Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

domingo, 11 de octubre de 2020

RELATO 3: LA CHICA DEL PANTALÓN CAMUFLADO NUNCA VOLVIÓ


Al día siguiente el intenso calor nos despertó muy temprano. Estábamos con la resaca de la noche anterior. Sólo queríamos un café cargado para levantar el ánimo. Salimos en su busca y vimos a un montón de niños jugando a la pelota en el césped maltrecho de la pequeña pista de aterrizaje del militarizado puerto de Obaldía. No sé porque razón dejamos de avanzar. Nos detuvimos en seco. Como autómatas, en silencio.

Desde que nos despertamos habíamos cruzado unas cuantas palabras. No habíamos hablado mucho. Sólo nos detuvimos y comenzamos a mirar todo lo que había a nuestro alrededor: Los niños negritos y nativos emocionados gritaban, mientras jugaban a la pelota en la descuidada pista para avionetas. Las calles eran de tierra. Las casas vecinas eran de madera, todas malhechas gritaban y presumían la pobreza del lugar. Arriba el cielo azul y el intenso sol parecían descansar sobre la tupida selva del Darién.

El Darién se veía imponente, se veía desafiante y amenazador como un enorme monstruo verde listo para devorar a cualquier caminante que intentara meterse en sus entrañas para llegar a ciudad de Panamá.

Como hipnotizados mirábamos el bosque virgen, que cortaba de tajo la carretera Panamericana impidiendo que Alaska se una por tierra con la Patagonia. Estábamos absortos contemplando ese engendro verde y no sé si Alberto pensaba lo mismo que yo; pero, era muy sabido por todos que esa selva estaba llena de peligros, desde ríos rápidos, mosquitos, serpientes, jaguares hasta delincuentes que habían hecho del tapón del Darién su guarida.

Yo ya había tenido experiencia caminando en selva virgen. Como periodista había ido a operaciones antidrogas en el amazonas peruano, había caminado en medio del lodo, me había espinado las manos, caído en arena movediza y fui testigo del rescate de un viejo compañero que cayó desde un improvisado puente. La selva se lo tragó en el acto y tuvo que ser rescatado por efectivos de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (UMOPAR).

Tras unos minutos de silencio, Alberto y yo, salimos del embrujo. Nos miramos y comentamos que estaba bien jodido cruzar el tapón del Darién.

Los gritos de los pequeños peloteros le daban vida al triste puerto que lentamente fue perdiendo la luz del día. La noche llegó una vez más y una vez más el lugar se lleno de luciérnagas que parecían lucecitas de navidad prendiéndose y apagándose. Alberto y yo una vez más en silencio bebimos más chelas, para agarrar sueño y poder dormir sabiendo que la chica del pantalón camuflado nunca más regresaría a ese pobre puerto y ,así fue, nunca más supimos nada de ella. Nunca más la volvimos a ver y hasta hoy día siento que esa muchacha fue víctima del negro Caícedo y la gorda berraca llamada Fermina.