Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

jueves, 15 de marzo de 2018

RELATOS DE MI PADRE NÚMERO 3: LA CABEZA REDUCIDA

Era un muchacho de trece años cuando mi padre, una noche de invierno, llegó a la casa con una cabeza reducida de verdad.
No recuerdo bien si fue en mayo o junio de 1974. Pero hacía frío, el barrio estaba solo, vacío, todos los muchachos estaban metidos en sus casas haciendo las tareas escolares. Y yo estaba con mi mamá y mi hermana Alicia en el comedor de la casa. Cada quien hacía su plana,  cuando mi papá abrió la puerta de la casa y entró muy contento diciendo: -Mari mira lo que traigo-.
Alicia y yo nos pusimos de pie, dejamos todo y corrimos a abrazar al viejo.
Olía a cerveza. Estaba contento. Se ve que le había ido bien, cuando sacó de una envoltura de papel periódico una cabeza humana hueca del tamaño de mi mano. Una cabeza reducida con la piel seca, de cabello negro lacio largo, cejas pobladas, los ojos y la boca cocidas, tenía barba y bigote y su piel escurrida era de color verde, como un cadáver descompuesto.
Mi madre se espantó y le gritó:-¡Edmundo...Cada vez estás más loco!....¿Cómo te atreves a traer esa porquería a la casa?...
Dicho eso se dio media vuelta y entre murmuros se fue a la cocina a calentar la cena de mi viejo.
No era la primera vez que mi papá traía algo exótico a la casa. Una vez de la selva trajo un monito, en otra ocasión, una tortuga, luego unos loros, un perro lobo o solía ir a huaquear y traía hermosos huacos de la cultura Mochica.
LLegó a tener en el altillo de la casa hasta cien huacos mochicas y otros negros azabache de la cultura Chimú.
Entre los huacos que más me gustaban estaba un huaco moche representado a un músico con su quena, una cabeza de llama y un huaco chimú que se le llenaba de agua y silvaba.
Pero, mi viejo no era un hombre ambicioso ni calculador, tenía una fortuna en esas reliquias que poco a poco, entre trago y trago, fue regalando a sus hermanos, a los amigos de sus hermanos, y hasta a una de las queridas de mi tío Jorge.
Del centenar de huacos nada quedó en la casa. El altillo quedó vacío y los huacos de mi viejo fueron a parar a la huacoteca de mi tío Manolo, a las vitrinas de los abogados amigos de mi tío Jorge; en fin sólo Dios sabe donde estarán esos huacos que mi viejo extraía de las huacas durante Semana Santa, fecha propicia para huaquear en el Perú.
Mi madre ya lo conocía, sabía que era como un niño y por eso creo que esa noche no le dijo más cosas, ni le hizo más problemas. Le dio de cenar. Ayudó a  mi hermana a terminar su tarea, mientras yo con miedo e incredulidad observaba detenidamente la cabeza reducida.
No podía creer que se tratara de la cabeza de un ser humano.
Al llegar el fin de semana aproveché para mostrarles la cabeza reducida a los muchachos del barrio.
Era sábado. Mi viejo se fue a trabajar, mi madre llevó a Alicia al mercado y como siempre me quedaba solito en mi jato. Mi padre decía que era el hombre de la casa.  Yo creía en sus palabras y no tenía miedo de quedarme solo en esa larguirucha casa que parecía una salchicha.
Así esa mañana, aprovechando que estaba solo y tenía llave de la puerta,  hice pasar a todos mis amigos del barrio. 
Capucho, Roberto, Milé, Quique, Kikín, Víctor, Bolo, Guilo, Miguelaga....Todos vieron la cabeza reducida. Al igual que yo la miraban con miedo e incredulidad y no creyeron que se tratara de una auténtica cabeza reducida de los jíbaros del amazonas peruano. 
Cuando se marcharon, se marcharon diciendo que era una cabeza falsa hecha con pellejo de chivo.
Lo mismo dijeron los amigos de viejo que no podían creer que se tratara de una auténtica cabeza de los jíbaros.
Los parientes de mi mamá opinaron igual y mi tío César, hermano menor de mi madre, al verla reía y entre cerveza y cerveza le decía a mi viejo que esta vez si lo habían estafado.
Mi papá había conseguido la cabeza reducida en Chongoyape.
Aquel día mi viejo había ido a trabajar a ese distrito de Chiclayo. Vendía enciclopedias, libros y en especial diccionarios. En esas fechas, no existía la computadora personal, ni el internet;  los diccionarios eran básicos en cualquier hogar. 
Así en el municipio de Chongoyape, donde se encuentra el reservorio de Tinajones y donde un niño encontró a orillas del río La Leche unos guantes y una mascara de oro de la cultura Mochica, que hoy se exhiben en el museo de Oro del Perú. 
Allí en Chongoyape tierra famosa por sus bizcochuelos, allí llegó mi papá a vender sus libros y diccionarios de puerta en puerta.
De puerta en puerta ofrecía sus productos cuando llegó a una casa donde le hicieron pasar y en la sala de aquel hogar vio la cabeza reducida que estaba sobre una repisa de madera tallada.
Dice mi viejo que desde que la vio sintió un deseo muy grande de poseerla:- La vi y sentí que ella me miraba y dije de aquí no me voy sin ti-.
Entonces cuenta mi viejo que concentró todo su poder mental en convencer a esa familia para que le compren los diccionarios enciclópedicos que cargaba.
Mi viejo era muy hábil para la venta. Tenía buen verbo y había dado clases de venta en Grolier del Perú. Grolier del Perú le regaló unos gemelos de oro por su destacada labor como vendedor de enciclopedias: Quillet y Temática.  La Quillet de color rojo era de cuatro tomos, mientras la Temática de color azul estaba compuesta por 12 tomos.
Mi viejo se tenía confianza. Estaba convencido de que esa gente le compraría de contado los diccionarios que llevaba. Y así fue. La dueña de la casa le ordenó a su esposo que comprara las obras; pero el marido quiso negociar aún más el precio a su favor y es allí donde brilló la astucia de mi padre. Les dijo que sólo le dieran el 50 por ciento en efectivo y el otro 50 por ciento se lo pagarán en especie, es decir que lo cubrieran con la cabeza reducida que estaba sobre la repisa de madera tallada.
En un principio el dueño de la casa se opuso. Dijo que esa cabeza costaba mucho más y que ya la tenía reservada para un gringo que llegaba a Chongoyape. Pero la mujer que ya no quería saber nada de esa reliquia mortuoria, le tenía miedo comentaba en voz baja mi viejo, con firmeza se impuso al marido y le ordenó que le entregara a mi padre la cabeza reducida. 
Mi viejo había vendido sus diccionarios enciclópedicos, se había quedado con la cabeza reducida y la mujer estaba satisfecha con las obras para sus hijos y sobretodo que se había liberado de esa prenda lúgubre que le inspiraba miedo, comentó mi viejo.
Contento y con unas cerveza en el estómago esa noche de invierno, mi viejo llegó a la casa con dinero y con su cabeza reducida.
La colocó en el altillo donde guardaba sus más preciados tesoros, pero mi madre no estaba contenta. Sentía que esa cabeza no era de buen augurio y quien sabe si tenía razón o no porque en la casa sucedían cosas raras.
Hasta la gente del barrio decía que mi casa era muy pesada. Había quienes aseguraban que en la ventana de la sala, que daba al altillo donde estaba la cabeza reducida, se veía el rostro de una mujer fantasmagórica.
Mi madre se quejaba siempre que la molestaban, que sentía pasos en el altillo, que le jalaban el vestido y nunca estuvo contenta habitando esa casa que le dejó mi abuela a mi papá.
La casa tenía más de 150 años. Había sido de mi bisabuelo, de allí de mi abuelo, luego de mi padre y tenía fama de ser un lugar muy pesado, es decir que penaban mucho.
No sé si madre tuvo razón en todo, pero tampoco quiero juzgar a mi padre, porque con el pasó del tiempo mi hermana se enfermó de oligofrenía esquizofrénica. Tenía 14 años cuando perdió la razón y mi hermano Fernando ya había nacido.
Yo no me sentía cómodo en mi casa. Desde que era niño había sentido cosas raras en ella y en cuanto pude me  fui a estudiar lejos de mi casa, luego mi fui a trabajar a Lima y acabé viviendo en México. Siempre lejos de esa casa donde murió mi  madre a los 52 años, luego mi hermano a los 21 y mi hermana a los 44 años.
Mi padre se quedó solo en su largirucha y tenebrosa casa. Hasta que en el 2015 fui por él para traerlo a México, lejos muy lejos de esa casa que se llevó a mi madre y a mis hermanos.
Entonces cuando fui por él en la navidad del 2015 y subí al altillo para ver sus "tesoros" y sobretodo para ver si aún conservaba su cabeza reducida, me dijo lo siguiente:
"Le vendí la cabeza reducida a un brujo malero de Ferrenafé, la tierra de la doble Fe, donde la gente cree en Dios y en el diablo".
Y al preguntarle por qué se deshizo de ella, de esa cabeza que guardaba  como un trofeo en su viejo altillo de madera que ahora estaba vacío y lleno de telarañas y polvo.
Mi viejo me respondió con miedo: -"Le salieron canas, hijo". 
Los cabellos negros de la cabeza reducida se volvieron blancos.
La cabeza reducida envejeció en el altillo de madera de mi padre. 
Y los vecinos dicen que en la vieja casa de mi papá todas las noches se escuchan a niños jugando bolitas (canicas)
En la actualidad mi padre vive conmigo en México.






 








 



 

2 comentarios:

  1. Hola Carlitos que estés bien lo mismo tu familia, he leído toda la historia que has contado, bueno yo te contaré lo que me contaron mis tíos vecinos de tu papá, que al fondo de tu casa escuchaban a media noche que lloraba un hombre, jugaban varios niños y lloraban, después de muerta Alicia, daban puñetes muy fuertes en la pared, sucedía cuando tu papá salía, gritaban, lloraban y corrían, mis tíos tenían temor.bueno cosas que suceden y da que pensar, ahora ya está construída y es un hospedaje, dile a tu papá que su excasa está irreconosible, los tiempos cambian Carlitos.Cuidate.bendiciones. Lucía

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  2. Carlos, me has hecho retroceder tantos años, que aún recuerdo aquella cabeza que nos hacía retroceder por el temor y sabrá Dios como marcó el futuro de tu hogar; pero tu espíritu fuerte acabó por derrotar lo malo y ahora gozas de la felicidad concedida por Dios con tu familia a quienes les envío mis saludos y un abrazo fuerte para ti y a tu padre. Kikín Mori

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