Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

miércoles, 29 de junio de 2011

Mis viejas fotos: Con el doctor Hugo Príncipe Trujillo

Con el juez Hugo Príncipe Trujillo, el 5 de junio de 1986, que llevó en su juzgado el caso Villa-Coca del narcotraficante peruano Reynaldo Rodríguez López, el "zar" de las drogas.
El juez llegaba en una patrulla de la Guardia Civil por la parte posterior del Palacio de Justicia de Lima, donde había que "cazarlo" para que nos diera información sobre el tema.
Era y creo que sigue siendo un hombre recto que le tocó juzgar uno de los casos más sonados de 1985 que involucró a gente como el ministro del Interior Percovich Roca, a los generales de la PIP José Jorge, Jorge Ipinze y Ballesteros.
El ministro del Interior salió librado del caso diciendo que no conocía las actividades ilícitas de su compadre espiritual, pero los policías mencionados acabaron en la cárcel.

Mis viejas fotos: En casa del recorrido periodista José Manuel Jesús Orbegozo

En enero de 1986 trabajaba en la sección judicial del diario EXPRESO, sustituyendo a don Isaac Felipe Montoro que salió de vacaciones. Caminaba por los pasillos del Palacio de Justicia husmeando en el juzgado del doctor Hugo Príncipe Trujillo, que llevaba el caso Villa- Coca, de Reynaldo Rodríguez López (El Zar), cuando conocí a Juana Villanueva, una simpática periodista del desaparecido diario "EL Nacional". Hicimos una bonita amistad y me invitó a la casa de su maestro de la Universidad Nacional Mayor de "San Marcos", Manuel Jesús Orbegozo.
Don Manuel en esos días trabajaba en el diairo EL COMERCIO. Resultó ser una persona agradable, de buen trato. No era sobrado pese a ser un periodista que había recorrido el mundo entrevistando a grandes personajes de la Historia Universal como Tito, El che Guevara, etc., etc.

Mis viejas fotos: Carlitos Valle, Julio Ugaz y yo

Carlos Valle y Julio Ugaz en la Plaza de Armas de Tarma un 9 de diciembre de 1987. Con mi tocayo trabajé en el diario EXPRESO, antes de renunciar en 1986, y a partir de entonces empezar una nueva etapa en OJO, donde trabajé hasta agosto de 1988 con Julio Ugaz.
Carlitos Valle siempe fue un gran amigo y algunas veces hacíamos la nota de espectáculos. Como esa vez que le fuimos a tomar fotos a Pilar Brescia en su camerino durante la obra "Los Picapedra" o "Adan " y "Eva" y le subí el taparrabo un poco más arriba porque no deseaba mostrar nada. Carlos tomó rápidamente la fotografía, Pilar con una hermosa sonrisa, siempre amable, dijo: "Hasta allí...no"... Yo sonriendo comenté : "Está bien". ....Pero Carlitos ya tenía la fotografía... A don Jaime Jaime Marroquín, nuestro jefe de información le encantó la foto... En estos días ya no hay esos detalles, ya no hay que "levantarles" la falda..Ellas solas se desvisten...
A partir de entonces, Carlitos siempre me hacía bromas con Pilar Brescia... Sin embargo cabe indicar que Pilar Brescia es toda una dama de la televisión, del cine y del teatro nacional. Fue la primera actriz que conocí y la última que ví antes de irme de EXPRESO.



Julio Ugaz y yo en la Plaza de Armas de Tarma, un 9 de diciembre de 1987, cuando un tremendo huayco acabó con cientos de hectáreas de café y muchos colonos quedaron aislados en la zona selvática de La Merced. Esa vez en plena selva caí en arena movediza por no seguir las pisadas del guía. Allí aprendí que en la selva hay que seguir las huellas del que camina adelante o pasamos a la historia.
Julio tenía mucho más experiencia que yo cubriendo notas en la selva peruana y a partir de ese momento no me despegué de sus tobillos.


Mis viejas fotos

Los mineros en paro, de la sierra central del Perú, amenazaron con tomar la Plaza de Armas de Lima un 28 de enero de 1983. En esa fecha estaba haciendo mis primeras practicas profesionales en el diario La Prensa. Estaba asignado a la sección policial, así que junto con doña Rosa, el Gordo Gamarra y un pata más cuyo nombre no recuerdo fuimos hasta el frente del Palacio de Gobierno a hacer guardia hasta 3 de la madrugada. Los mineros nunca pudieron llegar al principal parque de Lima, Beláunde durmió tranquilo y a cada uno de nosotros nos llevaron, en la camioneta del periódico, hasta nuestras casas.

jueves, 23 de junio de 2011

Don Isaac Felipe Montoro: Periodista, escritor y un gran amigo

Don Isaac Felipe Montoro convirtió lo extraordinario en algo ordinario para revelar los secretos de la mendicidad en Lima. (Foto: Bajada del blog de Humberto Pineda Mendoza)

Escribir sobre don Isaac Felipe Montoro no es nada fácil. He realizado 24 intentos hasta la fecha y no logré concretar nada. Hoy espero plasmar este relato de mi vida periodística en Lima, cuando llegué con 24 años al diario Expreso. Sólo deseo que la memoria no me fallé.
Como lo he dicho antes en Expreso empecé con el pie derecho en 1985.
En cuanto entré me dieron chamba. Don Guillermo Córtez Nuñez me comisionó un reportaje sobre el 50 aniversario de la muerte de Carlos Gardel, pero cómo no conocía a la gente del mundo del espectáculo, comentó: "Carajo, no conoces a nadie". No lo negué. Pues durante mis años en la Universidad de Piura (UDEP) estuve lejos de las páginas de sociales y de la farándula nacional. Y durante mis practicas profesionales, en el diario La Prensa, estuve asignado a la sección policial. Así que no negué lo que para él era evidente. Entonces me preguntó: "¿A quién conoces? ¿A quien has léido?". De la manera más sencilla y sincera le respondí: -A Millán Puelles, Oriana Fallaci, Vicente Rodríguez Casado, la doctora González, la doctora Aspillaga, Fabiola Morales...-. Me interrumpió gritando: "¡Carajo, puras pajas... No conoces a nadie... Pero no importa..." Furioso. Impaciente, tomó una carilla en blanco, sacó su plumafuente y bufando como un toro de lidia comenzó a escribir una larga lista de nombres. Cuando acabó me la entregó en mis manos, ordenándome: -"Búscalos y pregúntales si vieron a Carlos Gardel alguna vez en el Perú"-. En el acto se marchó sin decir nada más. Don Jaime Marroquín me vio en silencio y Gladys Torres, tan recia como siempre, manifestó. -"Bueno qué estás esperando a trabajar"-.
Tres días después le entregaba mi primer reportaje a don Jaime. El 24 de junio de 1985 salió publicado a 8 columnas, toda una página y con llamada en primera plana.
Ese día en la sala de redacción estaba que no cabía en mis zapatos. Y mi ego se infló mucho más cuando don Jaime me llamó a su oficina para decirme que me haría responsable de la columna "Cita de Estrellas", de don Rafael Ruíz, la "Sombra" Ruíz, como se le conocía en el ambiente periodístico desde que era reportero del famoso Guido Monteverde, pionero del periodismo de espectáculos del Perú.
La "Sombra" Ruíz. Medía menos de un metro 60 centímetros. Era un hombre menudito, pequeño, delgadito, se veía muy frágil, con su cabello largo color negro siempre bien peinado como si fuera un peluca pegada a la cabeza. No se le movía un solo cabello. Había veces que daba la impresión que tuviera más cabellera que cuerpo y su voz afónica era muy suavecita. Su clásico saludo era: "Hola, hermanito".
Cuando regresó de vacaciones pudimos conversar algo. No mucho. Sólo lo básico y me felicitó por cubrirle las espaldas durante sus vacaciones. Luego me dijo que iría con el acunputurista porque sufría de dolores de espalda. Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que era un personaje tímido, más que reservado; pero tenía un poder muy grande: Sus contactos. Eso lo convertía en un monstruo del periodismo de espectáculos. Muchas artistas como Analí Cabrera que acaba de fallecer, Pilar Brescia, Saby Kamalich, Patricia Pereyra, etc., estimaban de verdad a la "Sombra" Ruiz.
Bueno, volviendo al tema, don Jaime Marroquín me dio la responsabilidad de cubrir la columna "Citas de Estrellas" y sacar diariamente diferentes notas en la sección de espectáculos. Como ya dije antes, eso infló más mi ego. Y mucho más cuando Don Guillemo autorizó que me pagarán un extra por cada nota de espectáculos publicada.
Ya se pueden imaginar a un novato como yo, recien salidito de la Universidad , en el mundo de la farándula. Me sentía superbacán...Cuando se acercó a mi escritorio, María Naveda. Una joven valiente, redactora de la sección policial. Me contaron que casi la golpean en un trabajo de investigación periodística que estaba haciendo para descubrir quienes eran los miembros del Instituto Schiller, que estaban atacando a Manuel Ulloa Elías. Era una reportera que día con día se jugaba el pellejo en las calles de Lima. No era muy alta, un poco menos de un metro sesenta con zapatos bajos, pero su vocación periodísitca era inmensa. Bien, ella, María Naveda, se acercó a mí y me preguntó si conocía al hombre viejo que tenía al frente. Mi respuesta fue negativa. No había tenido tiempo de relacionarme con los hombres y mujeres de la sala de redacción, mas eso no la molestó y me dijo: -Es don Isaac Felipe Montoro. Una leyenda en Expreso, que en su juventud se disfrazó de mendigo para cumplir con su labor periodística y luego escribió su famosa novela "Yo fui Mendigo".
En ese instante las plabras de María Naveda me regresaron a mi realidad. Otra vez pisé tierra y no me importó que aquel hombre de cabello crespo color negro con rayos de plata, no me mirara, ni me empelotara. Me quedé mudo. María, en silencio, regresó a su lugar. Yo me senté y miré fijamente al periodista y escritor que doblaba su espalda para casi meterse de cabeza en la máquina de escribir que golpeaba con un par de dedos rapidos y precisos. Así conocí a don Isaac Felipe Montoro, que en esos instantes vestía un saco marrón claro con cuadros y líneas negras, un pantalón de vestir marrón, un par de zapatos del mismo color, una camisa amarilla y una corbata beis.
Don Isaac llegaba todas las tardes después de las 4 p.m. Escribía con mucha rapidez y concentación. Entregaba sus notas y se iba conforme había llegado. Muy pocas veces se detenía a conversar con el resto de redactores y algunas veces charlaba sobre el contenido de sus información con Gladys Torres o don Jaime Marroquín o con don Guillermo Córtez. Siempre estaba concentrado, metido en sus pensamientos, en su trabajo.
Pasaron un par de meses. Durante todo ese tiempo no había podido hablar con él. Todo mi trato se resumía a un simple saludo: ¡Buenas tardes, don Isaac! ¡Hasta luego, don Isaac! A lo que él respondía con un movimiento de cabeza o un breve "hola" o un simple "chao". En más de dos meses yo sabía de él; pero, creo que él no sabía nada de mí.
Hasta que una mañana Gladys Torres me llamó a su mesa. Pensé que algo había salido mal. Ella estaba con cara de pocos amigos. Creo que no estaba de acuerdo con mi doble labor de reportero policial por el día y espectáculos por la noche. Pero sólo así podía darme a conocer, ganar contactos, tener buenas fuentes, aprender a hacer periodismo y de paso ganar una platita extra, que en un país como en el Perú, en esos días de terrorismo, era necesario. La inflación atormentaba la economía nacional tanto para solteros como para casados. Todo estaba subiendo y Lima siempre es caro.
Mas al entrar a su oficina me quedé sorprendido como el primer día que llegué. Ella me dijo que don Isaac Felipe Montoro había salido de vacaciones y a partir de ese momento yo cubría las fuentes del Palacio de Justicia de Lima y de la Fiscalía de la Nación. No lo había hecho nada mal como cronista de espectáculos y supongo que por eso ahora debía cubrir las espaldas de don Isaac.
Así que otra vez estaba supercontento. La actividad judicial no era nueva para mí. Conocía bien el Palacio de Justicia de Chiclayo, donde mi tío Gumercindo trabajaba como Secretario de Juzgado y mi tío Jorge litigaba como abogado. Cuando tenía 13 años trabajé con ellos en mis vacaciones de verano, así que el lenguaje jurídico, el uso de expedientes, cédulas y notificaciones las conocía por mis tíos, a parte que había llevado un año de Derecho a la Información en mi facultad. Ahora sólo sería cuestión de familiarizarme con los pasillos y los juzgados del palacio de Justicia de Lima y de la Fiscalía de la Nación.
Sin embargo, no tenía mucho que pensar, la suerte seguía de mi lado. Como me recordó hace poco mi viejo amigo Walter Guerrero: "La suerte es de los valientes". Nunca dudé en aceptar la nueva responsabilidad que me estaban dando y ese mismo día me encontré con Don Isaac rumbo al recinto judicial. Él aún seguía en Lima estaba por publicar una nueva novela, le comenté que yo lo reemplazaría y me dijo con firmeza, con la firmeza con la que un maestro aconseja a su discípulo: -"Fijate bien en los números de los expedientes, en el número de las demandas judiciales, grabate los nombres de los jueces, de los abogados, de los fiscales, de los demandantes y demandados, no te vayan a bailar"-.
Estaba supercontento. Por fin había cruzado más de dos plabras con el autor de la novela "Yo fui mendigo". Por fin pasamos de un simple saludo a un diálogo. Un diálogo corto, técnico y educativo. Algo era algo para un novato como yo que en el fondo quería ser como don Isaac Felipe Montoro. Como el hombre que se camufló de mendigo para revelar la verdad de la mendicidad en Lima, para desvelar el misterio de esos seres que han hecho de la indigencia una profesión, un medio de vida, una manera fácil de ganarse un sol y aprovecharse de la generosidad del prójimo.
Con la orden de Gladys Torres y los consejos de don Isaac Felipe Montoro comencé a trabajar en las fuentes del Palacio de Justicia de Lima y de la Fiscalía de la Nación.
No recuerdo bien la primera nota que saqué de estas fuentes tan lúgubres como los pasillos del castillo del Paseo de la Reforma.
Pero si recuerdo que gracias a esas fuentes escribí sobre Carlos Langberg, el narcotraficante capturado en 1984, durante el gobierno de Fernando Beláúnde Terry, y que fue acusado de haber financiado la campaña de Armando Villanueva del Campo candidato del Partido Aprista Peruano en las elecciones de 1980 y obviamente rival del karáteca, como le decían a Belaúnde por esos días.
Carlos Langberg pasaba sus días de reclusión en una habitación bien amueblada con una buena biblióteca, periódicos y revistas nacionales, televisón, teléfono y fax en una clínica particular ubicada a un costado del Palacio de Justicia de Lima.
Escribí sobre el juicio en contra de los comuneros de Uchuraccay acusados de la masacre de 8 periodistas el 26 de enero de 1983. Cuando era practicante de periodismo en el diario La Prensa, bajo la batuta del "comandante" Fidel Méndez y el gordo Gamarra. Ambos no estuvieron de acuerdo con viajar a Ayacuho. Como dicen no era su hora, ni su momento.
El juicio para mí fue un gran circo. Los demandados hablaban bien español, yo los escuhé hablando en la lengua de Cervantes por los pasillos; pero se apegaron a su derecho constitucional y el juicio se llevó totalmente en Quechua, el segundo idioma oficial del Perú. Se utilizaron traductores, hecho que atrasaba las audiencias y las convertían en una farándula.
Los juicios contra los terroristas y en especial escribí sobre el juicio contra Reynaldo Rodríguez López el "Zar" de las drogas, que fue detenido un 12 de noviembre de 1985 en Ancón, luego que su laboratorio de drogas explotara 4 días antes de las fiestas patrias del mismo año.
Reynaldo Rodríguez López era, en esas fechas, compadre del ministro del Interior Luis Percovich Roca, y de los generales de la Policía de Investigaciones del Perú, José Jorge Zárate y Jorge Ipinze.
Además el gobierno de Alán García, del 85, acusaba de haber financiado la campaña presidencial de su antecesor Fernando Belaúnde Terry. Ambos políticos estaban a mano. Belaúnde embarró al APRA con Langberg y ahora García embarraba al partido del karáteca, Acción Popular (AP), con el "Zar" de las drogas, que se jactaba de ser compadre de políticos y policías del más alto nivel en la historia del Perú.
En los pasillos del Palacio de Justicia también conocí al sicario italiano Italo Scolezzi que había hecho algunos "trabajitos" para Rodríguez López. Luego fue sentenciado y enviado al penal de máxima seguridad de Canto Grande, donde una vez me metí camuflado y lo vi estudiando en la escuelita de inglés, que había hecho en el interior de ese reclusorio, el "Zar" de las drogas Reynaldo Rodríguez López.
Conocía a los abogados Martha Huatay y Manuel Febres Flores. Ambos pertenecían a la Organización de Abogados Demoráticos del Perú, que se encargó de la defensa de terrucos como Laura Zamabrano Padilla alias la camarada "Meche" y de otros miembros del grupo subversivo "Sendero Luminoso".
Con la captura de Abimael Guzman en 1992, durante el gobierno del "Chino" Alberto Fujimori fue detenida, enjuiciada y sentenciada a la cárcel Martha Huatay.
En tanto Manuel Febres Flores fue asesinado un 28 de julio 1988 por el comando paramilitar "Rodrigo Franco", que era dirigido por el Viceministro del Interior Agustín Mantilla. Fue un "regalo" de fiestas patrias que el aprista le dio a la nación.
Aunque la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú en la página 197, de su informe del Tomo VII cita al diario "La República" como fuente de este crimen, nosotros el reportero gráfico Julio Ugaz y yo fuimos los primeros en estar en el lugar de los hechos. Fuimos los primeros en tomar fotos del cuerpo sin vida de Manuel Febres. Su cadáver estaba tirado de forma perpendicular a la vereda. Su cabeza estaba en la pista, boca abajo con un balazo en la región occipital de la cabeza y los pies subidos en la cera formando un pequeño plano inclinado. Estaba vestido con una casaca y un pantalón beis. Entre las dunas que se formaban antes de la subida del túnel de la Herradura, un par de guardias civiles escondidos con miedo, mirándonos en silencio cómo realizabamos nuestro trabajo. Julio Ugaz tomaba fotos. Yo observaba el perfil del cadáver cuya sangre ya estaba coagulada y tomaba nota del crimen político. El chofer Ultiveros que conducía la camioneta Toyota 4x4 del diario OJO, periódico en el cual trabajabamos en esas fechas, también fue testigo del suceso. Y también fue testigo de como a OJO no le importó informar sobre el homicidio del abogado. Luego de este suceso, Ugaz y yo ya no estábamos contentos en ese periódico al cual renuncié 15 días después. Ya no estaba contento en mi país y un 30 de agosto del mismo años decidí abandonar el Perú con mi amigo Alberto Morales Calvo. Con 80 dólares, un poemario y un amigo que salía decepcionado de la clase de periodismo que estábamos haciendo en la Lima de Alán García, pero esta es otra historia de la cual hablaré más adelante.
De Julio Ugaz ya no supe nada y no sé nada hasta la fecha. Lo he buscado por la red; pero no he podido localizarlo.
Regresando al tema, hacer periodismo judicial también me pertmitió conocer, en 1985, al Fiscal de la Nación César Elejalde, quien en plena Navidad, me dio la primicia que ya tenía un equipo de "incorruptibles" para el caso "Villa Coca", como se le llamó al juicio de Reynaldo Rodríguez López. (En otro relato contaré como llegué hasta la oficina de Elejalde para sacar esta nota que me valió una sonrisa de Don Jaime Marroquín y una llamada en primera plana)
Sustitir a don Isaac Felipe Montoro en los pasillos del Palacio de Justicia era un lujo que me daba también la oportunidad de relacioname con el mítico periodista Carlos Ney Barrionuevo, uno de los personajes de Mario Vargas Llosa en su novela "Conversaciones en la Catedral". También me sirvió para profundizar más nuestra amistad con Jimmy Torres Carrasco, actual director del diario "Del País" de Lima. Y de conocer a la reportera del diario El Nacional, Juana Villanueva, con quien sostuve un bonito romance.
Al regresar don Isaac Felipe Montoro las cosas fueron diferentes. Yo volví a la sección policial y a mis notas de espectáculos, pero esta vez nuestro trato pasó de un simple "hola" a conocernos un poco más. Yo le contaba que escribía poesía y el me presentó con su impresor. Le conté que estaba leyendo "Exodo", me invitó a la presentación de su nuevos libros publicados en 1986: "La Muerte de Mariana Altamira" y "El secuestro de Anastasia". Le conté que ya no estaba agusto en Expreso, desde el día en que me mandaron una carta de rectificación. Y él y Frank Lambarri me recomendaron con Salvador Larrea, director del diario OJO en 1986.
Esos días andaba mal. Estaba deprimido. Animicamente estaba por los suelos y un sábado negro me toco ir a la Prefectura de Lima, donde ví a un viejo periodista de policiales. Su nombre no merece ser mencionado en este blog; pero me pasó una infomación falsa sobre un asalto a un club de la Asociación de Residentes de Maranga. Todo lo que me dijo parecía real y cuando quise ir a comprobarlo, me dijo: "Cabrejos no creo que vayas a desconfiar de mí. Ven mejor vamos a echarnos un cebiche. Este sábado está tranquilo y aquí no hay nada". Fui un idiota y me dejé seducir. Yo siempre admiraba a los periodistas viejos. Pensaba que eran sobrevivientes de una época primitiva, de una era prehistórica del periodismo peruano y pisé la trampa.
Después de echarnos un cebiche y una cerveza en Chorrillos, vino mi peor experiencia como periodista. Don Jaime Marroquín era miembro de esa asociación. Toda la nota que me publicaron había sido una gran mentira y yo no sabía como superar esa desgracia. Don Jaime y don Guillermo entonces comenzaron a dudar de mis informaciones. Gladys Torres me miraba como a un mentiroso. Don Jaime rompía mis notas en mi cara. No sabía quehacer.
Hasta que una mañana don Jaime me dijo: "Ven sacate el clavo con este trabajo". Lo hice. Me saqué el clavo; pero la vergüenza me seguía consumiendo. No estoy acostumbrado a maldecir; pero a ese periodista que me bailó, que se aprovecho de mi buena fe, lo maldije... Luego, decidé hablar con don Isaac y contarle todo lo que había pasado.
A los pocos días el autor de "Yo fui mendigo", en la sala de redacción de EXPRESO, me decía: "Salvador Larrea te está esperando. Dile que quieres 3000 mil Intis. Tú eres un ladrillo (trabajador), no le pidas menos". Y sin decirme más se marchó mirándome como a un colega, no como a un hijo, es decir con respeto.
Media hora más tarde llegaba corriendo hasta mi escritorio el flaco Lambarri. Se detuvo, tomó aire y me preguntó: ¿Ya hablaste con Montoro? Respondí que sí y agregó: "Bien deja todo lo que estás haciendo que Guayo Salas, el jefe de la sección policial de OJO te quiere en su equipo". Entregé mi última nota a Gladys Torres. Lambarri me acompañó hasta la avenida Tacna. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y fui al diario OJO.
Al día siguiente empezaba una nueva aventura con un sueldo casi tres veces superior al de EXPRESO, pero no eran tres mil intis... Cuando pedí esa cantidad como me lo indicó don Isaac, Salvador Larrea y Víctor Canales sonrieron y me dijeron te vamos a dar la mitad... Y con 1500 intis mensuales me convertí en uno de los periodistas jóvenes mejor pagados de Lima, en 1986.
Todo gracias a don Isaac y al flaco Lambarri que valoraron siempre mi trabajo periodístico en EXPRESO y después en OJO.

viernes, 17 de junio de 2011

El flaco Lambarri

Frank Lambarri era un pata con ángel. Caía bien en cuanto uno lo conocía. Era muy alto, casi tan alto como el presidente de turno en ese momento, Alán García. De rostro alargado, cabello lacio y bigote castaño parecía un personaje shakespeariano. Siempre vestía con un saco sport color marrón de gamusa, una camisa de cuadros rojos, pantalón de mezclilla y zapatos café claros. Le gustaba conversar sobretodo de temas oscuros como de los agentes de la CIA, la KGB y la Mossad que actuaban encubiertos en la capital.
También le gustaba conversar como los agentes de inteligencia de la fuerzas policiales y de las fuerzas armadas del Perú se vestían de mendigos, de barrenderos, de lustrabotas, etc. etc, para recabar información en lima limón.
Y de cómo para los agentes de esas agencias internacionales, y de la policía y de las fuerzas armadas, locales era difícil infiltrarse en Sendero Luminoso porque estos utilizaban niños como espías.
Frank estaba bien loco con estos temas y, creo que, yo incendiaba más su imaginación porque le conté que una vez en el Aereopuerto Internacional Jorge Chávez vi de pura chiripa a unos cubanos y uno de ellos estaba revisando una cámara Minox de 8 milímitros. En cuanto lo ví el cubano la escondió y con su séquito siguieron paseando por el dutty free del lugar.
Así nos pasábamos horas alucinando como trabajaban los espías en Lima. Ese tipo de temas nos acercaba y finalmente acabamos hablando de como don Isaac felipe Montoro se había disfrazado de pordiosero para escribir su famoso libro "Yo fui Mendigo", allá por 1965.
Mas la primera vez que lo conocí fue en la antigua Sala de Prensa de la Prefectura de Lima ubicada en la avenida España, a donde acudía todas las mañanas para revisar las partes informativas que publicaban las oficinas de Relaciones Públicas de la Guardia Civil (GC) y de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP). La Guardia Republicana no tenía sala de prensa ellos se encargaban de custodiar el edificio gris de la Av. España.
Sólo la GC y la PIP tenían su propia sala de prensa. La de la GC era la primera que visitabamos. Ya la conocía bien pues allí había acudido cada mañana cuando era practicante de periodismo en el diario "La Prensa".
No había cambiado mucho desde la última vez que la visité. Continuaba siendo un cuarto austero, sin ventanas, con paredes altas y una entrada flaca y alta, con sus puertas de madera color gris que permitían la generosa entrada de luz natural. En medio de la sala una mesa de madera cubierta por un mantel verde oscuro, con un protector de plástico. Y sobre la mesa unos folderes forrados con papel azul y plástico, con sus broches de latón aseguraban las notas informativas de la Guardia Civil.
Las notas estaban escritas en papel muy delgado, en papel arroz o copia; estaban hechas al vapor en máquina de escribir y eran un resumen de los hechos policiales del día anterior. Eran un resumen de la actividad de la GC en Lima y sus provincias. Hablaban de intervenciones, de detenciones, de acidentes de tránsito, choques, asesinatos, violaciones, incendios, robos y a partir de 1980 de la actividad terrorista en la capital, etc.
Eran notas que uno como periodista tenía que darle seguimiento o ir a verificar, caso contrario caíamos en lo que Don Guillermo Córtez Núñez llamaba: "el periodismo burócrata y aburguesado".
Porque era fácil tomar esas informaciones y con un poco de imaginación darles vida y crear un cuento policiaco.
La Guardia Republicana se encargaba de darle seguridad al edificio del Prefecto de Lima, que a partir del 28 de Julio de 1985 fue Jorge del Castillo, amigo y compañero aprista del presidente Alán García, quien gobernó el país en dos períodos de 1985 a 1990 y del 2006 al 2011.
La GR no tenía una sala de prensa como la GC. Así que en las pequeñas escalinatas, que conducían a las oficinas del Prefecto limeño, en 1985, hablabamos directamente con un capitán chaparrón de bigote negro, quien presumía de haber estado en la sierra combatiendo a Sendero Luminoso y cómo de un tiro en la cabeza mataban a los senderistas capturados que se negaban a cantar el Himno Nacional o a gritar ¡Viva el Perú, carajo!... El oficial GR decía: "...matábamos hasta chiquillos que estaban envenenados con la ideología de Abimael Guzman". (Como se sabe por el informe de DESCO durante la guerra contra la insurgencia el 12 % de los muertos de SL fueron menores de edad. Para Sendero Luminoso lo niños representaban una reserva humana de combatientes. Si eran menores de 11 años los utilizaban como espías, a partir de los 12 años los entrenaban para el combate y les enseñaban el uso y manejo de armas, de lanzas, hondas y la fabricación de bombas caseras)
Ese mismo capitán GR, cuyo nombre no recuerdo, era quien decía que más miedo le tenía al Movimiento Revolucionario "Tupac Amaru" que a Sendero Luminoso. "Los marta son universitarios y profesionales. Gente pensante capaz de actuar por iniciativa propia. En cambio los senderistas son cholitos del campo, sin preparación académica...", comentaba. El republicano nos permitía el ingreso a las oficinas del Prefecto Jorge del Castillo cuando éste deseaba hablar con los periodistas o cuando daba una conferencia de Prensa.
Así conocí al actual congresista del Partido Aprista Peruano que desde su buró nos quería decir como realizar nuestra labor periodística como si tratara con "niños".
Jamás me gustaron ese tipo de personas que piensan que pueden disponer del ejercicio periodístico y de los hombres de prensa a su antojo. Y una tarde cuando nos citó a todos los reporteros policiacos e intentaba influir en nuestro trabajo lo encaré, ante el asombro de todos mis colegas, recordándole que "... los periodistas y los periódicos somos independientes en el ejercicio de nuestra labor informativa".
La sala de prensa de la PIP estaba en los corredores del ala izquierda de la Prefectura donde se hallaban la Dirección Contra el Terrorismo, Homicidios, Robos, Estafas, etc.
Era una oficina pequeña con una puerta gris, una ventana, persianas, paredes verdes, un escritorio y de vez en cuando una agente PIP, se encargaba de proporcionarnos las notas de prensa sobre las investigaciones y sucesos del día anterior.
A mí no me gustaba mucho el ambiente de la prefectura. Todos los colegas compartían sus notas y eso me parecía poco profesional o será que siempre he sido un solitario y nunca supe trabajar en equipo, ni en la escuela, ni en la universidad. Yo prefería siempre trabajar solo y seguir mis propios casos visitando la morgue, las salas de emergencia de los diferentes hospitales de la capirucha y las calles de Lima que siempre eran la materia prima principal para los periodistas solitarios como yo. Sin embargo, uno tenía que ir a aquel lúgubre lugar más por obligación que por devoción.
Así fue como un día conocí al flaco Lambarri, quien por esas fechas trabajaba como reportero policial del diario Hoy. Un periódico dirigido por Víctor Tirado, chiclayano aprista, tío de unos amigos de la secundaria y conocido de mi tío Manolo, viejo orador del partido de Víctor Raúl Haya de la Torre.
El diario Hoy en esos momentos era un diario oficialista, subsidiado por la publicidad estatal. Ahora los papeles se habían invertido, Expreso ahora estaba en la oposición, pero su política de no darle publicidad a los actos de terrorismo y a los terroritas continuaba. Por ejemplo, mientras el diaro La República explotaba un atentado terrorista con fotografías a toda página, grandes titulares a ocho columnas y metros y metros de información escrita; en Expreso sólo escribíamos un máximo de una cuartilla y media que era algunas veces ilustrada por una pequeña foto de 12 por 9. (Cuando entré a trabajar en el diaro OJO fue peor. Allí sólo escribíamos 3 cuartos de carilla y el hecho tenía que ser muy grande para que nos den una cuarilla o carilla y media).
Así que yo tenía más libertad para moverme entre la nota roja ordinaria, por decirlo de alguna manera, más que estar inmerso en los atentados terroristas. La nota roja cotidiana revelaba la falta de seguridad que había en Lima en aquel entonces y la falta de organización política y policial para combatirla.
Así pude seguir algunos sucesos, como el caso de un par "señoritas" que acusaron a un grupo de marines de violación tumultuosa.
En Expreso querían saber la verdad de los hechos, llegar al fondo del incidente y me llamaron a la oficina de Don Jaime Marroquín. El jefe de informaciones me dio el caso, quería que trabajara día y noche en el tema y que averiguara todo sobre esas mujeres. Gladys Torres sonrió y mirándome directo a los ojos y con la rudeza de siempre expresó: -"Qué estás esperando. El caso es tuyo no regreses hasta que hayas terminando"-.
Este caso me hizo recordar a mi primer día en Expreso, cuando don guillermo Córtez Núñez me encomendó averiguar si algún día Carlos Gardel había pisado tierra peruana y me dio una lista de nombres a quien visitar y a quien entrevistar. Me pasé cuatro días con sus noches en las calles hasta que regresé al periódico con la nota y con el hecho de que Gardel piso tierra peruana una vez en el Aeropuerto de Arequipa cuando el avión en que viajaba rumbo a Medellín hizo una escala técnica en la ciudad blanca del Perú. La nota fue publicada el 24 de junio de 1985 y deben haber ejemplares de Expreso con esa fecha en la Hemeróteca Nacional, en Lima.
Así que esa mañana revisé los diarios de la sala de redacción de Expreso. Tomé notas y una dirección ubicada en Breña, distrito cercano al centro de Lima. Salí a la calle tomé un colepato de la línea 10 y me bajé en la avenida Alfonso Ugarte. Conocía más o menos ese distrito donde había ido a comer un sabroso Tacu-Tacu montao, con mi tío Manolo, en el restaurante de un japonés. No estaba tan perdido. Encontré la calle, la dirección y vi que era un callejón. Eran como las once de la mañana. No había nadie y la puerta vieja de madera color marrón estaba media abierta. De costado sin mover un ápice el vetusto portón ingresé sigilosamente. No se escuchaba ningún ruido, ni siquiera el bullicio de una radio o una tele. Creo que todo el mundo había salido, así que me apuré en hallar el número del interior donde se suponían vivían las denunciantes. Gracias a Dios hallé en unos segundos la vivienda, la puerta estaba abierta.... La empuje suavecito. En el interior no había ni un alma en pena. Sólo un montón de ropa de mujer tirada en el suelo. Entré. Sin tocar nada con mi lapicero en mano comencé a revisar todo hasta que encontré una credencial con fotografía tirada en el altillo de la vivienda. Era una credencial con fondo azul del mercado de Surco. Ahora tenía un nombre, una foto, una dirección, así que decidí regresar al periódico por un carro y un fotógrafo para ir al heterogéneo distrito donde convivían pobres y ricos, porque en esta época de la historia del Perú.- que tenía apenas 5 años de liberarse de la dictadura militar y ahora estaba hundida en la guerra contra el terrorismo-, no existía una verdadera clase media.
En Surco habían grandes urbanizaciones de ricos como la Higuereta, Chacarilla del Estanque, las Casuarinas, etc. donde vivían políticos, empresarios y hasta narcotraficantes como Reynaldo Rodriguez López "el Zar" de las drogas; pero nosotros no nos dirigimos a ninguna de estas colonias millonarias. Fuimos al centro de Surco donde había tanta pobreza como en el resto del país.
Allí econtramos a las "señoritas" que acusaban a los marines de violación. Como era de suponerse sólo querían dinero, ellas se dedicaban a fichar y pensaron que se les había presentado una oportunidad para ganar dinero. Pero lo único que ganaron fue enfrentarse con la justicia y su caso acabó en el Palacio de Justicia de Lima. Los acusados se marcharon del país. Mi trabajo fue publicado. Don Jaime Marroquín estaba satisfecho y Frank Lambarri llegó a Expreso y me invitó a tomar unas cervezas para celebrar la ocasión y hablar de como los periodistas muchas veces tenemos que tener vocación de espías, de investigadores para hallar la verdad.

jueves, 9 de junio de 2011

MIS RECUERDOS DE DON GUILLERMO CÓRTEZ NÚÑEZ

Los diarios "EXPRESO" Y "EXTRA" cerrados durante la dictadura militar en 1974. Once años después, en plena guerra contra Sendero Luminoso, llegué a formar parte del equipo de redactores que, en 1985, trabajabamos bajo la batuta de don Guillermo Córtez Núñez.

Ese equipo inolvidable estaba formado primero por don Jaime Marroquín, Jefe de Informaciones. La señora Gladys Torres y la señora Meza, eran jefas de mesa. La primera lo era del turno de la mañana. La segunda del turno de la noche. Luego siguen mi tocayo el señor Cabrejos, quien trabajaba al lado de la hermosa Gladys Torres, una mujer arequipeña, alta, colorada y de un fuerte carácter que me enseñó a trabajar y a encontrar en cada nota la "pepa" de la noticia. El señor Vásquez al lado de la afable señora Meza, una mujer andina, inteligente y con quien daba gusto conversar y hacer periodismo nocturno.
Luego estaban la señora Queírolo, don Artemio Panta, un colorao cuyo nombre nunca recordé, un flaco alto siempre de traje gris, con quien nunca cruce una palabra; y el más joven de todos en la sección política Jorge Saldaña, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
La "sombra Ruíz", en la sección de espectáculos. El señor Vega, María Naveda, Samuel Lizana, Néstor Vargas, casi al final de mis días en Expreso, Enrique García Panta, ex-compañero de aulas de la Universidad de Piura; y yo en la sección policial.
Pero, a pesar de estar asignado a la sección policial, a mi me gustaba "vivir" en el periódico. Así que al acabar mi turno de reportero de la nota roja, no regresaba a casa de mi abuelo y seguía trabajando hasta tarde. Con el fotógrafo Alvarado, el famoso "Mascafierro"y fotógrafo oficial de Manuel Ulloa Elías, hacíamos de noche las notas de espectáculo, eso me daba un dinero extra y me permitiía aprender mucho más de la actividad periodística de la capirucha.
En especial, también, gocé del buen trato y la buena charla de don Isaac Felipe Montoro, escritor peruano y autor del famoso libro "Yo fui mendigo", que cubría la sección policial. Y cuando salió de vacaciones le cubrí las espaldas durante un mes en el Palacio de Justicia de Lima. En esos días ocurrió el caso "Villa- Coca", que lo seguí aún después que don Isaac retornó de sus días de descanso. A don Isaac le agradó mi interés por el periodismo judicial y me dio muchos consejos para que las fuentes de palacio no me "bailaran". Don Isaac siempre recomendaba checar al detalle los expedientes y tomar datos del número de libros, de fojas, etc.
Esto me sirvió cuando una tarde la jefa de mesa, Gladys Torrez, me llamó a su escritorio diciéndome que Alejandro Guerrero, el periodista de Panamericana Televisón quería hablar conmigo sobre el caso: Los "Niños de Dios".
Alejandro Guerrero estaba furioso porque lo había citado en una nota que saqué en "Expreso" sobre la secta los "Niños de Dios". Él negaba que era él quien había hecho la denuncia publica en contra de esa agrupación que se dedicaba a abusar de las menores de edad que reclutaban para su iglesia con el fin de "adorar" a Dios, pero luego muchas chiquillas salían embarazadas del pastor de esa agrupación. Como las menores no denunciaban a su lider este continuó en libertad aprovechándose de las fisuras o resquicios del sistema judicial nacional.
No entendí porque lo negaba, si el hecho ya había salido en televisión a nivel nacional y él había hecho el reportaje televisivo, pero en fin como no tenía tiempo para estar discutiendo le di el número y el folio del expediente donde estaba registrado su nombre como el denunciante publico de los sucesos y allí acabó el problema. El cólgó del otro lado de la línea y yo sentí la mirada de aprobación de don Jaime y de la señora Gladys así como del resto de los diagramadores y miembros de mesa. Alejandro Guerrero era un consumado periodista de televisión y yo no tenía muchos meses en el periodismo judicial, pero las indicaciones de don Isaac me sirvieron para afrontar la situación.
Con don Isaac teníamos un amigo en común: El flaco y enigmático Frank Lambarri de quien escribiré más adelante, ahora anotaré los nombres de los compañeros reporteros gráficos:
Alvarado, Azpe, el "loco"Puente, Pedro Chávez, Sergio Contreras, el viejo Loayza y el señor Aquije a quien llamábamos con cariño el viejo Aquijote. Los dibujantes: Hernán Bartra y Dionisio Torres.
A todos ellos y a otros amigos y compañeros cuyos nombres y apellidos no recuerdo, a todas
estas personas les debo mi agradecimiento, porque de cada una de ellas fui aprendiendo mi labor periodística, que aunque en estos días no ejerzo en un medio convencional lo hago en mi "Revista Literaria" y en los círculos de poetas a los cuales, de vez en cuando, asisto para hablar de poesía y otros temas más, acá en México.
Porque ser periodista, creo yo, no es una función de ocho horas sino una forma de vida, un estilo de vida, como dicen hoy. Ser periodista es algo que se lleva en la sangre y nos invita continuamente a investigar y a escribir, siempre, en honor a la verdad. Porque la vida de un periodista -al menos así lo concibo - no es una vida ociosa, inútil, aburguesada, aburrida, tediosa; para mí invariablemente ha sido y será una vida llena de emociones, de pasión, de búsqueda, de enfrentarse al sistema y no permitir que nos alcance. El periodismo siempre nos dará una oportunidad nueva cada día para llegar a ser alguién más que un ser normal, alguién más que un mortal común.
Y eso es lo que aprendí de todos mi compañeros de trabajo y en especial de don Guillermo Córtez Núñez. Don Guillermo nos enseñó a no ser un periodista aburguesado, un periodista aburrido, tedioso, insipido de escritorio. No enseñó a ser dinámicos, apasionados y comprometidos con nuestra carrera.
En el poco tiempo que lo conocí lo ví llegar más de una vez muy temprano a la sala de redacción del diario Expreso. Yo era soltero, vivía solo, me había marchado de la casa de mi abuelito Grimaldo en la cuadra 11 del jirón Junín. Él no entendía mi carrera y quería que respetara el horario de entrada de su casa. La verdad los periodistas no teníamos hora de salida. Tenía horario de entrada, pero no de salida y mucho menos cuando me tocó hacer espectáculos. En esos días la "sombra" Ruiz salió de vacaciones. Yo había empezado en "Expreso" con el pie derecho. Me habían publicado en un página completa mi nota sobre Carlos Gardel. Estoy seguro que a don Guillermo y a don Jaime Marroquín les gustó de pies a cabeza porque la publicaron en su totalidad, casi tal como la escribí, con unas ligeras, pero muy mínimas, correcciones de estilo. Así que me dieron durante un mes la columna "Cita de Estrellas" del señor Ruiz.
Gracias a esa columna conocí a artistas como Raphael, el divo de linares; Oscar de León, Andrés García, Pilar Brescia, Analí Cabrera, "Felpudini", Oswaldo Cattone, Ricardo Blume, Paloma San Basilio, Richard Clayderman, Gissela Valcárcel, Bettina Oneto, Ricky Tosso, Micky Gonzáles, a los integantes de "Del pueblo, Del Barrio", a Sandra Villarroel, Charly García, etc., etc.
Pero, mi abuelo no entendía mi trabajo. No comprendía que de día seguía la nota roja y que de noche tenía que desvelarme siguiendo a los artistas de la farándula, de la vida nocturna de Lima, así que opté por irme a vivir solo. Como aún no recibía mi primera quincena, aún no ganaba mi primer sueldo; con el poco dinero que me quedaba alquilé un cuartucho de mala muerte, en el techo, de uno de los edificios de la Plaza Dos de Mayo. Era un cuarto sin luz eléctrica, sin baño, sin comodidades. Era un cuchitril de paredes de cartón y techo de lamina, una covacha de tres por dos que apestaba a humeda y papel viejo, que olía a tierra mojada y suciedad. Costaba 60 intis al mes, muy caro para lo que ofrecía: un catre viejo con un colchón indescriptible, que me permitiía sentir los alambres y fierros del catre. Un cuartucho muy barato para vivir en aquellos días en el centro de Lima y muy espantoso para una persona como yo acostumbrada a que mis padres me trataran como rey. Sin embargo en ese cubículo aprendí a valorar la vida. Ese cubo de cartón y olor a humedad me ayudó a ser independiente a vivir lejos de la familia nuclear, lejos de mis parientes maternos y a soportar un tremendo dolor de panza que me dio por cenar un tallarín saltado en un puesto ambulante de la plaza Dos de Mayo. Esa noche en medio del dolor escribí un poema y me la pasé rezando para que Dios me quitara el pesar hasta que me quedé profundamente dormido y amanecí con las manos juntas en el estómago.
En ese cuartucho de la plaza Dos de Mayo también sufrí uno de mis grandes asombros, cuando a medianoche subitamente llamaron, a mi puerta de cartón, gritando: -¡Abran, Carajo!... ¡Policía!-
Creo que tuve suerte, porque me dio tiempo de ponerme mi pantalón jean cuando de una patada abrieron la puerta, un haz de luz iluminó mi espacio y yo grité con las manos en alto sosteniendo en la mano derecha mi credencial de Expreso: -¡Periodista!..¡Periodista de Expreso!...¡Periodista!...-. A la vez que el tombo también gritaba apuntándome con una USI directamente al cuerpo: -¡Arriba las manos, carajo!.... ¡Escuadrón de Emergencia!...¿Quién eres, carajo?...¿Qué haces en esta pocilga?...-. Sin dejar de apuntarme permitió que me acercara le entregué mi credencial, la enfocó con su linterna de mano, la leyó y preguntó a gritos: -¿Qué mierda haces aquí?...-. En el acto se me prendió el foco y sin titubear respondí recordando las anécdotas que había escuchado sobre don Isaac Felipe Montoro y que luego él también me contó personalmente:- ¡Estoy de comisión especial!...-. El toche con su boina roja me miró directo a los ojos con mucha rabia y yo volví a gritar: -¡Soy periodista de Expreso!..¡Estoy de comisión especial!....¡De comisión especial!....- repetí un par de veces más. El boina roja me vio en silencio. Yo no titubié. Me devolvió mi credencial. Seguí sereno. Y expresó: -¡Puta madre!...Chiquillo no sabes donde te han metido-. El oficial me creyó. Se comió el cuento, porque como dije antes yo vivía allí porque estaba misio; realmente no sabía quienes eran mis vecinos y si no decía que estaba en un caso "especial" hubiese acabado un mes encerrado e incomunicado en la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote).
En segundos cambió su actitud beligerante y creo que hasta trató de protegerme. Casi de la mano, con cuidado me señaló a varios muchachos de apariencia indígena, serrana y chola que habían sacado de las habitaciones de la azotea y exclamando con un tono de voz más bajo explicó: - ¡Puta madre! chiquillo...Mira todos esos cojudos de mierda son terrucos. Estos cuartuchos de mierda están llenos de terrucos-. Estaba tan contento como soprendido. Había sido testigo de una operación policial en mis narices. Los tombos revisaron cada habitación y requisaron muchos papeles, parecían bolantes, no pude leer que decían; pero si pude ver los libros entre los cuales estaban "El Capital" de Carlos Marx y el "Libro Rojo" de Mao Tse tung. También confiscaron periódicos del diario Marka y las pertenencias de los patas acusados de terrorismo. Uno por uno con las manos en la cabeza los fueron sacando en medio de la oscuridad y los haces de luz de las linternas policiales. Poco a poco me fui quedando sólo en medio de la azotea de ese edificio viejo, deseando que amaneciera pronto y pensando que el tombo que me apunto se portó bien conmigo porque caso contrario yo también hubiese acabado en la Dircote ubicada en la Avenida España. Cuando todos se marcharon me asomé al muro de la azotea. Ya no vi nada. No tenía buen ángulo de observación, la luz pública era tenúe sólo podía ver bien el Obelisco de la Plaza Dos de Mayo, a los vendedores ambulantes de comida criolla y chifa al paso, a los emolienteros y a la gente que deambulaba entre puesto y puesto. En la calle todo seguía normal como si nada hubiera alterado la noche.
Jamás me imaginé que algo así iba a sucederme en mis primeros días como profesional de la nota roja. Ahora sólo deseaba que amaneciera para escribir sobre lo que había visto. Pero la política de "Expreso" era no darle publicidad a los delicuentes subversivos. "Expreso" en esos momentos era un diario oficialista. El Perú era gobernado por Belaúnde Terry y Manuel Ulloa, propietario de "Expreso" y "Extra" era el Presidente de la Cámara de Senadores y había sido hasta 1982 Ministro de Economía. Beláunde y sus ministros nunca declararon a los senderistas como terroristas, los trataron como delincuentes comunes, como abigeos y los procesaban en el fueron común.
Aún así, no quería quedarme con las dudas y antes de ir a la avenida Arequipa fui a la sala de Prensa de la Prefectura de Lima, en la avenida España, en cuyos sótanos se encontraba la Dircote. Revisé los partes informativos de prensa, pero sobre este suceso no había ningún informe. Tampoco ningún diario publicó nada al respecto. Era como si nada hubiera ocurrido, como si yo no hubiese sido testigo de nada. Me sentí confundido, aterrado. Moví la cabeza en círculos y en silencio pensantivo me fui hacia la avenida Arequipa a seguir trabajando en las órdenes del día, que la jefa Gladys Torres había puesto en la pizarra de comisiones de la sala de redacción. Ese mañana fui a recoger los chismes de la farándula en las inmediaciones de Panamericana Televisón el "Canal de las Estrellas". Aún estaba pensando en lo acontecido la noche anterior, cuando en una cafetería vi a la hermosa actriz limeña, Pilar Brescia, tomando café. Me acerqué a ella. Me senté en su mesa. Estaba con una señora que conocía a la "Sombra" Ruíz.
Pilar Brescia. Su belleza, su sonrisa, su sencillez, su voz cálida y su don de gentes calmaron mis angustias y me hicieron olvidar por unas horas los hechos que me estaban atormentando.
Después de cumplir con las comisiones del día y de escribir la Columna "Cita de Estrellas", de la sombra Ruíz, regresé al cuartucho por mi pequeña mochila que había dejado debajo del catre. Y así en silencio como llegué me fui sin despedirme del casero. Sólo salí y tomé un ómnibus hacia Zárate, rumbo al departamento de mi tío Manolo. Esa noche dormí en el depa de mi tío. Le conté lo ocurrido a mi primo Martín, que en esos días era estudiante de Ciencias Sociales en la Universidad "Inca Garcilaso de la Vega" y nos acordamos del caso Uchuraccay, acontecido en 1984. Nunca más regresé al cuchitril de la Plaza Dos de Mayo. Me quedé unos días con Martín hasta que con Jorge un chiclayano, que trabajaba en la parte administrativa de "Expreso", rentamos un cuarto para los dos cerca del depa de mi tío y otra vez regresé a mi vida independiente: Trabajando de día en la nota roja y en la noche buscando las notas de la farándula.
Yo sólo había rentado ese cuartucho con la intensión de disponer de mi tiempo sin que mi abuelo me esté llamando la atención. En segundo lugar porque ya estaba misio, casi no tenía dinero y en tercer lugar porque podía llegar muy temprano al diario "Expreso". Podía llegar caminando, sin gastar pasaje. Y la verdad quería llegar temprano, mucho antes de mi hora de entrada, para asearme y hacer mis necesidades antes de comenzar el día, porque como dije antes en esa covacha no había nada, sólo un catre arruinado y un colchón viejo para medio dormir. Así, antes de leer, en la pizarra verde, las comisones del día yo no estaría apestando a mierda. Y fue de esa manera como descubrí a don Guillermo Córtez Núñez llegar a la sala de redacción antes de las 8 de la mañana y enfrentarse con el lider del sindicato porque Anita, una redactora de locales siempre llegaba tarde.
Me quedé sorprendido al ver como enfrentó al lider sindical y a Anita con reloj en mano.
Don Guillermo, vestido siempre de terno azul marino, claro o gris, con una inmaculada camisa blanca y los zapatos bien lustrados, llegaba antes de las ocho de la mañana en punto. Llegaba subiendo por las escaleras. Subía como un ciclón bufando y golpeando con el puño de su mano derecha la pared de las gradas y al entrar a la sala de redacción con su mirada penetrante, aguda recorría cada uno de los escritorios que en ese instante estaban vacíos. El no notó nunca mi presencia, me cuidaba de que no me viera. No quería que me preguntara porque llegaba tan temprano, no quería darle explicaciones. Sentía un poco de vergüenza y prefería permanecer escondido en el baño hasta las 8 en punto. Así también me entretenía observándolo. Era gracioso verlo entrar a la sala de redacción virando la cabeza y su obeso cuerpo hacia su derecha como si fuera un toro a toda velocidad, mientras estrellaba su puño diestro contra los casilleros de metal de la sala de redacción. Así como un ciclón con pasos rápidos llegaba a la mesa de la jefa de informaciones Gladys Torres. Tomaba su lugar y desde allí comenzaba a observar quienes eran los primeros en llegar al salón de redactores. Uno por uno iban llegando: la señora Gladys era una de las primeras y lo saludaba con un beso en la mejilla. Luego llegaba la señora Queírolo, de política, siempre puntual. María Naveda, de policiales. Entre otros compañeros cuyo orden de llegada ya no recuerdo, pero me quedó muy claro en la memoria como una mañana con reloj en mano y sin discutir regresó a su casa a la compañera Anita en presencia del lider sindical.
Don Guillermo imponía respeto. Era de esos personajes que hablaban con el ejemplo y muchas veces a los más jóvenes de la redacción: Nestor Vargas, Samuel Lizana, Enrique García y yo nos llamaba su oficina, en el tercer piso del diario "Expreso", para decirnos que no quería periodistas burócratas. Nos decía que no quería boletines de prensa, ni notas hechas a bases de las informaciones oficiales que emitían las fuentes del gobierno. "Quiero reporteros con iniciativa, con olfato periodístico, que sigan la noticia y no gente de escritorio que se dedica a voltear los boletines de prensa del gobierno". Nos hablaba muy claro.
Luego de eso nos motivaba a trabajar con mucha iniciativa y nos recordaba que el periodista vale por sus fuentes. Nos exhortaba a tener nuestras propias fuentes de información y a trabajar con diligencia y a gritos expresaba: -"No me gustan los periodistas mermeleros. No me gusta la mermelada"-. (La mermelada en la jerga periodística es sinónimo de corrupción)
Era un periodista de 24 horas. Un hombre apasionado por la actividad periodística. Un hombre que amaba tanto la tinta de un diario como la pantalla de un noticiero de televisión. Pero esta clase de seres humanos mucha veces no reflejan lo que llevan por dentro y don Guillermo Córtez Núñez se quitó la vida en un lujoso cuarto del hotel Carusso en la avenida Arequipa.
Se dio un balazo en el pecho y a su lado en una carta indicaba la forma en que deseaba que le dieran el útlimo adiós.
Su cuerpo fue cremado y sus cenizas, desde una avioneta, fueron vertidas sobre el Misti, el eterno volcán de su amada Arequipa, la ciudad blanca que un día lo vio nacer.

A continuación el poema que escribí en el cuartucho de la plaza dos de Mayo cuando me dio un fuerte dolor de estómago:

A LIMA DE LA ESPERANZA

Lima ciudad de la desconfianza
en ti todos ponemos nuestra esperanza.
De provincia
llegamos provincianos
en busca de bonanza;
pero
sólo encontramos en tus plazas:
Unión,
San Martín,
y
Dos de Mayo
angustia,
activismo,
delincuencia,
terrorismo,
ambulantes,
caos,
hambre,
muerte
y
un fuerte dolor de panza.

Lima 1985