Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

sábado, 29 de enero de 2011

Mi abuelita Zoila

Foto blog:" La princesa de tus sueños"
Bosques del Señor de Huamantanga, en la montaña cafetera del Marañón, provincia de Jaén, Cajamarca, Perú. La tierra de mi abuelita Zoila.

Mi abuelita Zoila

Heredia es su apellido
de la serranita hermosa
que nació en la montaña
de los excelentes cafetales del Perú.

La venta de café,
por bultos y quintales,
fueron los culpables
de los continuos viajes
que hacían sus padres
del marañón hacia la costa
y
de la costa al marañón.

Y en ese ir y venir,
con los granos espirituales,
de Jaén a Chiclayo
y
de
Chiclayo a Jaén,
la hermosura
de la sembradora de café
despertó el amor
del negrito Manuel.

El joven peluquero,
amante de las matemáticas,
del buen verbo
y
del saber
era un novel viudo,
con un par de niños:
Víctor y Gumercindo;
y
con muchas ganas
de amar y querer.

La sembradora de café,
la serranita Zoila
quedó impactada por él.

La gallardía
y
el porte exterior
del atlético Manuel
la deslumbraron,
la enamoraron
y
sin más cortejos,
ni más preludios
el negrito costeño
y
la blanca serranita
se fundieron
en un canto de amor.

Dios estaba contento
con aquella unión.
Con cuatro hijos
les dio su bendición.

Y
a ella un alma bien grande
le dio
para unir
a seis
chiquillos en un solo corazón.

Muy grande tuvo que ser su querer.
Muy grande tuvo que ser su cariño
por el negrito Manuel
y
todos sus diablillos;
porque el destino
le tenía preparada una prueba de amor.

Al cabo de catorce años
Manuel sufría un infarto.
La pérfida muerte llegó por él
y
de una certera estocada
fulminó su cariñoso corazón.

La historia se revertía
ahora ella era una joven viuda,
con seis niños,
muchas lágrimas
y
una sola esperanza,
una sola ilusión
sacar a su familia adelante
con pundonor y tesón.

Gracias al cielo
sus hijatros con creces respondieron
al amor que ella les dio.

Con la ayuda de sus hijos mayores,
como buena serrana,
duró trabajó.

Su hogar salió adelante.
Gumercindo: llegó a
Secretario de Juzgado.
Víctor, de él supe poco,
creo que fue chofer,
porque aún recuerdo su velorio,
y todos comentaban que falleció
en un trágico accidente.

Edmundo, mi padre.
El más fuerte y creativo de todos
fue su dolor de cabeza.
Después de la muerte de mi abuelo
se marchó de su casa.
Recorrió mi nación
hasta que conoció a mi madre
y se casó.

Manuel: el negro.
El más parecido a mi abuelo,
alto, gallardo y de buen porte,
intelectual y político,
fue becado por la OEA
al Brasil, donde se especializó
en la amdministración de aduanas.
Llegó a ser funcionario del Estado Peruano
y
adminsitró
las aduanas de Paita,
Iquitos, Puno
y
del Callao.
De él aprendí a leer
y a jugar ajedrez.

Jorge.
El último de los varones.
El más engreído,
el más simpático,
el adonis de los hermanos,
el asediado por la mujeres,
el abanderado,
el abogado,
el juez,
siempre fue el más amado de mi padre.

Mi tía, Juana,
la única mujer de los cinco hermanos,
víctima de la polio,
un día descubrió su vocación:
se casó y con su esposo
vivieron del alquiler de cuartos y deptos.


Esa fue mi abuelita Zoila:
Una mujer viuda y valiente,
que a base de trabajo
sacó a su familia adelante.

Esa fue mi abuelita preferida
por la que me escapaba
de mi casa para estar
con ella todo el día.

Esa era mi abuelita Zoila
por quien soporté
regaños y castigos;
mas no me importaban
con tal de ir a visitarla
para verla como tostaba el café,
el café de Jaén.

Así es, yo me paraba
en el umbral de la cocina
sin decir nada
para no molestarla,
mientras ella en medio
de un sacro silencio
tomaba el bulto de granos
aún verdes y crudos
y los vaciaba en un enorme perol,
más negro que el negro Manuel.

Me encantaba aquella escena.
Me encantaba ver a mi abuela
en medio de ese ritual
como un sacerdote
en plena misa
a punto de consagrar el vino y el pan.

Con mucho respeto encendía
su estufita de kerosene
en medio del patio,
en la zona más ventilada de
su casa,
entre la cocina y el corral.

El fuego comenzaba a calentar el perol.
Los granos empezaban a crujir.
Y
cuando los granos estaban
en estado de agitación,
brincando como si quisieran salvarse
de la quemazón.

Mi abuelita
tomaba su cucharón de madera
y
con mucho cariño
los movía lentamente
como si estuviera bailando un valsesito
añejo
con cada uno de ellos.

Y
en medio de ese vals
el humo blanco comenzaba elevarse
como una gran nube
volando hacia el sol de la tarde.

El aroma de café fresco y tostado
inundaba toda su casa,
y
los techos de las demás casas,
y
las casas de todo el barrio
y
todo Diego Ferré
y
el viento chiclayano
sabían que mi abuelita
estaba tostando café.

Una vez totados todos
los aromáticos granos
empezaba la molienda.

En su enorme cocina,
tenía un molino de mano
bien asegurado a la pesada
mesa de pura madera.

De puño en puño echaba
los granos tostados en el molino
y
a pulso los iba moliendo
como a ella le gustaba:
café molido.

El cafe molido iba cayendo
en una charola blanca
como sus manos.

Y
con sus manos blancas
agarraba el primer puño
de la primera molienda
para echarlo a la cafetera
esperando que pasaran
las primeras gotas
de café negro
que al instante bebía,
sin echarle agua,
con exquísito placer.

Más tarde, me encantaba
ver a mi abuela
tomando café
con mis tíos,
con mi padre,
con sus amigos
los Morales,
todos sentados alrededor
de la gran mesa
allí en la cocina
hablando
y
bebiendo café.

Cuando murió mi abuelita,
yo tenía nueve años.
Desde aquel entonces
nadie más volvió a tostar
y
moler el café como lo hizo ella.
Como lo hizo mi abuelita Zoila,
bailando un valsesito añejo
con sus granos de café.

Carlos E. Cabrejos Bocanegra. México 18 de abril de 1997






























viernes, 28 de enero de 2011

El pequeño Boris

Messi y el pequeño Soufian. Foto: Sport.es


El pequeño Boris

Pensé que hoy no encontraría nada que evoqué en mí un recuerdo agradable hasta que hallé una nota sobre Messi y el pequeño Soufian tocando el balón, en el Barcelona.
En cuanto vi la nota deportiva mis ojos se humedecieron. Me acordé del pequeño Boris. Del nieto de la señora León, la dueña de la pensión donde vivía cuando era estudiante de comunicaciones en la Universidad de Piura.
Corría el año 1982. Era un año futbolero. Perú había clasificado al mundial de España. Teníamos un equipaso y el pequeño Boris con sus diez años, su par de muletas, sus piernas atrofiadas y una abuelita encantadora era el niño más feliz de Piura y del mundo entero.
Boris estaba supercontento, nada le impedía "correr" rápido y gritar con la voz de un niño víctima de la parálisis cerebral: ¡Perú!...¡Perú!...¡Perú!...
Perú estaba en el mundial y Boris sólo quería jugar fútbol.
Martín Mares, Jorge Barriga, Enrique Villalobos Gargurevich y yo lo veíamos gritar con tanta alegría, lo veíamos como organizaba a sus primos, a sus tíos - en especial a Balto que tanto lo quería- y en unos minutos formaba dos equipos y en medio de la calle, frente a la casa de la señora León, en la urbanización Santa Isabel, se armaba el partido.
Boris en el arco formado con dos piedras, con dos chungos, gritaba con su balbuceante voz: "Yo tapo... yo soy Quiroga...Yo soy Quiroga"...
Boris admiraba al loco Quiroga, al argentino que se naturalizó peruano y tapaba para el Sporting Cristal.
De par en par, el pequeño Boris, cubría con sus muletas la portería y con sus muletas usándolas como bastones de hockey cortaba el avance peligroso del equipo rival.
Sus primos se enojaban porque los marcaba con las muletas o porque les anulaba un gol gritando con dificultad, pero con pasión y firmeza : "¡Fuera de lugar!"....¡Fuera de lugar"...
Martín Mares, hoy ingeniero industrial, lo animaba gritándole: ¡Vamos, Boris!..Es tuya....Es tuya...Agarrala...La tienes....Eso es Boris...Eso es Boris...
Martín jugaba bien y cada vez que metía un gol gritaba y brincaba imitando a Maradona.
Jorge Barriga, también hoy ingeniero industrial, hablaba poco y sólo sonreía con cariño al ver como el pequeño Boris sufría cuando le metian un gol.
Enrique, hoy admnistrador de empresas, con sus dientes blancos y su piel morena admiraba al pequeño Boris y le decía: ¡Bien, Boris... ¡Bien...!...
Pero no faltaba el maloso Martín, el nieto mayor de la señora León. El más engreído de todos los nietos, quien iba directo contra el pequeño Boris y de una patada en las muletas lo tiraba al suelo. Pero ni ese tipo de faltas mermaban el espiritu valiente y corajudo del pequeño Boris. Al contrario entre lágrimas y soportando el dolor como un valiente, sacando fuerzas de flaqueza, tomaba otra vez su muleta, se ponía de pie y gritaba: ¡Faul!...¡Faul!....¡Tiro libre!...¡Yo lo pateo!....¡Yo lo pateo!... (Ninguno de nosotros le ayudaba a pararse. Era un valiente)
Y antes que los ánimos se sigan calentando, llegaba la señora León para ponerle punto final al partido diciendo: "¡Ya está lo comida!...Todos a almorzar..." O en otras ocasiones: " Te habla tu papá Boris. Ya se van..."
Creo que la abuelita tenía el tiempo medido para que la sangre no llegue al río, porque la pichanguita se ponía buena y los fauls de Martín enardecían a la caballería.
El pequeño Boris como todos los niños se aferraba a seguir jugando, ya no importaba quien iba ganando o quien iba perdiendo, él quería seguir jugando; pero la abuelita lo convencía, como hacen las abuelitas, con la esperanza de jugar el siguiente domingo con todos sus primos y los amigos de la pensión.
Yo en silencio lo contemplaba. Me hacía recordar aquellos momentos tan felices que pasé con mi abuelita Zoila, la mamá de mi papá.
Ahora comprendo que el pequeño Boris fue para mí una lección de vida, de caerse y levantarse, empezar y recomenzar, de entrega, de constancia, de valor, de coraje y perseverancia; porque él, a pesar de sus muletas, practicaba lo que le gustaba, practicaba lo que quería. Jugaba fútbol. Y jugaba cada partido como si jugara la final de la copa mundial.
Gracias pequeño Boris nos enseñaste a vivir con entrega y pasión.

Carlos Enrique Cabrejos Bocanegra. México 2011

jueves, 27 de enero de 2011

Mártires de la Frontera

Foto: Rubios Newstamaulipas

En la frontera de México con Guatemala rescataron, ayer, a 219 seres humanos que iban en busca del sueño americano. Iban a morir asfixiados en el interior de un trailer. Como siempre viajaban en condiciones subhumanas, peor que cerdos rumbo al matadero.
Gracias a Dios estas 219 personas hoy están vivas; pero otras muchas han muerto o desaparecido como aquella peruana que conocí en Turbo, Colombia, y que hasta la fecha nunca más he vuelto a ver.
No recuerdo su nombre o, ahora que lo pienso, creo que me sucede lo mismo que a todos: cuando nos presentan a alguien y nos da su nombre al instante se nos olvida y luego nos da vergüenza volver a preguntarlo. Pero si recuerdo, que nos dijo, que era de Huánuco. Iba vestida con una chompa peruana color marrón con vivos blancos y figuritas de llamas y un pantalón tipo comando color verde olivo. Era delgada, atlética, de un metro 65 de estatura, morena clara, de cabello negro lacio hasta un poquito más abajo de los hombros, de ojos rasgados y cara delgada como las mujeres bellas de los andes. Y como buena serrana hablaba poco y viajaba sola.
Subimos los tres a una lancha rápida con dos motores yamaha y fuimos hacia Sapzurro, donde cambiamos de embarcación. Ahora estabamos en una chalupa de 9 metros de largo por un metro de ancho, de un solo motor y seguimos el viaje hacia Capurgana.
En la chalupa esta vez íbamos seis personas. Alberto, mi amigo de viajes y aventuras, la pata de Huánuco y tres colombianos: el negro Caícedo, el piloto de Chalupa y la negra Fermina. Una mujer gorda que gritaba como una chancha: "Me gusta la verraquería".
Alberto no confiaba en la pata de Huánuco, me decía que estaba sospechosa viajando sola, con una mochila y su pantalón tipo militar. Pensaba que era una desertora de Sendero. Yo más desconfíaba de Caícedo, del piloto y la Fermina quienes en medio del Golfo de Uraba, entre Colombia y Panamá, detuvieron la chalupa. Entonces, la Fermina dirigiéndose a nosotros nos preguntó energicamente: Ahora si peruchos ¿A qué se dedican?, ¿Cuáles son sus "bisnes"?.
Tras un breve silencio respondí con emoción: ¡Somos escritores, somos poetas!
A lo que ella dijo con cierta ironía: Entonces muéstrame tus poemas.
De inmediato saqué mi poemario y se lo di. Comenzó a leerlo y gritó con euforia: "Me encanta este poema. Lo quiero para mi hija. Para que se lo regale a su abuelo..." Y agregó sin reprimir su emoción: ¿Me lo regalas perucho?.
Le respondí: -Sí.
Y ella lo arrancó de un tirón. Arrancó la hoja como quien arranca una moto. De un sólo golpe, de una sola patada. Sentí en ese momento que volvíamos a la vida. Y ella una vez más gritaba a todo pulmón con mi poema en sus gordas manos: "Me encanta la verraquería". El piloto volvió a poner la chalupa en marcha. El negro Caícedo, un flaco enjuto, huesudo de pómulos salientes, con lentes negros grandes que le cubría casi todo el rostro, camisa azul tipo hawaiana, short blanco, piernas delgadas, medias chuecas; de mediana estatura y sandalias negras no dejaba de ver a la pata de Huánuco.
Y estoy seguro que ese desgraciado enjuto le tendió una trampa a mi paisana, porque los militares de la mesa de migración en el Puerto de Obaldía, guardaron los sellos en el preciso momento que ella mostraba su documentación para internarse con nosotros en Panamá. La encargada de los sellos dijo que el tiempo se había terminado. Mi pasaporte fue el último en ser sellado unos minutos antes de las 6 de la tarde. Alberto y yo intentamos reclamar; pero Cáicedo tenía del brazo a la pata de Huánuco, mientras ella gritaba: -"No me dejen aquí... No me dejen con esta gente...Por favor...No me dejen sola". Luego la soltó y el piloto de la chalupa, un joven de unos 20 años, se la llevó hacia la playa donde esperaba la Fermina. Los militares de Obaldía nos rodearon, ya sabían que le habíamos mentido a la gorda verraca, sabían que éramos periodistas, el negro Caícedo se nos acercó y nos dijo: "Mejor no se metan, peruchos. Mañana traigo de vuelta a la muchacha. Ahora mejor dejenme un recuerdo. Yo no quiero poemas. Quiero los cassettes que traes en la cangurera y esa corbata que te sacaron de la mochila". Le di lo que me pidió. Le di mis cassettes de música peruana, mi corbata - un regalo de mi tio Jorge - y se marchó sonriendo, como si se hubiese sacado la lotería. Estaba contento. Satisfecho. Alberto y yo nos dirgimos al hotelito de la negra Candé. Caminamos en silencio. Luego comentamos que no pudimos hacer nada por esa amiga. Pues durante el tiempo que estuvimos allí, el negro Caícedo nunca la regresó al Puerto de Obaldía. A los tres días nosotros volamos en una avioneta a la capital Panameña, que en ese tiempo era gobernada por el "Cara de Piña", el general Manuel Antonio Noriega.

Antes de escribir el poema que le gustó a la Fermina quiero redactar el poema "Mártires de la Frontera ", en honor a esa chica que nunca más volví a ver y en honor de todos los migrantes muertos y desaparecidos en las fronteras de América y del mundo, nuestro planeta Tierra.

MARTIRES DE LA FRONTERA

Seres humanos como tú,
seres humanos como yo
están muriendo,
están desapareciendo
en las fronteras de nuestro mundo
por buscar un poco más de pan.

Dios bendiga sus cuerpos
que abonan esta tierra.
Dios bendiga sus huesos
para que fortalezcan
nuestros corazones
en nuestra lucha por la paz.

Dios bendiga sus almas
y les de paz
por toda la eternidad.

Los mártires de las fronteras
son mártires de la Libertad.

Malditos sean los hombres
que crearon las fronteras,
que construyen muros y barreras
en contra de la Libertad,
en contra de la Igualdad,
en contra de la Fraternidad.

Luchemos por las bendiciones de Cristo,
por los sueños de Lennon,
por un mundo más humano,
con seres humanos,
de seres humanos
con Amor y Libertad.

Carlos Enrique Cabrejos Bocanegra 1989




Este es el poema que a la negra Fermina le gustó y nos permitió llegar a Panamá:


ABUELO

Abuelo
no quiero que pase
más el tiempo
sin decirte lo que siento.

Abuelo
eres impetuoso
y
viejo como el amazonas.

Ruges fiero
retando abiertamente a las horas,
que un día fueron tus amigas
y hoy están en tu contra.

Abuelo.
Viejo roble.
Ejemplo de buen fruto.
Con tu sombra
nos cobijas,
nos protejes
del caliente sol.

Abuelo.
Creciste en los Andes.
y
con paso firme
los venciste.

Abuelo
Señor fuerte.
Señor duro.
Eres roca del Inca,
la base del Sacsahuaman,
la cimiente de Machupichu...

Seguir
tus derroteros
de victorias y caídas
es mi destino.

¡Abuelo!

Carlos Enrique Cabrejos Bocanegra. Lima 1984

Mi abuelo materno murió a los 98 años de edad. Siempre admiré su fortaleza.








lunes, 24 de enero de 2011

Guiñándole al destino

Foto: Alfredo Domíngues (La Jornada)

26 de enero del 2011. Las Fuerzas Armadas patrullan la metrópoli mexicana.
Infantes de marina y soldados del ejército del vigilan las calles defeñas y del Estado de México. México está en guerra contra el narco.
Yo una vez más me lleno de viejos recuerdos, de viejos miedos, de viejos temores que creía ya olvidados.
Y en medio de este nuevo ambiente de miedo y terror recuerdo el viejo poema que escribí en la Morgue de Lima, luego de los violentos enfrentamientos que tuvo la policía con los universitarios de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos, allá por los ochenta.


Guiñándole al destino


Ella...allí.
Yo...aquí.
Ella tendida
sobre la fría piedra.
Yo de pie
en el marco de esta puerta,
parado inmóvil
sobre la helada loceta,
la miró fijamente,
de hito a hito,
intentando descubrir
en cada poro de su cuerpo
el misterio de su inercia.

Ella...
En cambio
en silencio
no puede ver
el color de mis ojos,
de mis ojos llorosos.

Ella...
ya no quiere abrir más sus ojos,
ya no quiere sentir,
ya no quiere verme sufrir
sólo mantiene fija su triste mirada
guiñándole al destino
que la citó con la muerte.

Carlos Cabrejos Bocanegra, Lima 1983









domingo, 23 de enero de 2011

Huele Mal

Los Atlantes de Tula, Hidalgo

Coche bomba en Tula, Hidalgo. (Foto: Notimex)


Foto: Juan Pablo Bustamante (Fuego de Payaso)


Como todos los domingos del nuevo año, me paré a las 8 a checar mi correo, los periódicos locales y del Perú a través de la red. Y otra vez regresó a mi ese sentimiento de angustia y desconsuelo que me invadía cuando estaba en Lima trabajando como periodista.
Hace una semana atrás de mi casa mataron a 9 personas dedicadas al narco menudeo y hoy, domingo 23 de enero del 2011, la nota más espeluznate de la mañana es la explosión de un coche bomba en Tula, Hidalgo, que dejó un muerto y tres heridos.
Conozco Tula, conozco a su gente pacífica, a su pueblo con olor a pueblo y aire sereno, que como yo disfrutan de los helados de maracuyá. Conozco a sus gigantes siempre vigilando, siempre apacibles como su pueblo.
Pero también conozco el terror y ese maldito olor a sangre y muerte que en los ochenta me obligo a escribir el siguiente poema y hoy me siento con la necesidad de compartirlo con ustedes.


Huele mal

Huele mal.
La tv. no prende.
La radio no funciona.
La casa está sucia.

Huele mal.
Los libros aburren.
Los periódicos mienten.
¡Uy!...Apagón.

Huele mal.
Las puertas están con llave.
Los locos razonan.
Los estudiantes tiran piedras.

Huele mal.
La gente de cabeza.
Los carros explotan.
Las armas en las manos.

Huele mal.





sábado, 22 de enero de 2011

Un sueño en Taquile: ¿Por qué lloran las flores?

Fotos Manolón: un poeta mochilero.

Por : Carlos Cabrejos Bocanegra

En Taquile me quedé dos noches y un día y como dice el Manolón en su blog: Mochileros. org; Taquile no sólo nos recibe, sino también nos mira y nos abraza con su palpable paz abrigadora.
La primera noche cayó un tormentón. El cielo rugía con toda su fuerza. Truenos y rayos hacían retumbar la isla, pero ni una gota de lluvia cayó sobre mi cama de piedra cubierta de pieles de oveja, en medio de un oscuro cuarto de adobe y piedra.
Así pensando, imaginando un montón de cosas, sintiendo la lluvia y la tormenta me quedé dormido y tuve un sueño, más que un sueño una pesadilla. Veía como el lago crecía, como las olas se iban haciendo, cada vez , más grandes y más grandes hasta devorarse de un bocado a la isla. Desperté lleno de miedo y al ver por la pequeña ventanilla del cuarto hacia afuera, la tormenta había pasado y todo era silencio y tranquilidad como en un camposanto. Salí a caminar y la paz de Taquile me hizo olvidar aquella pesadilla.
La segunda noche no llovió; pero tuve otro sueño, ésta vez soñé que las flores lloraban y al preguntarles:
¿Por qué lloran?. Ellas respondieron en verso:

" Lloramos porque
las flores ya no crecemos en el campo
nos están matando
en jardínes,
en jarrones,
en el campo santo.

Lloramos porque los niños
ya no juegan libres
en las calles,
en parques,
playas y campos
los están acabando
con juegos
que nunca jugaron sus abuelos,
sus padres.

Lloramos porque el hombre
se está quedando solo
sin sus flores,
sin sus campos,
sin su inmenso mar."


Al despertar Taquile me volvió a abrazar, me volvió a abrigar con su paz, con su serenidad.








lunes, 17 de enero de 2011

Taquile

En medio del Lago Titicaca la isla Taquile es un monumento a la historia viva del Perú.

Sus pobladores mantienen una organización social ancestral y todos se benefician económicamente del turismo nacional e internacional que visita la isla durante todo el año. En Taquile no hay hoteles. Los comuneros hospedan a los visitantes y se duerme en camas de piedras cubiertas por pieles de chivos u ovejas. Es como volver al pasado.
En el verano de 1988 visité la isla y me quedé impresionado al sentir la paz, la armonía y la serenidad de los taliqueños, contrario al ambiente de terror que vivíamos en Lima. Y en medio de ese ambiente de tranquilidad escribí el siguiente poema:


La quietud del lago
es el rostro sereno de tus hijos

¡Taquile!

El vaiven silencioso del lago
es el paso contemplativo de tus hijos

¡Taquile!

El horizonte del lago
es la sonrisa sincera de tus hijos

¡Taquile!

El frío del lago
es la reciedumbre de tus hijos

¡Taquile!

La lluvia en el lago
es el llanto de tus hijos

¡Taquile!

Los truenos sobre el lago
son los gritos de furia de tus hijos

¡Taquile!

Los rayos sobre el lago
son la luz de los ojos de tus hijos

¡Taquile!

La isla en medio del lago
es el corazón noble de tus hijos

¡Taquile!

El cielo azul encima del lago
es el alma inocente de tus hijos

¡Taquile!

Las piedras milenarias de la isla,
la fortaleza de tus hijos

¡Taquile!

La kantuta,
las manos tejedoras de tus hijos

¡Taquile!


¡Taquile es la paz del lago!
¡Taquile es la paz del hombre!
¡Taquile es la paz de los hijos del sol!


Carlos Cabrejos Bocanegra (Taquile 1988)






domingo, 16 de enero de 2011

Panquitas de life

Hermosas cholas monsefuanas, orgullo de mi raza de bronce.

Por: Carlos Cabrejos Bocanegra

¡PANQUIIITAAASSSS DE LIII....FFEEEE...!

Viene gritando la chola.
Su cabello, negro negrísimo,
es un colchón de trenzas.
La canasta de carrizo
está firme sobre su cabeza.

¡Panquitas de life!
viene gritando
la Chola monsefuana,
mientras orgullosa camina
irguiendo el pecho
como una diosa.

¡Panquitas de Life!
viene vendiendo
con la cerviz en alto
y sus pies descalzos
besando el piso.

¡Panquitas de Life!
viene anunciando
por las calles chiclayanas,
mientras la canasta de carrizo
se balancea al ritmo de sus caderas.

¡Panquitas de Life!
paisanos
se comen de un bocado
y
con las manos.

viernes, 14 de enero de 2011

Negra Manuela


Lucila Campos de la Colina es una de las más grandes intérpretes de la música afroperuana y, creo que, así como ella hubiese sido la madre de mi abuelo Manuel a quien nunca tuve el gusto de conocer. Murió cuando mi padre tenía 14 años. Más yo me imagino que así hubiese sido mi bisabuela, porque según mi padre a ella le gustaba cantar y a mi bisabuelo componer mientras fumaba un cigarrillo hecho con las barbas secas del choclo.
Este poema está escrito en honor a mi sangre de raza negra.


por: Carlos Cabrejos Bocanegra

Negra, negra, negra,

negra, negra tinta

Ere’ ma’ o’cura

que la mi’ma noche

ma’ negra que el carbón

pero, cu’ blanco diente’

brillan ma’ que la’ perla’

y el mi’mo sol.


Negra, negra, negra,

negra, negra tinta

Ere’ ma’ negra

que la mi’ma noche;

pero cu’ blanco diente

brillan ma’ que la mi’mita

luna llena.


Negra, negra, negra,

negra, negra tinta

ere’ ma’ negra que

la mi’ma noche,

pero cu’ sonrisa

ilumina ma’ que

la lu’ del día.


Negra, negra, negra,

negra, negra Manuela,

negra de piel o’cura,

de diente blanco

y ojo’ grande

tiene’ el alma ma’

bella que una flor.