Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

domingo, 2 de julio de 2017

RELATOS DE MI PADRE. RELATO NÚMERO 2: "MI TÍO VICTOR COMIA GATOS"

Cuenta mi viejo que la primera vez que probó un rico estofado de gato fue cuando tenía 8 años, en casa de su tío Víctor.
“Me gustaba visitar a mi tío Víctor. Era un negro fuerte, pero no era tan alto como mi papá. Mi papá medía uno ochenta y mi tío Víctor uno setentaicinco. Era cinco centímetros más bajito que mi papá, pero tenía las espaldas más anchas que mi viejo.
Mi tío Víctor era muy deportista, practicaba box y peleaba los sábados y domingos en la calle Manuel María Izaga, a la vuelta del bar Roma, donde había un ring junto a la casa de mis tías negras.
Allí en Izaga, tenía dos tías negras. Eran negras cutatas, altas, fortachonas, que se dedicaban a partir leña para venderlas a las chicherías. Uyyy…Izaga y todo Chiclayo estaban tapizados de picanterías y necesitaban leña, mucha leña para cocer el maíz y hacer la chicha jora.
Pero a mí no me gustaba ir a visitar a mis tías negras porque era aburrido estar cortando leña.
En cambio visitar a mi tío Víctor era mucho más divertido.
Mi tío era zapatero. Zapatero de los buenos. Hacía zapatos finos para las zapaterías del señor Zamora.
El señor Zamora le decía a mi tío: -Don Víctor aquí le traigo un modelito que me acaba de llegar de la capirucha, quiero que me haga varios de los números 39, 41, y 42-. Al toque mi tío revisaba el modelito nuevo y contestaba: -Claro, señor Zamora, sólo tiene que dejarme un adelanto para el material y el resto cuando se los entregue-. El señor Zamora le daba el dinero a mi tío sin decir una palabra más y se marchaba como había llegado, con mucha elegancia y distinción. Era un hombre rico, pero no tan rico como el señor Nombera que andaba en su carro Ford color negro, como esos que salían en la serie de los Intocables con Robert Stack que interpretaba al detective Eliot Nees. (Me encantaba esa serie, verdad Calín…-Mi papá hasta la fecha me llama Calín, como cuando era niño-.)
Por esos días en Chiclayo no habían muchos carros, uno era el Ford del señor Nombera y un par más que no recuerdo, bien de quienes eran, los otros pitucos andaban a caballo y amarraban sus animales frente al hotel Royal, a donde solían ir a tomar café.
Mi tío Víctor me decía que si estudiaba mucho algún día yo también podría entrar al hotel Royal a tomar leche pura de vaca con café.
A mi tío Víctor le gustaba mucho la leche con café, también le gustaba enseñarme a boxear; me decía: -Mira Colorao esta es mi guardia... Ven te voy a enseñar a cuadrarte... Pon las manos así... Párate así... Vamos los pies bien pegados al piso... No te muevas mucho... Mira a los ojos de tu oponente... Miralo bien... Sin miedo... Estúdialo... Estúdialo detenidamente y sin miedo... Ahora saca el jab izquierdo.., Engáñalo... Uno, dos tres... Otra vez... No despegues los pies del piso... Párate firme... Síguelo con la mirada, estúdialo, míralo de frente a los ojos, a los ojos, no bajes la mirada... Bien así, así, no bajes la mirada, no le tengas miedo a los golpes... ¡Ahora sí pégale duro, duro en la mandíbula, en la mandíbula!.... ¡Eso es colorao, bien colorao!... ¡Así colorao!...sigue practicando haz sombra, mientras yo sigo trabajando...
Me encantaba que mi tío me enseñara a boxear. Me agradaba tanto que cuando mi papá no me daba permiso, yo me escapaba para ir a visitarlo.
Hasta que un día después de las clases de boxeo, me dijo: -Colorao quédate a almorzar conmigo.
Por esas fechas mi tío aún estaba soltero. Era muchacho. Le encantaba trabajar, le encantaba su oficio de zapatero, le encantaba boxear, le encantaba reunirse con sus amigos en la chichería de la “Lorito” ubicada en la esquina de Balta con Tacna, a unos pasos del viejo diario La Industria, y también le encantaba comer.
Mi tío era de buen diente y como buen negro sabía cocinar. Así que esa mañana me dijo: -He preparado un estofado que está pa’ chuparse los dedos.
No era la primera vez que iba a almorzar con mi tío así que no me negué. Me senté en la mesa cuando lo veo llegar con dos platos hondos llenos de arroz blanco, frejoles y un estofado que parecía de cabrito, y me dijo: -Listo, Colorao. Uno para ti y otro para mí. Vamos a meterle diente que esto caliente. La comida fría hace daño Colorao. Vamos empieza a comer y aquí está tu vaso de chicha morada-.
Empezamos a comer y me lo acabé todo. Mi tío me había servido unas presas, unas tronchas que estaban suavecitas como el cabrito y hasta me comí otro plato. Mi tío hizo lo mismo y luego me dijo:- Colorao tu sabes porque soy bien fuerte, bien ágil y no me enfermo de nada-. Respondí: -No sé tío. Lo que sé es que mi papá dice que usted es muy deportista y que todos sus amigos negros que vienen de Saña también son bien fuertes, que todos saben boxear y que se reúnen en la picantería de la “Lorito” para tomar chicha y comer pescado sudao, causa y panquitas de life-.
Entonces mi tío esbozó una ligera sonrisa y dijo seriamente: -Ay, tu papá siempre tan discreto. Pero, yo te voy a decir porque soy un negro fuerte y ágil: Sabes, por qué, Colorao,...Porque me gusta comer gato”-.
Yo tenía ocho años, ocho años y nunca había escuchado algo semejante, mi papá nunca me había dicho que a mi tío Víctor le gustaba comer gato, tuve miedo, pero siempre he tenido un estómago y un espíritu fuerte. Lo quedé mirando a los ojos fijamente como si lo quisiera matar con la mirada, para saber que no me estaba asustando, que no me estaba mintiendo, que no me estaba vacilando. Yo quería mucho a mi tío Víctor, pero en ese momento no sabía que hacer, ni que pensar. Entonces rompió la tensión y comentó: -A mis amigos de Saña y a mí nos gusta comer gato. Nos gusta subir a los techos y atrapar a los gatos más gordos, que se andan comiendo la carne que los vecinos cuelgan en sus corrales para hacer cecina. Esos gatos gordos que se alimentan de pura carne de res son los más ricos, son los más sabrosos, como éste que acabamos de comer y sabe a cabrito-.
En ese momento pensé que mi tío no me estaba diciendo la verdad, que no sé por qué razón me quería vacilar. Me puse de pie y le dije con todo el atrevimiento del mundo:- Tío no le creo nada. A ver muéstreme la piel del gato que acabamos de comer-.
Sin más se puso de pie muy contento y ordenó:- Ven, Colorao, sígueme a la cocina. Te voy a demostrar que no te estoy mintiendo, ni te quiero asustar-.
En la cocina tenía la piel del gato bañada en sal, la cabeza estaba en la basura y yo me quedé de una sola pieza mirando las ollas que aún tenían los restos del estofado.
En ese momento me di cuenta que mi querido tío Víctor me estaba diciendo la verdad, ya no sabía que decir ni que preguntar, sólo sabía que me había comido una carne tan rica como el cabrito.
Cuando regresé a mi casa, le conté todo a mi papá. Mi viejo lindo no se molestó. Él sabía que su hermano y sus amigos de Saña era comegatos. Así como un maestro de escuela, explicó que mi tío Víctor y sus amigos negros tenían la antigua creencia africana que quien come gato se hace fuerte, ágil y va a tener larga vida.
Pero me aclaró que él no creía en eso, que eran puras supersticiones de los antiguos negros de Saña y que él prefería comer un buen pescado, un buen bistec de carne de res o un rico cabrito de chivito de leche.
Y como mi viejo no me prohibió que vaya a ver a mi tío, yo lo visitaba como siempre para que me enseñara a boxear y a disfrutar de un rico estofado de gato".