A la mañana siguiente, justo cuando íbamos a desayunar en el restaurante de la negra Candé, nos avisaron que la avioneta,- para ir a Ciudad de Panamá-, estaba a punto de aterrizar. Dejamos todo y fuimos por nuestras pequeñas mochilas. Las teníamos listas y a la mano.
Mochila al hombro nos dirigimos hacia la improvisada pista de aterrizaje. No había ningún chibolo, ningún pelotero, sólo un par de guardias de raza indígena con su uniforme verde olivo todo desaliñado y una pareja de argentinos que nunca supe de donde salieron, ni como llegaron hasta aquel infortunado puerto.
Los guardias, que pertenecían a las fuerzas de Defensa de Panamá, creada por el cara de piña Manuel Antonio Noriega, hablaban en su lengua nativa. Hablaban y hablaban sin dejar de mirar a la pareja de argentinos que esperaban el transporte aéreo con unas enormes maletas de cuero color marrón. Las maletas llamaban mucho la atención por su acabado y su brillo. Lucían muy elegantes, nuevas y se percibían llenas y pesadas. Los argentinos no se separaban de su equipaje e ignoraban totalmente a los guardias y creo que a nosotros también. Pues nunca nos saludamos.Ni siquiera nos dimos los buenos días. Sólo nos paramos por inercia junto a los uniformados que platicaban mucho en su lengua natal. Nosotros estábamos del lado izquierdo y los ches del derecho de los militares. Ese cuadro me puso un poco intranquilo. Los argentinos me hicieron recordar a ese tal Palomino que conocí en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, en el Callao. Por esos días era corresponsal del diario OJO en la principal base aérea del Perú, cuando una mañana fui testigo del caso Palomino. El pata de nacionalidad peruana en compañía de una chica de nacionalidad alemana tenían boletos para viajar a Italia. Pero su actitud y la belleza de la germana llamaron la atención de la policía del "Jorge Chávez". Los policías antidrogas les pidieron sus pasaportes y los llevaron a una sala para revisarlos y... ¡Oh!... Pasó lo que tenía que pasar, los sospechosos llevaban cocaína en sus maletas y fueron apresados en ese instante. Palomino acabó en Lurigancho y la chica de nacionalidad alemana en la cárcel de mujeres "Santa Mónica", en el distrito de Chorrillos, Lima.
Con esos recuerdos muchas sospechas comenzaron a pasar por mi cabeza y ahora era yo quien escudriñaba al argentino y su compañera de pies a cabeza. El pibe vestía como hippie, no era alto, era de mi vuelo; pero delgado, con bigote y barbita de chivo; parecía un personaje salido de la novela de Alejandro Dumas:"Los tres mosqueteros". La chica era también delgada, de la estatura de su pareja; rubia de ojos celestes se parecía mucho a Meg Ryan, la actriz norteamericana famosa por trabajar con Tom Hanks en la película de los años 90: "Tienes un e-mail"; y con Nicolás Cage en: "Ciudad de Ángeles", entre otras cintas.
Alberto notó mi intranquilidad. No dejaba de observar a los argentinos. Pues por nada en el mundo se apartaban de sus maletas. Y los soldados parlanchines no paraban de hablar en su dialecto. Entonces, se escuchó un motor en el aire y Alberto me dijo: "Tranquilo. allí viene la avioneta. Por fin dejaremos toda esta mierda".
La avioneta aterrizó. ¿Quién sabe de dónde vendría? No bajó ningún pasajero. Venía por nosotros, cargó gasolina y después de un rato el piloto gritó: ¡Pueden subir a bordo!
Al escuchar la orden del piloto sentí un gran alivio, pero antes que avancemos los soldados indígenas nos dijeron, en español, señalando a los argentinos: -¡Primero ellos, luego ustedes! En seguida tomaron las maletas de los ches, las cargaron y las introdujeron en la avioneta. Después subió la pareja de argentino, se sentaron hasta atrás, de allí Alberto y antes de subir, les pregunté: -¿Quiénes son?...Riéndose me respondió el soldado que más hablaba: -"Son astronautas"-. En milésimas de segundos vino a mi memoria la esquina de Manuel María Izaga y Lapoint donde había un chalet y allí se reunían todos los "astronautas" de Chiclayo a fumar mariguana, a inhalar cocaína, a inyectarse heroína y meterse cualquier basura que los haga "volar". En mi barrio a aquella esquina le decíamos "Cabo Cañaveral" o la "Nasa".
Aún metido en mis recuerdos, hice una pausa para darle las gracias al locuaz militar y por fin subí a la avioneta sin mirar a los ches. Los argentinos estaban sentados atrás de nosotros. Y nosotros atrás del piloto. Estábamos en medio y pensé sin comentar nada con Alberto: -Estos son "mulas"-. Y con las "mulas" de compañía, y sólo Dios sabe quien era el piloto, despegamos rumbo a Ciudad de Panamá.
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