Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

martes, 28 de abril de 2020

LA CASA VIEJA


LA CASA VIEJA
No sé por qué razón siempre me han perseguido los eventos extraños.
Desde que era niño mis padres me contaban historias de fantasmas, aparecidos, muertos y demonios.
Mis familiares y vecinos aseguraban que mi larguirucha casa era pesada. es decir, que en ella penaban.
La casa tenía más de cien años y había pasado de generación en generación: De mi bisabuelo a mi abuelo y de mi abuelo a mi padre.
En ella habían sido velados todos mis ancestros incluso Marcelino, el hermano menor de mi papá. Mi papá contaba que su hermanito era un niño travieso, juguetón y falleció de un momento a otro víctima de disentería.
En la casa vieja también velaron a mi mamá, a mi hermana y a mi hermano.
La señora Corona, mi vecina del lado izquierdo, se quejaba que veía a una mujer de cabello negro y blusa blanca en la ventana de mi altillo.
Los Burga, los vecinos del lado derecho, comentaban que cuando la casa se quedaba sola se convertía en una especie de "jardín de niños". Decían que escuchaban risas de chibolos corriendo por toda la delgada casa vieja y en otras ocasiones oían a niños jugando bolitas o canicas como dicen acá en México.
Dora una empleada doméstica que ayudaba a mi mamá con los quehaceres de la casa, una noche gritó aterrada y con lágrimas en los ojos afirmaba que había visto como una mano cadavérica abría lentamente la puerta del corral mientras ella limpiaba la cocina. Estaba totalmente espantada. Al día siguiente renunció y mi mamá comentó que la casa vieja, flaca y fea tenía algo malo.
Mi madre decía que muchas veces no la dejaban dormir y que en otras ocasiones, en la cocina, le jalaban duro del vestido.
Mi hermana Alicia, que en paz descanse, afirmaba que una noche vio a un ente extraño caminar por toda la larguirucha casa y desaparecer por la zotehuela (el corral).
Mi hermano Fernando, que Dios tenga en su gloria, comentaba que en el corral se oían ruidos extraños, que le daban mucho miedo.
Yo vi como en el corral volaban las cosas como si alguien jugara con ellas cambiándolas de un lugar a otro.
Una noche mi padre, que tiene creencias muy antiguas, cansado de tantos sucesos extraños dijo que iba a limpiar la casa, en particular el corral.
Así que fue al mercado Modelo compró incienso, un quemador de incienso y fue por agua bendita a la catedral de Chiclayo.
Armado de incienso y agua bendita, a la medianoche de un viernes comenzó a limpiar la casa. Empezó por la puerta principal invocando a todos los santos, a las almas del purgatorio; rezaba el Padre Nuestro, el Ave María y volvía a invocar a todos los santos y a las almas del purgatorio.
Mi viejo humeaba con incienso cada rincón y esparcía agua bendita por todas las paredes de la vieja casa. Había empezado por la puerta de la calle, siguió por la sala, el comedor, la cocina, el altillo y ya sólo faltaba entrar al corral o zotehuela como le llaman acá en México a la última pieza de una vivienda.
Yo veía como viejo rezaba con la intensión de limpiar la casa, pero al abrir la vieja puerta de madera que separaba la cocina del corral, mi papá se paralizó. La voz de sus letanías y oraciones se apagaron. Su voz se silenció. Su labios se cerraron. Sus piernas comenzaron a temblar. No podía dar ni un paso más, ni pronunciar una sola oración. El miedo se apoderó de mi papá. Nunca lo había visto tan débil como en ese momento.
Mi padre siempre fue un hombre muy fuerte física y mentalmente. Recuerdo que en una ocasión me dijo que teníamos que recoger el alma de mi hermana Alicia, porque algo o alguien la había asustado por el Hospital de las Mercedes. En esos días yo tenía unos diez años, pero para mi padre ya era un hombre, un hombre que tenía que aprender sus tradiciones y costumbres.
Así que hizo un muñeco de trapo con ropa de mi hermana y a la medianoche salimos a recuperar el alma de Alicia sin ninguna oposición de mi madre, que creía en lo mismo que mi papá.
Caminamos rápido y en silencio hasta llegar al popular nosocomio chiclayano. En medio de la penumbra mi papá sacó la muñeca de trapo y comenzó el ritual diciendo: - En nombre de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, de la Virgen María, de San José, de todos los santos y de las almas del purgatorio, yo Edmundo invoco al alma de mi hija Alicia a regresar a su cuerpo-. Por cada letanía que repetía iba pegando la muñeca de trapo contra las paredes externas del hospital. Repitió cada golpe y cada plegaria hasta regresar a la casa. Allí nos esperaban mi mamá y mi hermana. En la casa, mi papá pegó la muñeca de trapo al pecho de Alicia y sopló tres veces invocando a la Santísima Trinidad y finalmente expresó:-Aquí tienes de vuelta tu alma mi querida hija-. Mi madre sonrió satisfecha. Mi hermana se vio reluciente. Mi padre sonrió triunfante. No dije, ni pregunté nada. Vi a todos contentos y me fui a dormir.
Pero la noche que mi papá quiso limpiar la casa, que quiso exorcizar el corral, esa noche vi el miedo en su rostro.
No era el mismo hombre fuerte que recogía el alma de mi hermana a la medianoche por el Hospital de las Mercedes.
No, ya no era el mismo hombre fuerte que recogía el alma de mi hermana. Ahora se veía débil, mudo, asustado, inmóvil para seguir retando a las fuerzas oscuras, que no solemos ver; pero que se sienten e inspiran pánico, terror, miedo y congelan el cuerpo y el alma.
Mi padre estaba congelado por el miedo, estaba anclado al umbral de la puerta del corral; temí por su vida, pensé que se podía infartar y morir de un ataque al corazón como murió mi abuelo; pero no era su hora, cuando una corriente de aire helado apagó el incensario y una extraña fuerza lo tiró de espaldas contra el suelo de la cocina, el agua bendita se regó por todos lados y la puerta del corral se cerró de un azotón...
Mi viejo volvió en sí. No hizo ningún comentario. En silencio fuimos a dormir como dos soldados derrotados.
El 2015 me deshice de esa casa vieja, flaca y malvada.