Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

martes, 4 de enero de 2011

Joan di Leython: El mil usos de mi barrio


Mi hermosa ciudad de Chiclayo, Chiclayo de mis tradiciones.

por: Carlos Cabrejos Bocanegra

"Joan di Leython Felencini"
se hacía llamar, con rimbombancia,
el mil usos de mi barrio.

Dieciocho abriles o más tendría,
el pata que para ganarse la vida
se hacía pasar por:
pintor, albañil o plomero.

Más con buena labia
que con pericia y sabiduría.

¡Eso sí!...Siempre muy atento
con el saludo en los labios,
la mano en alto como soldado,
a los vecinos ametrallaba
con sus reverencias:
¡Buenos días!,
¡Buenas tardes!,
¡Buenas noches, don Edmundo!...
A todo el mundo
un saludo y una sonrisa les regalaba.

Y
en el acto preguntaba:
¿No tendrán por allí
algún trabajito para mí?
Y tras la respuesta,
positiva o negativa,
siempre se despedía
con su más simpática sonrisa.

Cuando en el barrio
alguna necesidad se presentaba,
no se hacía del rogar, ni le sacaba,
siempre estaba listo
para ayudar y dar la mano.

Como no cobraba mucho,
durante las fiestas patrias,
la chamba le llovía,
pues en esos días,
quien más, quien menos,
una manito de gato le da
a su fachadas
para enarbolar
con alegría
la bandera peruana.

El resto del año la chamba
era escasa
y
la tenía que hacer
de cargador en la parada.
Pero,
ese chamba muy poco le agradaba.

Mas le hacía la lucha
y
muy conciente de su diario desafío
muy temprano se levantaba,
se ponía su ropa de trabajo,
siempre desaliñada;
pero a él no le importaba
y
como un ejecutivo
con dignidad
a la parada caminaba.

Al acabar sus horas de trabajo,
muy puntual por la noche
su imagen transformaba.
Bien bañado,
con un terno al estilo clavillazo,
con un par de libros bajo el brazo,
y un par de zapatos
bien teñidos,
a la facultad de Derecho ingresaba.

Todos los estudiantes
lo examinaban de pies a cabeza.
Mas él, con sus zapatos negros,
como una noche estrellada
con confeti de mil colores,
no se inmutaba.

Al contrario todas las cátedras,
que daban en la facultad de la Av. Balta,
atentamente escuchaba.

Y
al término de las clases
con clavillentesca elegancia
se retiraba entre
las burlas de los futuros "abogánsters"
quienes le decían:
¡Adiós, doctor Leython!.
Mas él con simpatía
respondía:
"Licenciado, por favor.
Simplemente licenciado...

Otros con más picardía
expresaban:
-Qué bonito terno, doctor Leython.
Pero el muertito estaba
un poco crecidito...ja..ja...

Sin alterarse
y
con una enorme sonrisa
comentaba:
-Es la última moda de París,
compadrito;
pero ustedes
de estas cosas no saben nada.


¡Claro!...No faltaban las chicas
que se burlaban
de sus pecosos zapatos:
-Me encanta el modelito.
mister Leython.
¿En qué boutique los compró?
Quiero unos igualitos
para mi abuelito...ja..ja..

Y
con el mismo estilo,
ante la bella y futura jurista
contestaba:
-Modestia aparte,
son un par de tabas italianas,
que me las regaló desde Milán
mi primo el diseñador
Falencini-.

Así entre burlas y risas
se alejaba de los futuros abogados
que gozaban de su presencia
y
reían de sus ocurrencias.

Sábados y domingos
eran sus días de descanso.
Trabajaba semana inglesa.
Eran sus días para ir a las fiestas,
para enomarar a las domésticas.

Más de una cayó en las redes
de su cantinflesca elocuencia.
Más de una le dio la prueba
de su amor.

No sé como tuvo suerte
de no embararzar a ninguna,
hasta donde supe yo;
pero las muchachas
que la verdad descurbrían
con una cachetada le daban
el último adiós.

No faltaron las que fueron hasta su casa
a reclamar la dádiva de su amor.
Pero al enterarse de la historia
del "doctor"Leython Falencini
con las mismas se retiraban.

Sólo una chica,
llamada Felicita, soportó todo
y
se convirtió en su único amor.

Felicita, agraciada muchacha,
lloró desconsolada
al enterarse que su futuro suegro
desde hace varios años atrás
había corrido de su casa
a su enamorado,
él mil usos de mi barrio.

El severo padre siempre lo tuvo en la mira,
no comprendía porque Pepe,
no era como el resto de sus hermanos,
como el resto de su familia.

Pepe, como se llamaba
el mil usos del barrio,
no había nacido con buena estrella,
el destino le tenía preparado un duro camino
y un día allá por la parada de mi ciudad
en una batida lo agarró la policía.

Como no quería avergonzar a su familia,
según contaban lo vecinos del barrio,
Pepe no dio sus datos exactos,
pensando que pronto de la Comisaría
saldría.

Quiso portarse como todo un hombre;
pero víctima de la corrupción policial
y de un mal periodista,
su fotografía fue publicada en el diario local
con el repulsivo alias de "pajarraco",
como si se tratara
de un consumado criminal.

Su familia y el barrio se enteró
de la mala noticia;
pero lo peor de todo
fue la acusación policial:
Lo acusaban de vagancia.
¡El delito era vagancia!
Y esa era la ironía más grande mi país,
donde las fuentes de trabajo son escasas
y
mucha gente buscaba de mil maneras
llevarse un pan a su casa;
pero eso no le impotó al cojo
qu inició la pantomima de la Revolución
y
sólo consiguió hacer crecer la corrupción
y
el atraso de mi nación.

Más de una década después
esa cínica ley fue abolida
durante el primer gobierno de García;
pero el daño ya estaba hecho
mucha gente sufrió
y
nuestro mil usos quedó marcado
para toda su vida.

Su tajante padre lo echó de su casa,
su madre llóró desolada,
y
el resto de su familia le dio la espalda.

Solo y avergonzado, pepe,
decidió irse a Lima, limón
para olvidarse de todo.
Pero las costumbres de la capirucha
son muy diferentes a las de chiclayo,
así que no tardó
en regresar al barrio.

Sin embargo, esta vez regresó con nuevo bríos,
para no molestar más a su padre y hermanos
se presentó como: Joan di Leython Falencini,
una buena mezcla de inglés con italiano,
una pícara ocurrencia
de chibolo de barrio.

Con su nuevo nombre
y
su nuevo look
hizo nuevos amigos
y
aprendió a andar con un tal chavalillo.

Un crudo, calvo, peludo
y
chaparrón
que hablaba con acento español
y vestía siempre de camisa blanca,
pantalón negro, gorra vasca
y
más que criollo
decía que venía de la madre patria.

El chavalillo le enseñó un nuevo oficio,
le enseñó a ser mesero,
le enseñó a servir,
para asegurarse durante el día
un buen plato de comida
y
durante la noche
un lugar donde dormir.

El chavalillo le enseñó a utilizar el periódico,
que años atrás le había hecho tanto daño.
Revisaban, en las páginas de esquelas,
los partes de defunción.

Elegían el mejor.
No importaba si estaba cerca o lejos
y
directo al velorio se dirigían
para acompañar a los deudos
darles el pésame
y
de paso pedir de regalo
la ropa del que ya falleció.

Porque en aquellos días,
allá en mi tierra,
se velaban a los muertos en sus casas
y
no en refinados velatorios.

Así, mientras se velaba al muertito
copitas de pisco corrían
durante toda la noche
para mantener el espíritu calientito
y
matar el frío.

También durante la madrugada
un caldo de gallina bien caliente
se distribuía entre los presentes.

Y
para que el velorio no se torne
muy aburrido, ni muy solemne,
entre el pisco que va y viene,
no faltaba quien decía:
-Con el permiso del difutito
voy a contar un chiste coloradito...

Hombres y mujeres gozaban del chistecito;
pero no faltaban las viejas cucufatas
que a todo mundo censuraban,
que a todos criticaban
y
en su rotro de amargura
hipocresía arrastraban.

Así entre rezos y chistes,
entre el pisco va y viene,
entre criticas y llantos,
entre cafés y caldos de gallina
llegaba la hora de llevar al muerto
a su nueva morada
en el centenario cementerio "EL Carmen".

Allí esparaban las plañideras
que llorándole al muertito
se ganaban el pan,
mientras al difunto
lo sepultaban por toda la eternidad.

Ahora, siguiendo la tradición,
empezaba el novenario.
Nueve noches seguidas,
por obligación,
se tenía que rezar el Rosario
por el alma del finado
para que se salve
de las llamas del infierno,
pase, por agua caliente, el purgatorio
y
se vaya directo al cielo
a gozar de Dios.

Y
como la tradición
es la que manda,
en mi tierra chiclayana,
después de cada Rosario
se pasa al comedor
a cenar como Dios manda.

De esta manera,
gracias al muertito,
gracias a la tradición,
Pepe y el chavalillo,
aseguraban
cada semana
ropa, comida, trago, y colchón.

Tiempo más adelante
y
gracias al tiempo
que lo cura todo
y todo lo remedia,
Pepe fue buscado por su madre,
quien una vez más
le abrió las puertas de su casa;
Mas con una condición
que su padre no notara
su presencia
porque no era santo de su devoción.

Pepe muy feliz aceptó.
Se le veía contento otra vez
disfrutando del cariño de su madre,
aunque lo tenía que hacer lejos
de la mirada amarga de su padre

Ahora podía dormir en su casa
en su propio dormitorio,
lejos de los tétricos velorios.

Sin embargo como la felicidad
nunca es plena,
Pepe nunca pudo encontrar
un trabajo estable
y
en el mil usos de barrio se convirtió.

Del Chavalillo aprendió a servir,
de Clavillazo su estilaso,
de don Mario Moreno a cantinflear,
de Bécquer a escribirle quiméricas


Joan di Leython: El mil usos de mi barrio 

cartas de amor a su amada Felícita;
pero nadie puede negar
que era un noble amigo,
un buen vecino,
un hombre de buen corazón
siempre dispuesto a ayudar.

Por eso estoy seguro
que al morir sus viejos
Dios lo premió.

Sus hermanos,
que un día le dieron la espalda,
hoy le brindaron confianza,
le dejaron la casa de sus padres
y
todos los cuartos rentó.

Así aprendió a vivir de sus rentas,
a tener un negocio estable;
a cambiar de oficio;
pero la última vez que lo ví
seguía teniendo
el corazón de un chibolo de barrio:
presto a ayudar a los conocidos
a ser solidadrio con los vecinos,
a echarle una mano a mi padre,
y
a "picar" a los amigos
porque así es
Joan di Leython
el mil usos de mi barrio.




































































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