Garabatos de un caminante

Garabatos de un caminante
Apizaco, Tlaxacala, México

jueves, 27 de enero de 2011

Mártires de la Frontera

Foto: Rubios Newstamaulipas

En la frontera de México con Guatemala rescataron, ayer, a 219 seres humanos que iban en busca del sueño americano. Iban a morir asfixiados en el interior de un trailer. Como siempre viajaban en condiciones subhumanas, peor que cerdos rumbo al matadero.
Gracias a Dios estas 219 personas hoy están vivas; pero otras muchas han muerto o desaparecido como aquella peruana que conocí en Turbo, Colombia, y que hasta la fecha nunca más he vuelto a ver.
No recuerdo su nombre o, ahora que lo pienso, creo que me sucede lo mismo que a todos: cuando nos presentan a alguien y nos da su nombre al instante se nos olvida y luego nos da vergüenza volver a preguntarlo. Pero si recuerdo, que nos dijo, que era de Huánuco. Iba vestida con una chompa peruana color marrón con vivos blancos y figuritas de llamas y un pantalón tipo comando color verde olivo. Era delgada, atlética, de un metro 65 de estatura, morena clara, de cabello negro lacio hasta un poquito más abajo de los hombros, de ojos rasgados y cara delgada como las mujeres bellas de los andes. Y como buena serrana hablaba poco y viajaba sola.
Subimos los tres a una lancha rápida con dos motores yamaha y fuimos hacia Sapzurro, donde cambiamos de embarcación. Ahora estabamos en una chalupa de 9 metros de largo por un metro de ancho, de un solo motor y seguimos el viaje hacia Capurgana.
En la chalupa esta vez íbamos seis personas. Alberto, mi amigo de viajes y aventuras, la pata de Huánuco y tres colombianos: el negro Caícedo, el piloto de Chalupa y la negra Fermina. Una mujer gorda que gritaba como una chancha: "Me gusta la verraquería".
Alberto no confiaba en la pata de Huánuco, me decía que estaba sospechosa viajando sola, con una mochila y su pantalón tipo militar. Pensaba que era una desertora de Sendero. Yo más desconfíaba de Caícedo, del piloto y la Fermina quienes en medio del Golfo de Uraba, entre Colombia y Panamá, detuvieron la chalupa. Entonces, la Fermina dirigiéndose a nosotros nos preguntó energicamente: Ahora si peruchos ¿A qué se dedican?, ¿Cuáles son sus "bisnes"?.
Tras un breve silencio respondí con emoción: ¡Somos escritores, somos poetas!
A lo que ella dijo con cierta ironía: Entonces muéstrame tus poemas.
De inmediato saqué mi poemario y se lo di. Comenzó a leerlo y gritó con euforia: "Me encanta este poema. Lo quiero para mi hija. Para que se lo regale a su abuelo..." Y agregó sin reprimir su emoción: ¿Me lo regalas perucho?.
Le respondí: -Sí.
Y ella lo arrancó de un tirón. Arrancó la hoja como quien arranca una moto. De un sólo golpe, de una sola patada. Sentí en ese momento que volvíamos a la vida. Y ella una vez más gritaba a todo pulmón con mi poema en sus gordas manos: "Me encanta la verraquería". El piloto volvió a poner la chalupa en marcha. El negro Caícedo, un flaco enjuto, huesudo de pómulos salientes, con lentes negros grandes que le cubría casi todo el rostro, camisa azul tipo hawaiana, short blanco, piernas delgadas, medias chuecas; de mediana estatura y sandalias negras no dejaba de ver a la pata de Huánuco.
Y estoy seguro que ese desgraciado enjuto le tendió una trampa a mi paisana, porque los militares de la mesa de migración en el Puerto de Obaldía, guardaron los sellos en el preciso momento que ella mostraba su documentación para internarse con nosotros en Panamá. La encargada de los sellos dijo que el tiempo se había terminado. Mi pasaporte fue el último en ser sellado unos minutos antes de las 6 de la tarde. Alberto y yo intentamos reclamar; pero Cáicedo tenía del brazo a la pata de Huánuco, mientras ella gritaba: -"No me dejen aquí... No me dejen con esta gente...Por favor...No me dejen sola". Luego la soltó y el piloto de la chalupa, un joven de unos 20 años, se la llevó hacia la playa donde esperaba la Fermina. Los militares de Obaldía nos rodearon, ya sabían que le habíamos mentido a la gorda verraca, sabían que éramos periodistas, el negro Caícedo se nos acercó y nos dijo: "Mejor no se metan, peruchos. Mañana traigo de vuelta a la muchacha. Ahora mejor dejenme un recuerdo. Yo no quiero poemas. Quiero los cassettes que traes en la cangurera y esa corbata que te sacaron de la mochila". Le di lo que me pidió. Le di mis cassettes de música peruana, mi corbata - un regalo de mi tio Jorge - y se marchó sonriendo, como si se hubiese sacado la lotería. Estaba contento. Satisfecho. Alberto y yo nos dirgimos al hotelito de la negra Candé. Caminamos en silencio. Luego comentamos que no pudimos hacer nada por esa amiga. Pues durante el tiempo que estuvimos allí, el negro Caícedo nunca la regresó al Puerto de Obaldía. A los tres días nosotros volamos en una avioneta a la capital Panameña, que en ese tiempo era gobernada por el "Cara de Piña", el general Manuel Antonio Noriega.

Antes de escribir el poema que le gustó a la Fermina quiero redactar el poema "Mártires de la Frontera ", en honor a esa chica que nunca más volví a ver y en honor de todos los migrantes muertos y desaparecidos en las fronteras de América y del mundo, nuestro planeta Tierra.

MARTIRES DE LA FRONTERA

Seres humanos como tú,
seres humanos como yo
están muriendo,
están desapareciendo
en las fronteras de nuestro mundo
por buscar un poco más de pan.

Dios bendiga sus cuerpos
que abonan esta tierra.
Dios bendiga sus huesos
para que fortalezcan
nuestros corazones
en nuestra lucha por la paz.

Dios bendiga sus almas
y les de paz
por toda la eternidad.

Los mártires de las fronteras
son mártires de la Libertad.

Malditos sean los hombres
que crearon las fronteras,
que construyen muros y barreras
en contra de la Libertad,
en contra de la Igualdad,
en contra de la Fraternidad.

Luchemos por las bendiciones de Cristo,
por los sueños de Lennon,
por un mundo más humano,
con seres humanos,
de seres humanos
con Amor y Libertad.

Carlos Enrique Cabrejos Bocanegra 1989




Este es el poema que a la negra Fermina le gustó y nos permitió llegar a Panamá:


ABUELO

Abuelo
no quiero que pase
más el tiempo
sin decirte lo que siento.

Abuelo
eres impetuoso
y
viejo como el amazonas.

Ruges fiero
retando abiertamente a las horas,
que un día fueron tus amigas
y hoy están en tu contra.

Abuelo.
Viejo roble.
Ejemplo de buen fruto.
Con tu sombra
nos cobijas,
nos protejes
del caliente sol.

Abuelo.
Creciste en los Andes.
y
con paso firme
los venciste.

Abuelo
Señor fuerte.
Señor duro.
Eres roca del Inca,
la base del Sacsahuaman,
la cimiente de Machupichu...

Seguir
tus derroteros
de victorias y caídas
es mi destino.

¡Abuelo!

Carlos Enrique Cabrejos Bocanegra. Lima 1984

Mi abuelo materno murió a los 98 años de edad. Siempre admiré su fortaleza.








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