viejo Aquijote. Los dibujantes: Hernán Bartra y Dionisio Torres.
A todos ellos y a otros amigos y compañeros cuyos nombres y apellidos no recuerdo, a todas
estas personas les debo mi agradecimiento, porque de cada una de ellas fui aprendiendo mi labor periodística, que aunque en estos días no ejerzo en un medio convencional lo hago en mi "Revista Literaria" y en los círculos de poetas a los cuales, de vez en cuando, asisto para hablar de poesía y otros temas más, acá en México.
Porque ser periodista, creo yo, no es una función de ocho horas sino una forma de vida, un estilo de vida, como dicen hoy. Ser periodista es algo que se lleva en la sangre y nos invita continuamente a investigar y a escribir, siempre, en honor a la verdad. Porque la vida de un periodista -al menos así lo concibo - no es una vida ociosa, inútil, aburguesada, aburrida, tediosa; para mí invariablemente ha sido y será una vida llena de emociones, de pasión, de búsqueda, de enfrentarse al sistema y no permitir que nos alcance. El periodismo siempre nos dará una oportunidad nueva cada día para llegar a ser alguién más que un ser normal, alguién más que un mortal común.
Y eso es lo que aprendí de todos mi compañeros de trabajo y en especial de don Guillermo Córtez Núñez. Don Guillermo nos enseñó a no ser un periodista aburguesado, un periodista aburrido, tedioso, insipido de escritorio. No enseñó a ser dinámicos, apasionados y comprometidos con nuestra carrera.
En el poco tiempo que lo conocí lo ví llegar más de una vez muy temprano a la sala de redacción del diario Expreso. Yo era soltero, vivía solo, me había marchado de la casa de mi abuelito Grimaldo en la cuadra 11 del jirón Junín. Él no entendía mi carrera y quería que respetara el horario de entrada de su casa. La verdad los periodistas no teníamos hora de salida. Tenía horario de entrada, pero no de salida y mucho menos cuando me tocó hacer espectáculos. En esos días la "sombra" Ruiz salió de vacaciones. Yo había empezado en "Expreso" con el pie derecho. Me habían publicado en un página completa mi nota sobre Carlos Gardel. Estoy seguro que a don Guillermo y a don Jaime Marroquín les gustó de pies a cabeza porque la publicaron en su totalidad, casi tal como la escribí, con unas ligeras, pero muy mínimas, correcciones de estilo. Así que me dieron durante un mes la columna "Cita de Estrellas" del señor Ruiz.
Gracias a esa columna conocí a artistas como Raphael, el divo de linares; Oscar de León, Andrés García, Pilar Brescia, Analí Cabrera, "Felpudini", Oswaldo Cattone, Ricardo Blume, Paloma San Basilio, Richard Clayderman, Gissela Valcárcel, Bettina Oneto, Ricky Tosso, Micky Gonzáles, a los integantes de "Del pueblo, Del Barrio", a Sandra Villarroel, Charly García, etc., etc.
Pero, mi abuelo no entendía mi trabajo. No comprendía que de día seguía la nota roja y que de noche tenía que desvelarme siguiendo a los artistas de la farándula, de la vida nocturna de Lima, así que opté por irme a vivir solo. Como aún no recibía mi primera quincena, aún no ganaba mi primer sueldo; con el poco dinero que me quedaba alquilé un cuartucho de mala muerte, en el techo, de uno de los edificios de la Plaza Dos de Mayo. Era un cuarto sin luz eléctrica, sin baño, sin comodidades. Era un cuchitril de paredes de cartón y techo de lamina, una covacha de tres por dos que apestaba a humeda y papel viejo, que olía a tierra mojada y suciedad. Costaba 60 intis al mes, muy caro para lo que ofrecía: un catre viejo con un colchón indescriptible, que me permitiía sentir los alambres y fierros del catre. Un cuartucho muy barato para vivir en aquellos días en el centro de Lima y muy espantoso para una persona como yo acostumbrada a que mis padres me trataran como rey. Sin embargo en ese cubículo aprendí a valorar la vida. Ese cubo de cartón y olor a humedad me ayudó a ser independiente a vivir lejos de la familia nuclear, lejos de mis parientes maternos y a soportar un tremendo dolor de panza que me dio por cenar un tallarín saltado en un puesto ambulante de la plaza Dos de Mayo. Esa noche en medio del dolor escribí un poema y me la pasé rezando para que Dios me quitara el pesar hasta que me quedé profundamente dormido y amanecí con las manos juntas en el estómago.
En ese cuartucho de la plaza Dos de Mayo también sufrí uno de mis grandes asombros, cuando a medianoche subitamente llamaron, a mi puerta de cartón, gritando: -¡Abran, Carajo!... ¡Policía!-
Creo que tuve suerte, porque me dio tiempo de ponerme mi pantalón jean cuando de una patada abrieron la puerta, un haz de luz iluminó mi espacio y yo grité con las manos en alto sosteniendo en la mano derecha mi credencial de Expreso: -¡Periodista!..¡Periodista de Expreso!...¡Periodista!...-. A la vez que el tombo también gritaba apuntándome con una USI directamente al cuerpo: -¡Arriba las manos, carajo!.... ¡Escuadrón de Emergencia!...¿Quién eres, carajo?...¿Qué haces en esta pocilga?...-. Sin dejar de apuntarme permitió que me acercara le entregué mi credencial, la enfocó con su linterna de mano, la leyó y preguntó a gritos: -¿Qué mierda haces aquí?...-. En el acto se me prendió el foco y sin titubear respondí recordando las anécdotas que había escuchado sobre don Isaac Felipe Montoro y que luego él también me contó personalmente:- ¡Estoy de comisión especial!...-. El toche con su boina roja me miró directo a los ojos con mucha rabia y yo volví a gritar: -¡Soy periodista de Expreso!..¡Estoy de comisión especial!....¡De comisión especial!....- repetí un par de veces más. El boina roja me vio en silencio. Yo no titubié. Me devolvió mi credencial. Seguí sereno. Y expresó: -¡Puta madre!...Chiquillo no sabes donde te han metido-. El oficial me creyó. Se comió el cuento, porque como dije antes yo vivía allí porque estaba misio; realmente no sabía quienes eran mis vecinos y si no decía que estaba en un caso "especial" hubiese acabado un mes encerrado e incomunicado en la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote).
En segundos cambió su actitud beligerante y creo que hasta trató de protegerme. Casi de la mano, con cuidado me señaló a varios muchachos de apariencia indígena, serrana y chola que habían sacado de las habitaciones de la azotea y exclamando con un tono de voz más bajo explicó: - ¡Puta madre! chiquillo...Mira todos esos cojudos de mierda son terrucos. Estos cuartuchos de mierda están llenos de terrucos-. Estaba tan contento como soprendido. Había sido testigo de una operación policial en mis narices. Los tombos revisaron cada habitación y requisaron muchos papeles, parecían bolantes, no pude leer que decían; pero si pude ver los libros entre los cuales estaban "El Capital" de Carlos Marx y el "Libro Rojo" de Mao Tse tung. También confiscaron periódicos del diario Marka y las pertenencias de los patas acusados de terrorismo. Uno por uno con las manos en la cabeza los fueron sacando en medio de la oscuridad y los haces de luz de las linternas policiales. Poco a poco me fui quedando sólo en medio de la azotea de ese edificio viejo, deseando que amaneciera pronto y pensando que el tombo que me apunto se portó bien conmigo porque caso contrario yo también hubiese acabado en la Dircote ubicada en la Avenida España. Cuando todos se marcharon me asomé al muro de la azotea. Ya no vi nada. No tenía buen ángulo de observación, la luz pública era tenúe sólo podía ver bien el Obelisco de la Plaza Dos de Mayo, a los vendedores ambulantes de comida criolla y chifa al paso, a los emolienteros y a la gente que deambulaba entre puesto y puesto. En la calle todo seguía normal como si nada hubiera alterado la noche.
Jamás me imaginé que algo así iba a sucederme en mis primeros días como profesional de la nota roja. Ahora sólo deseaba que amaneciera para escribir sobre lo que había visto. Pero la política de "Expreso" era no darle publicidad a los delicuentes subversivos. "Expreso" en esos momentos era un diario oficialista. El Perú era gobernado por Belaúnde Terry y Manuel Ulloa, propietario de "Expreso" y "Extra" era el Presidente de la Cámara de Senadores y había sido hasta 1982 Ministro de Economía. Beláunde y sus ministros nunca declararon a los senderistas como terroristas, los trataron como delincuentes comunes, como abigeos y los procesaban en el fueron común.
Aún así, no quería quedarme con las dudas y antes de ir a la avenida Arequipa fui a la sala de Prensa de la Prefectura de Lima, en la avenida España, en cuyos sótanos se encontraba la Dircote. Revisé los partes informativos de prensa, pero sobre este suceso no había ningún informe. Tampoco ningún diario publicó nada al respecto. Era como si nada hubiera ocurrido, como si yo no hubiese sido testigo de nada. Me sentí confundido, aterrado. Moví la cabeza en círculos y en silencio pensantivo me fui hacia la avenida Arequipa a seguir trabajando en las órdenes del día, que la jefa Gladys Torres había puesto en la pizarra de comisiones de la sala de redacción. Ese mañana fui a recoger los chismes de la farándula en las inmediaciones de Panamericana Televisón el "Canal de las Estrellas". Aún estaba pensando en lo acontecido la noche anterior, cuando en una cafetería vi a la hermosa actriz limeña, Pilar Brescia, tomando café. Me acerqué a ella. Me senté en su mesa. Estaba con una señora que conocía a la "Sombra" Ruíz.
Pilar Brescia. Su belleza, su sonrisa, su sencillez, su voz cálida y su don de gentes calmaron mis angustias y me hicieron olvidar por unas horas los hechos que me estaban atormentando.
Después de cumplir con las comisiones del día y de escribir la Columna "Cita de Estrellas", de la sombra Ruíz, regresé al cuartucho por mi pequeña mochila que había dejado debajo del catre. Y así en silencio como llegué me fui sin despedirme del casero. Sólo salí y tomé un ómnibus hacia Zárate, rumbo al departamento de mi tío Manolo. Esa noche dormí en el depa de mi tío. Le conté lo ocurrido a mi primo Martín, que en esos días era estudiante de Ciencias Sociales en la Universidad "Inca Garcilaso de la Vega" y nos acordamos del caso Uchuraccay, acontecido en 1984. Nunca más regresé al cuchitril de la Plaza Dos de Mayo. Me quedé unos días con Martín hasta que con Jorge un chiclayano, que trabajaba en la parte administrativa de "Expreso", rentamos un cuarto para los dos cerca del depa de mi tío y otra vez regresé a mi vida independiente: Trabajando de día en la nota roja y en la noche buscando las notas de la farándula.
Yo sólo había rentado ese cuartucho con la intensión de disponer de mi tiempo sin que mi abuelo me esté llamando la atención. En segundo lugar porque ya estaba misio, casi no tenía dinero y en tercer lugar porque podía llegar muy temprano al diario "Expreso". Podía llegar caminando, sin gastar pasaje. Y la verdad quería llegar temprano, mucho antes de mi hora de entrada, para asearme y hacer mis necesidades antes de comenzar el día, porque como dije antes en esa covacha no había nada, sólo un catre arruinado y un colchón viejo para medio dormir. Así, antes de leer, en la pizarra verde, las comisones del día yo no estaría apestando a mierda. Y fue de esa manera como descubrí a don Guillermo Córtez Núñez llegar a la sala de redacción antes de las 8 de la mañana y enfrentarse con el lider del sindicato porque Anita, una redactora de locales siempre llegaba tarde.
Me quedé sorprendido al ver como enfrentó al lider sindical y a Anita con reloj en mano.
Don Guillermo, vestido siempre de terno azul marino, claro o gris, con una inmaculada camisa blanca y los zapatos bien lustrados, llegaba antes de las ocho de la mañana en punto. Llegaba subiendo por las escaleras. Subía como un ciclón bufando y golpeando con el puño de su mano derecha la pared de las gradas y al entrar a la sala de redacción con su mirada penetrante, aguda recorría cada uno de los escritorios que en ese instante estaban vacíos. El no notó nunca mi presencia, me cuidaba de que no me viera. No quería que me preguntara porque llegaba tan temprano, no quería darle explicaciones. Sentía un poco de vergüenza y prefería permanecer escondido en el baño hasta las 8 en punto. Así también me entretenía observándolo. Era gracioso verlo entrar a la sala de redacción virando la cabeza y su obeso cuerpo hacia su derecha como si fuera un toro a toda velocidad, mientras estrellaba su puño diestro contra los casilleros de metal de la sala de redacción. Así como un ciclón con pasos rápidos llegaba a la mesa de la jefa de informaciones Gladys Torres. Tomaba su lugar y desde allí comenzaba a observar quienes eran los primeros en llegar al salón de redactores. Uno por uno iban llegando: la señora Gladys era una de las primeras y lo saludaba con un beso en la mejilla. Luego llegaba la señora Queírolo, de política, siempre puntual. María Naveda, de policiales. Entre otros compañeros cuyo orden de llegada ya no recuerdo, pero me quedó muy claro en la memoria como una mañana con reloj en mano y sin discutir regresó a su casa a la compañera Anita en presencia del lider sindical.
Don Guillermo imponía respeto. Era de esos personajes que hablaban con el ejemplo y muchas veces a los más jóvenes de la redacción: Nestor Vargas, Samuel Lizana, Enrique García y yo nos llamaba su oficina, en el tercer piso del diario "Expreso", para decirnos que no quería periodistas burócratas. Nos decía que no quería boletines de prensa, ni notas hechas a bases de las informaciones oficiales que emitían las fuentes del gobierno. "Quiero reporteros con iniciativa, con olfato periodístico, que sigan la noticia y no gente de escritorio que se dedica a voltear los boletines de prensa del gobierno". Nos hablaba muy claro.
Luego de eso nos motivaba a trabajar con mucha iniciativa y nos recordaba que el periodista vale por sus fuentes. Nos exhortaba a tener nuestras propias fuentes de información y a trabajar con diligencia y a gritos expresaba: -"No me gustan los periodistas mermeleros. No me gusta la mermelada"-. (La mermelada en la jerga periodística es sinónimo de corrupción)
Era un periodista de 24 horas. Un hombre apasionado por la actividad periodística. Un hombre que amaba tanto la tinta de un diario como la pantalla de un noticiero de televisión. Pero esta clase de seres humanos mucha veces no reflejan lo que llevan por dentro y don Guillermo Córtez Núñez se quitó la vida en un lujoso cuarto del hotel Carusso en la avenida Arequipa.
Se dio un balazo en el pecho y a su lado en una carta indicaba la forma en que deseaba que le dieran el útlimo adiós.
Su cuerpo fue cremado y sus cenizas, desde una avioneta, fueron vertidas sobre el Misti, el eterno volcán de su amada Arequipa, la ciudad blanca que un día lo vio nacer.

A continuación el poema que escribí en el cuartucho de la plaza dos de Mayo cuando me dio un fuerte dolor de estómago:

A LIMA DE LA ESPERANZA

Lima ciudad de la desconfianza
en ti todos ponemos nuestra esperanza.
De provincia
llegamos provincianos
en busca de bonanza;
pero
sólo encontramos en tus plazas:
Unión,
San Martín,
y
Dos de Mayo
angustia,
activismo,
delincuencia,
terrorismo,
ambulantes,
caos,
hambre,
muerte
y
un fuerte dolor de panza.

Lima 1985


















1 comentario:

  1. El flaco alto
    de terno gris soy yo. Que linda nota. Todos mis recuerdos de aquella añorada época volvieron a mi memoria. Si me hubiera gustado intercambiar palabras con el autor de la nota. Recordar los nombres de los periodistas con quienes tuvimos la suerte de laborar nos produce muchísimas emociones. Hay varios que ya no están en este mundo y eso me pone muy triste. El Expreso de la calle Orejuelas (jirón Ica) en la década de los años 80, si fue el diario con mayor fuerza política del Perú. Fueron esos años de los apagones y atentados de sendero luminoso. No tengo ni una foto mía dentro de la sala de redacción y eso siempre que me acuerdo me pone muy triste.

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